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Sustancia de hígado, de Michelle Recinos - Zenda
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Sustancia de hígado, de Michelle Recinos

La periodista y escritora salvadoreña Michelle Recinos, entre otras cosas merecedora del X Premio Carátula de Cuento Centroamericano y del Premio Centroamericano de Cuento Mario Monteforte Toledo, escribió el libro de relatos Sustancia de hígado con la intención de criticar al régimen de Nayib Bukele. La respuesta del ejecutivo fue inmediata: si la autora asistía...

La periodista y escritora salvadoreña Michelle Recinos, entre otras cosas merecedora del X Premio Carátula de Cuento Centroamericano y del Premio Centroamericano de Cuento Mario Monteforte Toledo, escribió el libro de relatos Sustancia de hígado con la intención de criticar al régimen de Nayib Bukele. La respuesta del ejecutivo fue inmediata: si la autora asistía a la Feria del Libro de Guatemala, el gobierno salvadoreño retiraría su patrocinio. Una forma de censura como cualquier otra.

En Zenda reproducimos el arranque del relato que más ha molestado al gobierno salvadoreño, “Barberos en huelga”, presente en Sustancia de hígado (Altamarea).

***

BARBEROS EN HUELGA

Día 1

Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales… Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos.

A menos que fueras mujer. Joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4

Salí de la casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de súper. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. Pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy, los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6

Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la Federación Nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la Federación Nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del Mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8

Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10

«¿Dónde he visto ese corte mierda antes?», pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de cobradores de la 42.

«Qué corte más mierda», pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12

Anoche no dormí nada. La vecina Elena despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15

Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

«Yo quería ese», dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. «Como el Cabrita Lena», dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16

A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18

Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá. Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

«Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal», era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

«¿Quién putas es Alexis?», pensé yo, con el celular en la oreja.

(…)

—————————————

Autora: Michelle Recinos. Título: Sustancia de hígado. Editorial: Altamarea. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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