La anécdota que hoy abre las Romanzas la protagoniza Unamuno, y da fe de lo firme que se mostraba siempre el vasco a la hora de defender aquello en lo que creía. Mas no desde una perspectiva dogmática, sino desde un escepticismo culto y maravilloso que le hacía progresar intelectualmente; ya que, como buen profesor, creía mucho más en las ideas que en la ideología. Por eso, cuando Unamuno acudió a un congreso sobre Charles Darwin en Valencia donde la mayoría de los ponentes centrarían su conferencia en masacrar y vilipendiar al científico inglés, don Miguel tomó asiento para impartir su clase como si se tratara de un aula. Huelga decir que el profesor defendió las tesis darwinianas, para escándalo de público y prensa. Cuando un concejal valenciano insultó a Unamuno, este respondió: lo importante no es venir del mono, sino dejar de ir a él. Días más tarde, con la ciudad levantada contra el escritor, se acercó a un fotógrafo famoso en Valencia. Al ir a retratarle, y sabedor de la polémica que había suscitado su intervención en el congreso sobre Darwin, el retratista le avisó al hacer la foto: cuidado, de fondo aparece una cruz colgada en la pared. Ufano, Unamuno sacó un crucifijo del bolsillo y pidió ser retratado con él.
Leo una noticia, ya en el presente. Los padres de un instituto público de Laguna de Duero, en Valladolid, han denunciado a un profesor de tercero de ESO por el siguiente motivo: el docente obliga a los alumnos a tachar el lenguaje inclusivo de los libros de texto. Por supuesto, la corriente woke ha olido sangre y se lanza a por el caballero. Entre las voces críticas está la de Cristina Fulconis, presidenta del sindicato de enseñanzas Stecyl, quien condena lo ocurrido: «El uso del lenguaje inclusivo es fundamental para seguir avanzando en la igualdad entre mujeres y hombres», asegura. Antes de rebatir tan peregrino razonamiento, permita el lector que el arriba firmante muestre solidaridad con este docente, quien como Unamuno resiste la oleada de los valores dominantes.
Efectivamente cabe responder a la señora Cristina, presidenta de sindicatos, sobre el lenguaje inclusivo. No es machista, señorita, utilizar el masculino como género no marcado. Es una evolución fonética del latín, donde los neutros acabados en vocal «u» tónica han desembocado en la apertura de la «o» masculina. Insisto, no es esto machismo, señora presidenta del sindicato, es una cuestión de supervivencia de los órganos fonadores. Así, nos resultó más fácil fonéticamente evolucionar de «templum» a «templo». No pasó lo mismo con algunos neutros plurales. Fonéticamente, nos resultó más fácil evolucionar de «fortia» a «fuerza», por ejemplo. La glotis, como ve, no es machista, sino cómoda. Dicho esto, tampoco es machista el lenguaje, señorita, sino los hablantes que lo manejan. Esos mismos críos a los que bombardean con ideología deben crecer en torno al respeto y a la igualdad, no al mercadeo político de turno con gestitos inútiles. Si la sociedad crea individuos libres e iguales, el lenguaje y sus órganos prescriptivos se encargarán de recogerlo. Por lo demás, démosles las gracias a esos docentes que, contra viento y marea, siguen de pie. Que Unamuno os proteja.
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