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El humilde fuego de los pobres - Zenda
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El humilde fuego de los pobres

Lo dejó escrito el maestro Marsé, a través de las palabras del entrañable capitán Blay, en una de sus obras más redondas y enternecedoras, El embrujo de Shanghai: “Los sueños juveniles se corrompen en boca de los adultos”. Y es que, de algún modo, el protagonista, Hugo Bayo, esa especie de pícaro barojiano que no...

Lo dejó escrito el maestro Marsé, a través de las palabras del entrañable capitán Blay, en una de sus obras más redondas y enternecedoras, El embrujo de Shanghai: “Los sueños juveniles se corrompen en boca de los adultos”. Y es que, de algún modo, el protagonista, Hugo Bayo, esa especie de pícaro barojiano que no piensa, sino que actúa, fabulador y romántico, parece ciertamente un primo hermano de esos solemnes mentirosos como el Sarnita y el Java de Si te dicen que caí. Huguito es otro nuevo y lúcido contador de “aventis”, de historias basadas en habladurías y en trolas que suenan a verdad verdadera, más palpable y visible que la realidad que nos circunda. Hugo, de carácter viciado y solitario, busca de manera constante demostrar su valía. Y teme que, en tanto espera ver reconocidas sus cualidades innatas, su genialidad se quede en nada.

"En el relato de Luis Landero hay, como sucede en otra novela picaresca hoy casi olvidada del todo, el Guzmán de Alfarache, una barroca lección de ascetismo."

Es una novela de secretos. Y de descubrimientos. Quien posee la información tiene el poder de manipular a los demás seres humanos a su antojo. Lo que sucede es que, en este caso, Landero, en su línea habitual, entre cervantina y galdosiana, se decanta, una vez más, por lo paródico, y convierte un problema personal, íntimo, de su personaje en una gran hoguera con la que se pretende incendiar el mundo. La vida negociable es, por lo tanto, una novela de búsqueda, un bildungsroman con todas sus letras. Estamos ante un joven que pretende descubrir su propia naturaleza, los trampantojos de un mundo que amenaza con hacerse añicos. Y en esa búsqueda de sí mismo se da de bruces con una serie de obstáculos y dificultades, capaces de poner a prueba las virtudes del héroe. La versión más moderna es el Ulises de Joyce, pero entre los nuestros cunden los ejemplos en el inexcusable Lazarillo o en el propio Quijote. En el relato de Luis Landero hay, como sucede en otra novela picaresca hoy casi olvidada del todo, el Guzmán de Alfarache, una barroca lección de ascetismo y, sobre todo, desengaño a espuertas, lo que también le pone en contacto con la más pura esencia de la posmodernidad.

Y a propósito de secretos: para descubrir algunas de las claves de La vida negociable es preciso volver a su obra precedente, El balcón en invierno. El omnipresente primo Paco del libro de 2014 tiene mucho que ver con el Hugo del de 2017. Un primo Paco que nos sorprendía por sus cualidades y sus múltiples ocupaciones: escultor, pintor, inventor, guitarrista, torero, zahorí, cazador, pescador, electricista, mecánico, “el que todo lo sabía y todo lo podía, el versado en misterios, el que no se cansaba nunca de soñar y vivir”. Casi como Hugo, quien, a última hora, también descubre la lectura (Shakespeare, Moratín, Cadalso, Valle, Platón, Maquiavelo...), y hasta es tan iluso de llegar a pensar que los libros firmados por estos podía haberlos escrito él mismo.

En cuanto a su técnica, la obra que ahora pone en nuestras manos Landero tiene mucho de cuento al amor de la lumbre. Y tanto es así que no disimula las llamadas al lector, ese aire juglaresco, de arenga de plaza de pueblo, con el que se inician estas deliciosas páginas: “Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles”.

"En La vida negociable apenas hay alusiones al tiempo ni al paisaje. Y, en todo caso, el espacio urbano que aparece posee un matiz rural, con su correspondiente olor a campo, que nos devuelve al Landero de siempre."

El autor trata con enorme delicadeza a todos sus personajes, evitando el ridículo y tratando de justificar cada una de sus actuaciones. Son actos, en la mayoría de los casos, no demasiado ejemplares, pero su lucha por la vida y el hastío que arrastran los convierten, a los ojos del lector, en seres nobles a los que el mundo no ha terminado de reconocer sus muchas potencialidades. Desde su propio padre, autor de un memorable y quijotesco discurso que destaca en el conjunto de la obra, hasta la siempre apurada y sufrida madre, y Leo, la chica feúcha, excéntrica y “desgalichada”, pasando por todos los “amos” (el brigada Ferrer, el viejo Baltasar) que le salen a Hugo al paso. Es el padre de Hugo quien le recuerda, una y otra vez, que todo en la vida es negociable, que hasta la felicidad se negocia, y también los sueños y las ilusiones.

En La vida negociable apenas hay alusiones al tiempo ni al paisaje. Y, en todo caso, el espacio urbano que aparece posee un matiz rural, con su correspondiente olor a campo, que nos devuelve al Landero de siempre. Y con la sutilidad a la que ya nos tiene acostumbrados, el autor de estas páginas marca la particular cronología de su personaje a través de pequeños detalles, como es el hecho de pedir una copa de coñac que lo convierte, con su elipsis correspondiente, en adulto.

No se halla ausente, de ningún modo, el humor cervantino del que siempre ha hecho gala, con un particular discurso sobre las armas y las letras, transformado aquí en un enfrentamiento entre la cultura civil y la cultura militar. E inventa palabras, como “pelucando”, y florecen frases verdaderamente geniales, marca de la casa, en plan ramoniano, como cuando define a una sencilla castañera como una “deidad protectora del humilde fuego de los pobres”.

El 5 de agosto de 1883, en El día, Leopoldo Alas Clarín, que estaba a punto de ver publicada su obra maestra, La Regenta, ejerciendo su labor de perspicaz crítico, plasmaba el juicio siguiente a propósito de El doctor Centeno, la obra de Pérez Galdós que acababa de salir a la luz: “A la sencillez y naturaleza del asunto, debe corresponder la naturalidad y sencillez del estilo”. Esas mismas palabras, más de dos siglos después, podrían aplicarse a la novela que aquí se reseña, a La vida negociable, sin modificar ni una sola coma, y sería la forma más correcta de definir un libro que porta el inequívoco sello de su autor: un Landero que, como el inmortal don Benito, convierte en materia novelable todo aquello en lo que posa su mirada, y en oro todo lo que toca.

Autor: Luis Landero. Título: La vida negociable. Editorial: Tusquets. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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José Belmonte Serrano

José Belmonte Serrano (Murcia, 1957), fue, hasta 1992, profesor de Lengua y Literatura en Educación Secundaria. Desde 1997 hasta 2016 fue Profesor Titular de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia. Desde 2016 es Profesor de Literatura de la Facultad de Letras de la misma institución. En la actualidad, forma parte del Consejo Editor de las revistas Scripta Mediterranea, de Canadá, Letras Peninsulares, de los Estados Unidos, y Ocnos, de la Universidad de Castilla-La Mancha. Es codirector de Hécula, revista de la Fundación Castillo-Puche de Yecla

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