Portada: Emilio Pascual, autor de un libro sobre bibliotecas imaginarias, en una biblioteca real. ©️ Urdaci
Cuando se habla de bibliotecas, inmediata e inevitablemente nos llegan dos nombres: don Quijote y Borges, dos referencias de las que no estamos tan seguros quién es el ficticio y el real. Y es posible que los dos se encuentren en una esfera similar: Cervantes inventó el Quijote, que se independizó y tuvo vida propia, y Jorge Luis Borges, que no tenía tanta vida propia, creó a Borges, el personaje, y se entretuvo en acompañarlo. Y si nos referimos a bibliotecas imaginarias, como es el asunto que nos ocupa, se nos aparecen esos dos mismos nombres: don Quijote, y la biblioteca que le volvió loco y expurgan el cura y el barbero, por un lado, y Borges, el autor que concebía el universo como una inmensa biblioteca.
Emilio Pascual, un visitador con lupa que todo lo observa y todo lo relaciona, recorre, como un detective, como un notario, como un escritor, las bibliotecas imaginarias, desde la biblioteca de la abadía sin nombre (El nombre de la rosa, de Umberto Eco) a la Biblioteca de Babel (del cuento del mismo título de Jorge Luis Borges), incluidas la Biblioteca de Alejandría, que existió pero que está perdida en la Historia, y la Bibloteca celestial, o sea, en la otra esfera, como la concibió Fred Schepisi en El genio del amor.
Y entre medias, todas las que, por nuestras lecturas novelísticas, podríamos reconocer, y aún más. Citemos algunas: la biblioteca de Tom Sawyer (Mark Twain), de David Copperfield (Dickens), de Bouvard y Pécuchet (Flaubert), de Emilio (Rousseau), del Nautilus (Verne), de Kakania (Musil) de los Finzi Contini (Bassani), y así hasta 75. En esta amplia selección los autores españoles —todo un detalle— gozan de un notable protagonismo. Aquí descubriremos, entre otras, la biblioteca de Torquemada (Galdós), de Cincunegueti (Baroja), de Pepe Carvalho (Vázquez Montalbán), de Manuel (Muñoz Molina), o la biblioteca de los libros olvidados, de Ruiz Zafón.
Los textos, como las propias bibliotecas, tienen un tamaño desigual, y se nos escapa cuál ha sido el criterio del autor para enumerarlos, ya que no es ni alfabético ni cronológico, y mucho menos —ya pura fabulación— según el número de volúmenes que albergan esos estantes. Para dar una idea de la grandiosidad de este trabajo, diremos que en el índice onomástico hay unos 3.000 nombres de autores y obras de referencia recogidos en un apéndice de 80 páginas. Emilio Pascual, un erudito, un sabio, un raro en el buen sentido de la palabra, es un personaje de otro tiempo. Fue editor de Cátedra, obtuvo el Nacional de Literatura Infantil con Días de Reyes Magos, y es un hombre cordial y sencillo que conoce, ama y ha vivido entre libros. Su gran pasión es el Quijote, que habrá leído decenas de veces, y es capaz de citar de memoria capítulos enteros (que yo lo oí).
Si Borges es Funes el memorioso, Emilio Pascual sería su discípulo aventajado, y yo habría regalado con gusto los premios Planeta de este siglo por asistir a un diálogo entre ambos, que sería, sin duda, una conversación infinita. El gabinete mágico es una pequeña joya que hay que tener, acariciar, consultar y releer, y que agradecemos enormemente los amantes de los libros.
No es habitual que se publiquen, en estos tiempos, libros de entrevistas, ya que éstas se multiplican y se perpetúan en el espacio virtual, y con un poco de habilidad podemos disponer de casi todas las que se nos antojen a un golpe de clic; lo que contrasta con otras épocas —los 70 y los 80— donde era frecuente su publicación y había grandes entrevistadores que marcaron época y estilo. La entrevista tiene su arte y su artesanía, y bien sabemos que hacer una mala entrevista es lo más fácil del mundo (lo estamos viendo en multitud de publicaciones, blogs o páginas personales de Internet) mientras que elaborar una gran entrevista es una de las tareas más difíciles del periodismo.
No es habitual, decía, y sin embargo, casi al mismo tiempo, acaban de aparecer dos libros de entrevistas (¿quién compra libros de entrevistas, por cierto?) muy distintos entre sí, en cuanto a intenciones y contenidos, de tres periodistas españoles, cuya trayectoria está ligada a la cultura. Entrevistas con Historia (no confundir con el mítico Entrevistas con la Historia, de Oriana Fallaci, 1974) es una obra que recopila 60 entrevistas a 60 autores de novela histórica (sólo hay ocho extranjeros), lo que da una idea bastante aproximada del panorama español de este tipo de narrativa, así como de sus temas y épocas; siendo la Alta Edad Media una de las favoritas, aunque últimamente han coincididos varias obras sobre uno de los asuntos más apasionantes y, hasta entonces, menos tratado, que es la llegada de los musulmanes a la península y los años posteriores.
Sus autores son Javier Velasco y David Yagüe, dos periodistas que, desde Todoliteratura, y 20 minutos, han seguido minuciosamente la evolución de este tipo de novela y han contribuido a su difusión y popularidad. Animadores de certámenes, coloquios y presentaciones, en especial el Certamen de Novela Histórica de Úbeda, posiblemente sean los periodistas que mejor conocen la novela histórica española. Aunque no están todos los que son —y cada cual puede echar en falta nombres concretos—, este libro es una especie de mosaico de pequeñas piezas que nos da una idea de la novela histórica española de hoy. No son entrevistas de fondo, sino piezas puntuales sobre la publicación de una determinada novela, pero los autores hacen una breve semblanza del autor y de su obra, lo que nos ilumina y pone en situación, antes de llegar al turno de las preguntas y respuestas, que es la estructura habitual de la mayoría de las entrevistas.
El libro, en el fondo, es como una especie de picoteo en la Historia (no sólo de España), que nos descubre anécdotas y personajes que no conocíamos o nos pasaron desapercibidos. Me ha llamado la atención que Luis Zueco, uno de los más sólidos autores en este género, que acaba de publicar El tablero de la reina, dijera que la Edad Media acaba con la implantación de la imprenta, cuando en los libros de texto señalaban la caída de Constantinopla o el Descubrimiento de América, pero su razonamiento me convence y ahora mismo se lo compro, lo mismo que compraré su obra El mercader de libros.
También los escritores son los protagonistas de La conversación infinita, un libro que recoge entrevistas con algunos de los autores fundamentales en la cultura europea. Su autor, Borja Hermoso, es un periodista de larga trayectoria, que ha trabajado en El Mundo y El País, dos medios que abren muchas puertas, y de ahí la entidad de los entrevistados. Se abre con dos pesos pesados. De entrada, George Steiner. Hermoso narra las dificultades que tuvo para llegar finalmente al autor de La idea de Europa, a quien visitó en su casa de Cambridge a sus 88 años (una gran entrevista, por cierto); sigue con Jürgen Habermas, el discípulo de Adorno, a quien visita en su casa de Starnberg a sus 89 años, para seguir en París con Gilles Lipovetsky, el pensador frances «de maneras exquisitas y juicios demoledores (que) lleva 40 años metiendo el bisturí en las zonas pantanosas de las sociedades modernas», y de ahí seguimos a Pascal Bruckner y Adela Cortina, la primera española de los doce españoles elegidos, entre ellos Juan Marsé e Irene Vallejo.
El libro, que se inicia con el pensamiento y prosigue con la literatura, finaliza con la ciencia. Borja Hermoso concibe la entrevista como una conversación, de ahí que se lean tan bien y nos gusten tanto, especialmente si el entrevistado colabora para crear el tono adecuado, que es lo normal en un gran personaje; lo que pasa es que a veces no todo el mundo tiene días buenos, como le sucedió con Ernesto Cardenal, casi un intento de algo; y se saborea mejor esa conversación cuando es una entrevista de fondo al personaje, y no una puntual por una sola obra, como sucede con la del Nobel chino Gao Xingjian o Javier Marías.
Antes de las 28 entrevistas Borja Hermoso escribe una entrañable introducción, de obligada lectura, «Sabrán perdonar»: desde la humildad, la sencillez y la suave ironía, el autor reconsidera sus ideas sobre el género y cuenta las vicisitudes que tuvo para llegar a ciertos autores, así como algún detalle no incluido en el texto final. En esta confesión, que se nos queda corta y de la que querríamos más, recuerda la que fue su primera entrevista como tal, en 1987, siendo becario en Diario 16, y cómo el jefe de cultura le dijo que fuera a entrevistar a «un poeta ruso», un tal Brodsky (sí, el Nobel Joseph Brodsky).
Algo que me hizo recordar una de mis primeras entrevistas como periodista en prácticas del mismo periódico unos años antes. Un día, nada más llegar a la redacción, mi jefa, Juby Bustamente, me dijo: «No te sientes y vete al Palace a entrevistar a Borges. Que en documentación te busquen algo» (seguro que le había fallado alguien). Y si lo cuento aquí es para señalar que la vida de los becarios de ahora no tiene nada que ver con la de aquellos tiempos del periodismo dorado, y también para acabar —igual que en el ballet— como hemos empezado: con Borges.
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