Como quiera que esta sección empieza cada martes con una anécdota o episodio cultural, y como quiera también que esta semana era sí o sí un espacio para La Regenta, díganme, queridos lectores, ¿cómo no iban a dar comienzo hoy las Romanzas con la escena del sapo? Supongo que muchos de ustedes ya la conocerán, y aunque tiene un punto de spoileo, la cosa sucede así. La novela se encamina hacia su final, cuando Ana Ozores, ya humillada y destruida por el oprobio y las murmuraciones, se desmaya entre los muros de la catedral. En esas aparece Celedonio, un acólito sucio y escuálido, quien reconoce a la Regenta tirada en el suelo. El resto es mejor que lo describa Clarín: «Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo». Puede verse, en apenas unos renglones, esa capacidad expresiva del autor, ese juego grotesco mezclado con un realismo humano y atroz.
Próximamente se estrena una adaptación de la obra en las Naves del Español, en el Matadero de Madrid. Se trata de una ópera coproducida por el Teatro Real y el Teatro Español, dirigida por América Valcárcel y con música de María Machado. Para aquellos que creemos que La Regenta es probablemente la mejor novela española de todos los tiempos, exceptuando el Quijote, que anda fuera de concurso, lo cierto es que esta noticia es maravillosa. Entre otras cosas, porque esto es algo que le falta a la obra maestra de Clarín: adaptaciones, interpretaciones, distintas visiones de ese dilema universal que plasma el autor con maestría. Al fin y al cabo, pocas veces el arte ha alcanzado una cota similar cuando se trata de reflejar la imagen de la mujer en aquel mundo de las cavernas, en aquel ambiente opresoramente machista.
Pero no es sólo esta temática la que le hace al arriba firmante afirmar que La Regenta es la mejor novela patria. La extraordinaria erudición de Clarín, conocido hasta entonces por su faceta de crítico literario; el tratamiento moral y religioso de una sociedad extremadamente capillitas como lo era la camarilla nobiliaria de Vetusta en el XIX; la descripción psicológica de unos personajes profundos y terriblemente reconocibles por lo más oscuro del alma humana; la capacidad léxico-semántica de cada párrafo; la mezcla de introducir, a la manera de Cervantes, literatura dentro de la literatura —metaliteratura, dirán los modernos—; o, como decía en la anécdota inicial, la capacidad para darle a la realidad una capa de discurso grotesco, actividad necesaria, ya lo decía Valle, para comprender la historia de España. Aspectos todos estos que convierten, como ya dice el título, a La Regenta en uno de los más firmes candidatos a ostentar el título de mejor novela española de todos los tiempos.
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