Portada: Los cuatro grandes escritores del Boom. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.
La decisiva década de los sesenta está representada por los Beatles en la música y por estos Fab Four (Cortázar, Fuentes, Llosa y Márquez) en la literatura. Así que nos vamos a permitir comparar a los cuatro chicos de Liverpool con los cuatro grandes narradores del Boom. Puede parecer una osadía el paralelismo, pero no es una frivolidad. Los Beatles, que eran buenos amigos entre sí, revolucionaron la música popular, y estos cuatro escritores, que fueron muy amigos y se impulsaron los unos a los otros, cambiaron el panorama de la narrativa hispánica. Y los tiempos —el tiempo siempre es dúctil— casi casi coinciden.
En 1964 se inicia la primera gira internacional de los Beatles, al mismo tiempo que se empieza a hablar en todo el mundo de la nueva novela latinoamericana. En mayo de 1967 se lanza Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y García Márquez publica Cien años de soledad, las dos obras que han quedado como el símbolo o las señas de identidad de lo que estamos hablando.
Tras su viaje de meditación a la India, en 1968, los Beatles dejan de ser un grupo para convertirse en cuatro individualidades que van a su aire, como se apreciará en la complicada grabación del álbum Blanco. Ese mismo año, tras apoyar el Mayo del 68 y condenar la invasión de Checoslavaquia, nuestros narradores empiezan a discutir y separarse por cuestiones políticas: los cuatro habían apoyado la revolución cubana, pero tras el caso Padilla —agudizado en 1971— y la falta de libertad en Cuba, ya no será posible la reconciliación.
El 22 de agosto de 1969 se reúnen los Beatles en casa de John Lennon para las fotos de promoción de su último álbum, Abbey Road, que habían acabado dos días antes con la grabación de «I Want You (She’s So Heavy)». Es la última vez que estarán los cuatro músicos juntos. Como será la última vez de nuestros cuatro escritores, quienes el 15 de agosto (pero de 1970) se reúnen en la casa de Saignon de Julio Cortázar. A partir de ahí nunca más volverán a coincidir los cuatro, que fueron —hay que insistir— grandes amigos, muy buenos críticos entre sí, y se apoyaron y ayudaron los unos a los otros.
Todo ello lo hemos visto con nitidez —en primera persona— en las impagables cartas que se intercambiaron durante este tiempo y que ahora se han recogido en un volumen imprescindible para cualquier lector interesado por la historia de la literatura y por lo que hay detrás de las grandes obras y de sus autores: Las cartas del Boom, la mejor sorpresa del 2023. Por cierto, buscando una frase más creativa, habíamos titulado este crónica: «Yesterday, el cronopio, el águila azteca, el inca y el coronel se escriben y hacen boom«, pero finalmente optamos por el criterio periodístico.
Hay que dar las gracias a Carlos Aguirre, Gerald Martín, Javier Munguía y Augusto Wong Campos por esta labor, y por el sustancioso prólogo, lleno de detalles y aclaraciones, en donde se señala que las obras del Boom representan la continuidad literaria que asimiló la novela decimonónica, la vanguardia, el regionalismo y los grandes precursores latinoamericanos: Balzac, Dickens, Joyce, Faulkner, Rómulo Gallegos, Asturias y Borges, pongamos, unidos. Vargas Llosa lo comentó, en una fortunada síntesis, como una mezcla de Los tres mosqueteros y el Ulises. Hay otros autores ligados a este fenómeno literario, como los chilenos Jorge Edwards o José Donoso, quien escribió Historia personal del Boom, o el cubano Cabrera Infante, y etc, que son el acompañamiento, el notable coro de estos cuatro grandes.
¿Cuándo empezó el Boom? No hubo una fecha exacta, sino un sucesivo goteo de publicaciones, pero en 1962 los cuatro publicaron novelas importantes; poco después Carlos Fuentes es traducido al inglés (es el primero), y en 1966 el crítico Luis Hars, en la revista argentina Primera Plana, encuadra a estos escritores bajo la etiqueta del Boom, palabra que hace fortuna, ya que al año siguiente se publica Cien años de soledad, y es el propio García Márquez el que utiliza el término ese mismo año en una carta a Carlos Fuentes, el gran animador del grupo y el autor que, indirectamente, ha hecho posible el volumen que tenemos entre manos.
Porque de las 207 cartas que se incluyen en el volumen, la mayor parte provienen del archivo de Carlos Fuentes, que no sólo conservó las cartas que envió sino también las que escribía; Vargas Llosa sólo guardó las que recibió, mientras que García Márquez y Cortázar no se preocuparon de esa correspondencia. Es Carlos Fuentes quien la inicia, y lo hace exactamente el 16 de noviembre de 1955 para pedirle a Julio Cortázar una colaboración para Revista Mexicana de Literatura. A partir de ahí se van intercambiado cartas de admiración y enviando textos que se leen y comentan. En 1959 aparece Vargas Llosa en un intercambio con Cortázar, al que después se unirá Carlos Fuentes.
El último en unirse al grupo epistolar es García Márquez, que se había ido a vivir a Ciudad de México, y en octubre de 1965 le escribe a Carlos Fuentes para anunciarle que ya tiene el título de la novela que lleva tiempo escribiendo (Cien años de soledad), y poco después le enviará las 80 primeras páginas de ese original, que Fuentes celebrará, moverá y calificará como obra excepcional. Recordemos que Carmen Balcells dirá de sus pupilos que Gabo era el genio y Mario el primero de la clase.
No vamos a comentar el contenido de estas cartas tan necesarias, que se pueden leer como historia de la literatura, y donde Cortázar y Fuentes tienen el mayor protagonismo; sólo recordar —lo recordamos ahora— que Vargas Llosa le dejó a Cortázar su casa de Londres durante un tiempo, pero hacía tanto frío en su interior que el autor de Rayuela tuvo que abandonarla y buscarse un hotel barato pero con calefacción: «Nada me da más terror que una gripe en el extranjero». O cuando García Márquez, agobiado por las deudas, le pide a Carlos Fuentes que le busque una plaza de profesor residente en una universidad norteamericana.
Es Márquez el más informal, el que en sus encabezamientos cambia el querido amigo por mister magister, máester, muchacho y cosas así, y el que destila humor, desenfado y compadreo. En una carta a Vargas Llosa le propone —1967— escribir juntos una novela sobre la guerra entre Colombia y Perú, al tiempo que le dice que en La casa verde hay material para diez novelas. También le confiesa: «Cuando estoy escribiendo no puedo trabajar en nada más, aunque mi esposa y mis hijos se mueran de hambre». La correspondencia acaba como se inició. A partir de 1974 sólo se intercambiarán cartas Julio Cortázar y Carlos Fuentes (García Márquez prefiere el teléfono). El grueso de esta correspondencia se desarrolla en la década prodigiosa de los sesenta, y comentamos como anécdota luminosa que un libro de Cortázar unió —¡qué suerte!— al escritor mexicano y a la bellísima actriz Jean Seberg.
Esta cuidada edición se completa con una cronología necesaria para situarnos, y un valioso apartado de ensayos y entrevistas, donde destacaría las semblanzas de García Márquez y Carlos Fuentes sobre Cortázar tras su muerte, y los muy lúcidos y extensos ensayos de Vargas Llosa sobre Cien años de soledad y Rayuela.
Las lecturas de estas cartas —de este valioso volumen, insisto— me ha empujado a interesarme por el libro de Jaime Bayley, Los genios, una novela que recrea la amistad, el compadreo, la familiaridad de esos dos Nobeles que son Vargas Llosa y García Márquez. Sentía curiosidad por ver cómo la ficción invadía y trataba una realidad ya muy conocida, no en su extensión pero sí como anécdota. La novela parte del famoso puñetazo que Mario le propinó a Gabo en Ciudad de México en 1976, y sobre el que los periodistas hemos escrito más de una vez, y a partir de ahí se recrea, en continuos saltos de tiempo y escenarios, la vida literaria y sentimental de Vargas Llosa con retazos de la de García Márquez, así como su admiración mutua y el desarrollo de su amistad, una amistad familiar y con sus familias.
El interés para el lector —la intriga— consiste en adivinar cómo una amistad tan grande pudo deteriorarse y por qué el puñetazo. Jaime Bayly toma algún material de estas cartas del Boom (las ya publicadas) para su texto, además de la amplia información que existe sobre estos genios, dos amigos que vivían para la literatura y las mujeres. También, no lo olvidemos, Bayly fue muy amigo de Álvaro, el hijo mayor de Vargas Llosa, quien le contaría —antes de romper la amistad— anécdotas y vida cotidiana de la familia. Así que más que una novela basada en hechos reales parece una larga crónica con abundantes diálogos de aquel nuevo periodismo.
El libro se lee bien, a pesar de tanto salto temporal (se echa en falta la fecha de cada capítulo), aunque Bayly no está por la economía de medios: hay demasiadas enumeraciones, y también repeticiones (por ejemplo, que Carmen Balcells le pagaba un sueldo mensual a Vargas Llosa se dice tres veces en las 50 primeras páginas). Y bueno, también emplea el recurso de contar la vida, o alguna anécdota, de todo el que pasa por allí, y así nos enteramos de la biografía de Kiko Ledgard (sí, el de la televisión) y hasta del nombre de sus once hijos.
En una novela de este tipo es imprescindible que lo más inverosímil sea real; o sea, que lo que nos parece inventado haya sucedido, para que la historia se sostenga. Así que, siguiendo esta regla, sospechamos que la amante, Susana Díez Cancedo (los personajes/personas figuran con su nombre y apellidos) le pide realmente a Mario que se circuncide porque no le gusta «una pinga encapuchada», que Neruda se ponía un babero para desayunar o la escena tan cinematográfica en la que el camarero que atiende a Mario y a su amante en Los Ángeles sea su propio padre.
Los últimos capítulos —demasiado alargados— explican con detalle el por qué el famoso puñetazo de Mario a Gabo; es decir, sus antecedentes: una cena en el hotel Sarriá entre Carmen Balcells, Jorge Edwards y García Márquez en honor a la mujer de Vargas Llosa, que regresa a Lima. Ha de ser una noche inolvidable, y como tal comen lujosamente, beben, casi se emborrachan y se van a Bocaccio, donde Patricia Llosa y Gabo bailan, y bailan precisamente «A Hard Day’s Night» y «Help!» de los Beatles, a petición del escritor, antes de enredarse en los temas lentos y en lo que vendría después.
La obra es un complemento oportuno de las Cartas del Boom, y en ella se aprecia la habilidad y el oficio narrativo de un desinhibido Bayly; pero uno, como lector, se pregunta: ¿hubiera sido tan interesante la novela si sus protagonistas en vez de llamarse Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez fuesen Pepe Pérez y José Rodríguez?
Estos dos libros nos muestran el lado humano y cotidiano de nuestros cuatro grandísimos escritores; nos hacen apreciarlos mejor, y quererlos a nuestro modo o entender. Por mi trabajo como periodista cultural de larga andadura, he coincidido, más o menos tangencialmente, con estos autores, aunque sólo he frecuentado profesionalmente al más joven. Ahora, tras leer estas cartas, y si me dieran la posibilidad de elegir, me iría de copas con García Márquez, tomaría café en una larga tarde con Vargas Llosa, sería amigo de Carlos Fuentes —el más generoso, como reconoce Márquez—, y me gustaría ser el vecino de piso de Julio Cortázar para coincidir en la escalera o en el bar de la esquina y cruzarnos algunas palabras, aunque fuese sobre el tiempo, todos los días. Con los Beatles también haría mi propia elección, pero eso es algo que aquí no viene a cuento.
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