Supongo que la mayoría de los aquí presentes ha leído El Mundo de Ayer, de Stefan Zweig, esa suerte de diario íntimo escrito por un hombre absolutamente destruido, maniatado por la muerte y las guerras que asolaban el mundo allá por los años 40 del siglo pasado. En el fragor de esa angustia bélica, el novelista compara ese mundo fanático y letal con ese otro mundo que llama «de ayer», previo a la Primera Guerra Mundial, y que resultaba, visto en perspectiva, tan pacífico como poco valorado. Es cierto que Zweig habla de un hábitat mayoritariamente judío, con su orden y su cultura siempre estrictos, con su ópera y su poesía de Rilke y sus cafés de lujo. Es cierto también que habla de aquella Viena cosmopolita y refinada. Probablemente en otros lugares y en otros nichos sociales el discurso sería diferente; pero, en cualquier caso, el libro resulta una radiografía perfecta de hasta qué punto puede llegar la sociedad cuando la locura colectiva y el fanatismo político se apoderan de ella. Un enfrentamiento magnífico del ser humano racional y lógico contra el ser humano salvaje y disparatado.
Leo por ahí que una profesora de Estados Unidos ha decidido prohibir El Mundo de Ayer entre las lecturas de su instituto. El motivo, dadas las circunstancias en Israel y Palestina, es que el libro hace apología de un semitismo moderno y en algún punto clasista que esta supuesta docente no está dispuesta a permitir. Me la puedo imaginar ahí, enarbolando la bandera de Palestina mientras quema los libros de Zweig en el patio del colegio. Pero no se engañen. Esta suerte de locura canceladora, que ya era alarmante en tiempos de paz, se acrecentará con cada conflicto, y no dejará lado de la trinchera sin machacar. De este modo, habrá quien se deshaga de Amos Oz por haber nacido en Jerusalén, como habrá quien destruya los libros de Mahmud Darwish por ser palestino. Es el terreno que hemos ido abonando, es nuestro particular mundo de ayer.
Precisamente por esto, porque en tiempos de conflicto, de pulsaciones altas, de discordias, de muerte, es fácil tomar decisiones de este tipo, el gesto de la cancelar, de prohibir o censurar es altamente insensato cuando se atraviesa un periodo racionalmente pacífico. Esta misma profesora se ha acostumbrado a pretender eliminar del imaginario las novelas de Tom Sawyer porque los negros son esclavos o a Shakespeare porque fue un homófobo, y ahora pretende hacerlo con Zweig por judío, cuando precisamente Zweig construyó uno de los mayores discursos pacificadores de la historia de la literatura. En un mundo con guerras en Europa, en Oriente Próximo y quién sabe si no hace falta que China haga algo en Taiwán para que el conflicto sea global, este modo de concentrar el odio en pequeñas acciones cotidianas como es la lectura de un libro en una clase cualquiera de un instituto de cualquier parte resulta, cuando menos, inconsciente y peligroso. Así que cuando alguien escriba sobre el mundo de ayer que conoció ésta, nuestra generación, espero que dejen bien reflejada la estupidez y la necedad que nos invade cada día. La estolidez de quien lo tuvo todo y lo perdió por su propia pereza moral.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: