¿Cuándo dejas de tener derecho a defenderte? ¿En qué momento se impone el «bueno sí, pero es que…»? En el caso de Israel parece que al nanosegundo, con los cuerpos aún sin recoger, con las vidas arrebatadas, sin tiempo para llorarlas porque el espanto señorea sobre el llanto. En ese preciso instante en que lo natural es que reine el deseo de venganza, la purria ¿bienintencionada? decreta cúal debe ser la reacción del agredido. Se abren libros de Historia, se delinean mapas, se buscan razones para la sinrazón de la barbarie y se exige al agredido que entienda que de alguna manera se lo ha buscado, por judío, por ser la anomalía de Yahveh allí donde por lo visto solo debe venerarse a Alá.
Condenamos lo que va a ocurrir, lo que ya está sufriendo la población de Gaza, pero obviamos lo padecido en las aldeas israelíes cuando aún huele a pólvora, sangre, a carne abrasada. Exigimos a la víctima lo que condonamos al verdugo.
¿Cuál es el pecado original de Israel? ¿Cuál es la virtud primigenia de Palestina? ¿Qué hace maldita a una democracia y bendita a una teocracia?. ¿A un Dios frente a otro?.
La revolución pendiente del Islam es arrojar al sumidero de la historia no su fe sino su fanatismo. Ese peldaño que le mantiene en el medievo es el que no acaban de subir gran parte de sus fieles. Uno que permita ser homosexual, mujer, divorciarse, poner los cuernos, o cagarse en Mahoma, yo que sé. Que acepte lo que en esta tierra de infieles se deja hacer a todo ser humano: existir de espaldas al cielo sin que por eso te condenen al infierno.
Eso, ya ven, se acepta en Israel. En la Gaza de Hamás, no. Es verdad que nos espantará la fauda desatada sobre la inocente población de esa colmena de miseria, corrupción y fanatismo de la Franja y quienes han sido siempre marionetas de regímenes dictatoriales sometidos por emires, jeques y ayatolás, tanto da, serán ahora además los escudos bajo los que se protegerán unas bestias pardas, el escalón más bajo de la condición humana. Esa basura repugnante tiene inexplicablemente la baraka de una pléyade de intensitos que desde sus cómodos salones occidentales dictan su fatwa sobre un pueblo que ha tenido la mala fortuna de existir allá donde quieren su destrucción. Un pueblo que, vaya, ha progresado, se ha modernizado y democratizado infinitamente más que sus vecinos. Miren alrededor de Israel, un vistazo nada más. Ahora pregunten a todos los voceros de Hamás a este lado del Mediterráneo dónde podrían vivir su progresismo, su comunismo, su anarquismo, su ateísmo, en definitiva, su libertad de ser lo que quieran y ejercerlo como quieran. Pregunten si la primera opresión, la más cruel y bárbara, que padecen los palestinos es la de unos fanáticos que han convertido a Alá en látigo, su coartada para lograr con la vara lo que son incapaces de conseguir con la palabra.
Si Alá es tan grande cómo es que lo convierten en un dios tan pequeño, tan mísero, tan diabólico, tan fiero, tan lejos de la piedad, tan cerca del odio, con tanto mal en su nombre, como si creer en él no pueda ser una opción sino un decreto. ¿Qué mérito hay en eso, qué Dios es ese que se impone a sangre y fuego?
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