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Pero al fin y al cabo, en pie - Diario de un escritor quejica
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Pero al fin y al cabo en pie

A las buenas, querido lector. En esta ocasión no me quiero extender demasiado con el inicio, por lo que sencillamente te diré que gracias una vez más por estar ahí. Y ahora, vamos. Nos quedamos con que me acababan de diagnosticar un tumor en el tiroides, uno jodido, además. No sé si te conté que...

A las buenas, querido lector. En esta ocasión no me quiero extender demasiado con el inicio, por lo que sencillamente te diré que gracias una vez más por estar ahí. Y ahora, vamos.

Nos quedamos con que me acababan de diagnosticar un tumor en el tiroides, uno jodido, además. No sé si te conté que no fui consciente en esos momentos de lo grave de la situación, pero ahora te lo cuento. No, no lo fui, quizá me negué un poco a llamar a las cosas por su nombre. Aunque creo que si lo hice, fue de manera inconsciente. El caso es que hasta casi el día de hoy no fui consciente de la gravedad del cáncer que sufría. Tenía mis momentos de bajón, lloré, lloré mucho, claro. Pero también intenté levantar la cabeza las veces que yo podía —y las que no, mi mujer me obligaba a hacerlo (excepto cuando ella entendía que debía llorar sí o sí)—. Me seguí refugiando en tratar de dar forma a la nueva novela, por lo que tener tanto tiempo libre no me estaba viniendo mal del todo. Supongo que pensarás que no podía ocurrir nada más. ¿Seguro?

"Lo malo es que llegando el mes de febrero, cuando ya hacía casi un año que habían comenzado los problemas de verdad, eso se intensificó."

Pues sí, sí podía. Ya te comenté que sentía un dolor generalizado que a veces se volvía insoportable, sobre todo en piernas. Pasó la Navidad y algunas noches notaba como la visión del ojo derecho me desaparecía algunos segundos. Sí, se me iba, sin más. Sin estar haciendo nada en concreto. Joder, no sabía muy bien a qué achacarlo. Además, como eran episodios tan separados entre sí, decidí no darle demasiada importancia. Lo malo es que llegando el mes de febrero, cuando ya hacía casi un año que habían comenzado los problemas de verdad, eso se intensificó y durante varias noches seguidas perdía la visión del ojo derecho durante unos segundos.

Recuerdo que era un viernes cuando decidí ir a mi médico de cabecera. Me molestaba mucho la luz, en general. Nada más verme me dijo que acudiera al hospital de inmediato.

Fui con un volante urgente para el neurólogo. No tardó en verme y ordenó mi ingreso de inmediato. Yo, en parte asustado, en parte conociendo la de visitas y pruebas que me iban a realizar durante el fin de semana —ninguna—, pedí que me dejaran pasar el finde con mi mujer y volver domingo para el ingreso. Así fue. Durante ese fin de semana, tenía que ir con gafas de sol a todos lados. Me molestaba cualquier luz demasiado. Además, las piernas me dolían más y más. Y no sólo eso. El tronco, en general, también me dolía mucho a ratos. Cuando llegó el día del ingreso, yo notaba que había una parte de la periferia de mi ojo derecho que lo veía todo negro. Las pruebas comenzaron de inmediato. Las primeras sospechas: esclerosis múltiple. Daba el perfil en algunos aspectos, las pruebas que me harían a lo largo de la semana servirían para dilucidar si era así o no. La cosa comenzó con una punción lumbar para extraer líquido de la médula. Los que conozcáis esa prueba, sabréis lo molesta que es. Los que no, os contaré que es lo más desagradable que me han hecho jamás. Al pincharme, tocaron algún nervio —cosa normal, al parecer— y mi pierna comenzó a dar coces haciendo que no sólo pareciera un asno por mi aspecto físico. También por los movimientos. No recuerdo si rebuzné o no. Pero no me hubiera extrañado.

"Cuando me dieron el alta no tenían del todo claro qué me había pasado. Había una serie de factores y resultados que indicaban que tenía esclerosis múltiple, pero había otros que no, por lo que no era posible un diagnóstico claro."

Aparte de eso me hicieron varias pruebas cerebrales y en el nervio del ojo con las cuales sacaron que lo que sufría en el ojo era una neuritis óptica retrobulbar. ¿Cómo te quedas? Yo tenía la misma cara que tú al leerlo. Resumiendo, se me hinchó el nervio óptico. De ahí los dolores y la visión defectuosa. El problema vino cuando a lo largo de la semana que estuve ingresado, la visión fue poco a poco desapareciendo. Se me dijo que era normal. Típico cuando ocurría algo así. Imbécil y esperando de mí, pregunté qué tardaría en recuperar la visión en ese ojo. Se me dijo dos o tres meses, como mucho. Han sido los dos o tres meses más largos de mi vida, pues a día de hoy, cuatro años después, sigo ciego de ese ojo. Y parece que será para siempre. También, durante mi estancia en el hospital, el dolor en las piernas se intensificó. Cada vez me costaba más andar. Salía a dar paseos por los pasillos del hospital para desentumecer en medida de lo posible con mi mujer y me adelantaban señoras con andador y ciento noventa años a sus espaldas. Cuando me dieron el alta no tenían del todo claro qué me había pasado. Había una serie de factores y resultados que indicaban que tenía esclerosis múltiple, pero había otros que no, por lo que no era posible un diagnóstico claro. Para más inri, hubo una cosita en mi sangre que daba positivo y que les hacía balancearse hacia otra enfermedad: el anticoagulante lúpico daba positivo.

¿Que qué es eso? Pues ni puta idea, pero parece ser que eso les hacía inclinarse hacia el lupus —que es una cosa parecida a la esclerosis pero a su vez distinta. Aunque en ambas predomina el dolor extremo y que te tengas que joder y aguantar—. Se me derivó también a reumatología para tratar de averiguar desde ese punto. Llegó un momento que visitaba a unos once especialistas distintos —y cuando digo eso, me refiero con sus once especialidades distintas—. También se me derivó a la unidad de vértigo. Un pitido constante y muy molesto me acompañaba —y de hecho, aún lo hace— cada día, a cada hora, en mi oído derecho.

"Entonces me miré al espejo, me vi a mí mismo algo demacrado, pero al fin y al cabo en pie tras todo lo que estaba sucediendo. Y, sobre todo, vivo."

No sé si te conté, además, que sufría de varios cólicos nefríticos debido a lo del tumor en el tiroides, por lo que mi día a día era un festival. Un jolgorio, vamos. Seguí sacando momentos, entre pastillas, dolores y quejidos para juntar algo más de letras. La novela me estaba gustando, cosa importante para un escritor. Me estaba atreviendo a montar algo así negro con un trasfondo religioso por detrás, con mucha muerte y sangre. Puede que fuera un propio reflejo del caos que reinaba en mi cabeza, pero fui capaz de estructurar una historia, a mi modo de ver, algo más compleja que con la primera novela, y estaba quedando algo muy resultón. Algo que a mí me gustaría leer. Fue entonces cuando lo comprendí. Necesitaba escribir para mí. No para la gente. Es inevitable pensar que ambas cosas van de la mano, pero hice que imperara más la primera que la segunda. Yo era —y soy— un lector exigente. Necesitaba que el Blas escritor ofreciera algo al Blas lector capaz de saciar su sed, y lo estaba consiguiendo. Eso me dio alas para continuar. Mi futuro laboral cada vez estaba más negro, todavía no lo sabía a ciencia cierta, pero intuía que nada sería igual en ese aspecto. Empecé a soñar con más fuerza sobre convertirme, algún día, en un escritor medianamente decente. Aquello podía sonar a utopía, muchos empiezan este camino pero muy pocos llegan al final. Entonces me miré al espejo, me vi a mí mismo algo demacrado, pero al fin y al cabo en pie tras todo lo que estaba sucediendo. Y, sobre todo, vivo. Si podía llevar toda esa mierda adelante, ¿por qué no luchar si quería ser escritor? Lo haría, lo conseguiría.

Y hasta aquí te sigo contando. Muchos me preguntan por correo si esto que cuento es real o forma parte de una ficción que adorna el texto. Solo te puedo responder que ojalá. No, no es una ficción, es tan real que duele, pero tan real que me hace sentirme vivo y que me hace armarme de valor para contarte todo esto. No te quiero dar una lección de vida, no. Cada uno sabe qué hace y cómo lo hace. Solo trato de demostrarte que se puede. Claro que se puede. TODO se puede.

Si te ha gustado el texto, o no, me lo puedes contar tanto a través de mi correo (BlasRuizGrau@Hotmail.com) o mi Twitter (@BlasRuizGrau [ES NUEVA LA DIRECCIÓN]). Contesto a ambas cosas siempre, por lo que te animo a hacerlo. Nos vemos en un par de semanas, ¿no?

Hasta entonces… Vive y disfruta la vida.

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Blas Ruiz Grau

Blas Ruiz Grau (Rafal, Alicante, 1984). Informático y escritor. Auto publicó su primera novela (La verdad os hará libres) en 2012, con una buena acogida por parte de los lectores. Su segundo trabajo (La profecía de los pecadores, 2013) ya ha superado las 80.000 copias (papel y digital), obteniendo diversos números 1 en todo el mundo en las listas de los más vendidos de Amazon y Casa del Libro. Kryptos (2015), en apenas unas horas, se colocó número 2 en los más vendidos de Amazon y en muy pocos días alcanzó el número 1, hecho que se repitió hasta en una decena de ocasiones y en una larga lista de países. Un fenómeno de ventas con el que decidió donar todo su beneficio a la ONG Educo, que se encarga de dar de comer a los más pequeños. Al poco tiempo acabó fichando por Ediciones B. Pronto publicará dos nuevos trabajos. Su presencia en redes sociales, sobre todo en Twitter, es muy activa (@BlasRuizGrau).

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