Marcos Herrera es un narrador y poeta nacido en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1966. Su libro Músicos de frontera (1992) ganó el primer premio del Concurso de Poesía organizado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (su jurado estaba compuesto por Joaquín Giannuzzi y Mónica Sifrim, entre otros). En 1999, Ricardo Piglia incluye su relato «Cacerías» en la antología Las fieras, antología del género policial en la Argentina. En el año 2000, su novela Ropa de fuego obtiene el premio del Fondo Nacional de las Artes. Ha publicado los libros de poesía El núcleo de la soledad (Caleta Olivia, 2022), Músicos de frontera (Mar Blanco, 1992), Pulgas (1987) y Modo de final (El Mono Azul, 1986). En narrativa ha publicado La escuela de satán (relatos, Edhasa, 2017), Polígono Buenos Aires (novela, Edhasa, 2013), La mitad mejor (novela, 451 Editores, 2009), Ropa de fuego (novela, Lengua de Trapo, 2001) y Cacerías (relatos, Simurg, 1997). Presentamos una selección de sus textos y un poema inédito.
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En la manada
Los lobos tienen los ojos calientes
nieve y sombras.
Los lobos comen hasta el dolor.
Los lobos flacos.
La noche bombea crudeza al cielo.
Los cazadores esperan fumando.
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TREN
Estoy en la sala de espera de la estación de trenes. No me acuerdo del nombre del pueblo: cuatro casas y ocho fantasmas y una estación de servicio Shell muy luminosa, llena de bichos nocturnos y de camioneros que recorren esa parte del país llevando el producto de las cosechas, máquinas agrícolas, fertilizantes, agroquímicos, etcétera; donde los reciben perros que ellos alimentan y con los que hablan. Uno de los perros (el líder) tiene sarna (la luce como una condecoración) y, a veces, vuela montado en un balde. Ese perro, al que el encargado de la noche llama Diablo, supo defender la recaudación cuando tres pistoleros intentaron llevársela. No le importaron las armas de los tipos. Ladró y mordió. Y cuando los otros perros vieron que los hombres empezaban a perder se sumaron hasta que los ladrones rajaron. Anoche estuve tomando café y fumando con uno de los empleados de la estación de servicio. Por eso sé esta historia.
Pero ahora estoy en la estación de trenes. La llanura es la noche. Los camiones se hunden en los brazos de la oscuridad rumbo a destinos inexistentes mientras la noche dura. Yo camino, pateo colillas y cuento baldosas mientras se queman los cisnes del invierno. Pienso en los muertos que salen a beber por el pueblo con sus medallas de oro en el pescuezo. En el bar los reconocen y los atienden con especial cortesía.
Entre las colillas del suelo, encuentro un cigarrillo fumado hasta la mitad con el filtro manchado con lápiz de labios. Pienso en esa boca. Y en la dueña de esa boca. Podríamos estar juntos, ahora, fumando el mismo cigarrillo, en una pieza limpia, escuchando la radio.
Estoy solo. El tipo que vende los boletos se fue hace rato. No es la primera vez que espero un tren que no llega. Voy a ver si duermo un poco en ese banco.
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Madrigal nº 6
Unas chapas, unas maderas
y un poco de esperanza
pueden construir una
estúpida casa o rancho.
El amor es igual.
Un malentendido.
Pero es imposible escaparse.
Las simbólicas trampas culturales
nos hacen creer que no hay
nada mejor:
ahí es cuando se me empiezan
a ocurrir poemas.
Cristales y palancas para
despertar a un dinosaurio que yo creía
muerto para siempre.
Proust decía que un libro era
como unos anteojos que
te hacían ver cosas que si no no podías ver.
El amor es igual:
los anteojos de Proust, pero con más potencia,
una potencia demencial que todo lo deforma.
No tengo tabla de valores, te dije,
tengo necesidades.
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Humo
Un tren se aleja
en la materia de mis sueños.
Mi madre me enseñó a nadar.
Yo era muy chico. Pocos
años después gané medallas.
Juego con las cartas
de mi historia clínica.
Un tren que se aleja
Es un tipo de final.
Rompo todas las ventanas,
camino por los pasillos.
Un pequeño camión rojo,
un pájaro muerto comido por las hormigas,
me fui a vivir lejos
con una mujer que esperaba otra cosa de mí.
Tuve hijos. Me separé.
Me fui a vivir con otra mujer que sin decir
nada me dio las llaves de su casa.
En las noches de verano
enumero los detalles y luego los olvido.
Las agrias cucharas que me dan de comer,
cuando están vacías,
hacen una música
que solamente yo escucho.
Nadie se olvida de cómo nadar,
aunque pase mucho tiempo
sin hacerlo.
Una música dulce que solamente yo escucho.
Son las seis de la mañana,
prendo un cigarrillo. Me concentro
en el humo. Algo simple: aspirar el humo,
exhalar el humo.
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Enero
Ya lo saben, compañeros. Pero
hay que decirlo cada tanto. Para que
no haya dudas: enero es una escupida caliente.
¿Cómo te puede gustar el verano?,
me dijo Soledad. Tal vez porque yo cumplo años
en enero, le contesté. Me respondió con una
sonrisa (triste) (Dostoievskiana).
Ayer, sábado, me hicieron ir al trabajo. Con
la promesa de que me iban a pagar horas extras.
Encontré en un archivador (medio destartalado)
una botella de vino tinto. Alguien la había sacado
de la caja navideña que nos da el sindicato. Me
la llevé a casa.
La tomé con hielo. Me encanta el vino tinto con hielo.
Claro, en verano.
La tomé mientras fumaba mis Camel.
Estoy tranquilo. Tengo
muchos amigos. Y un gran plan para este año:
me voy a comprar un par de guantes de boxeo
profesionales para pegarle a la pared.
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