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Calipso y el amor - Zenda
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Calipso y el amor

Mi cuerpo no puede morir, ya lo he intentado, he intentado apagar el sufrimiento que provocó tu abandono desapareciendo de esta dimensión. He intentado adentrarme como polvo de estrellas en el universo y sumergir mis recuerdos en el río Leteo, allá abajo en el Inframundo, para que desaparezcan. Pero no, no puedo, tras mil atrocidades...

Una vez me preguntaste qué significa ser inmortal y entonces no supe qué responderte. Nunca me había puesto a mí misma ante el espejo de la inmortalidad, pues no había tenido ni necesidad ni razón. Simplemente lo consideraba algo propio de mi naturaleza. Fue al conocerte que todas esas preguntas me asaltaron y fue al marcharte que se han hecho más fuertes en mi cabeza y ahora han emprendido una guerra sin prisioneros ni rehenes, la lucha es a vida o muerte.

Mi cuerpo no puede morir, ya lo he intentado, he intentado apagar el sufrimiento que provocó tu abandono desapareciendo de esta dimensión. He intentado adentrarme como polvo de estrellas en el universo y sumergir mis recuerdos en el río Leteo, allá abajo en el Inframundo, para que desaparezcan. Pero no, no puedo, tras mil atrocidades sigo en pie, joven y bella como la última vez que nos vimos, como la primera.

Pero morir, creo que muero. A esto que siento no lo puedo llamar de otra manera, porque tú me explicaste una vez qué era la muerte y qué significaba para ti. Y, analizándolo bien, debe de ser algo como lo que siento.

"Se creen que no me doy cuenta, hablan a mis espaldas, se compadecen de mí, aunque no puedo culparlas, llevan escuchando demasiado tiempo lo mismo y yo llevo obviando sus consejos demasiado tiempo"

Me arrastro como alma en pena sin consuelo a mis dolores. Nadie se acuerda ya de la pobre Calipso, nadie la acaricia durante la noche, nadie la escucha atento durante el día, nadie pasa sus horas de invierno junto a ella, desnudo, frente a la hoguera ni nadie el verano tumbado en la playa. La comida ha perdido el sabor vibrante que antes tenía, el vino sin mezclar ni siquiera alivia su pesar. Y Ogigia, que, en otro tiempo, cuando tú estabas, parecía un vergel, ahora languidece mustia y sin color.

Las ninfas me hacen compañía junto al telar. Durante horas intento evadirme de la realidad, poniendo mi atención en la lanzadera y en la lana que dibuja paisajes e historias. Todas ellas son imágenes tristes, todas ellas historias de desamor que me cuentan para animarme, para hacerme ver que todo el mundo sufre, que no soy la única mujer abandonada por un hombre y que la vida puede volver a abrirse como las flores en primavera. Pero creo que ya se han cansado de mis palabras lastimeras, de mi forma de lamerme las heridas, han cerrado sus oídos a mis quejas. Se creen que no me doy cuenta, hablan a mis espaldas, se compadecen de mí, aunque no puedo culparlas, llevan escuchando demasiado tiempo lo mismo y yo llevo obviando sus consejos demasiado tiempo. Debo ser yo, lo sé. Debo apagar aquel candil que un día iluminó con una luz intensa mi vida.

Siete años estuvimos juntos hace una eternidad. Esa misma eternidad que tu recuerdo ha ido consumiendo mi alma se ha instalado en mis pensamientos, esa misma eternidad que he imaginado: una versión de ti mejor, una versión de ti en la que vivimos juntos. Te hablo, te cuento mis preocupaciones, te veo junto a mí en el lecho, acaricio el aire como si estuvieras ahí y beso los espejos esperando encontrarte.

"Dicen que no te amaré, pero qué saben ellos si lo que amo de ti no es tu figura, sino tu alma. Y el alma no envejece, el alma se reconoce en mil vidas, en un cuerpo joven o en un cuerpo anciano"

El mar es cómplice de la melancolía que brota de mis ojos cuando miro el horizonte, esperando que una vela se dibuje en los arreboles anaranjados del atardecer, una vela que te traiga a mis brazos. Una vela que me devuelva lo que los dioses y Penélope me arrebataron. Dicen que si regresas no te reconocería, que tu rostro estará ajado por el paso de los años, los ojos tristes y descoloridos, el pelo blanco y los músculos laxos. Dicen que no te amaré, pero qué saben ellos si lo que amo de ti no es tu figura, sino tu alma. Y el alma no envejece, el alma se reconoce en mil vidas, en un cuerpo joven o en un cuerpo anciano.

Ahora lo sé, ser inmortal no es ninguna bendición. Mejor la muerte si no tienes con quien compartir la vida. Si conociste una vez el amor y te abandonó a bordo de la embarcación que tú misma le hiciste construir. Despreciaste la inmortalidad, oh Ulises, e hiciste bien, preferiste el amor a vivir eternamente, y me doy cuenta de que tu elección fue sabia. Cuántas veces me despojaría de esta capa infinita si pudiera tenerte un solo segundo entre mis brazos otra vez, cuántas veces he pedido clemencia a los dioses. Pero ya no me escuchan.

"Dicen que no te amaré, pero qué saben ellos si lo que amo de ti no es tu figura, sino tu alma. Y el alma no envejece, el alma se reconoce en mil vidas, en un cuerpo joven o en un cuerpo anciano"

Ay, Ulises, debo hacerlo. Necesito hacerlo. He de olvidarte. Dejar el pasado y construir un nuevo futuro. No sé cómo. Fuiste tú el que me rechazó, pero he de ser yo la que se reconstruya. La que refuerce los pilares que se resquebrajaron por tu ausencia. La que encuentre de nuevo el amor, pero no un amor como el tuyo, sino uno de verdad, uno que no te abandone, que te quiera por el resto de la inmortalidad, un amor puro, desinteresado y verdadero, el amor que no he tenido hasta ahora, el amor por mí misma.

Y a los dioses yo juro que esta es la última lágrima que vierten mis ojos por ti. Este es mi último recuerdo y las últimas palabras que recuerdan tu nombre.

Calipso enrolla el pergamino, lo mete en un ánfora y lo arroja al mar.

—Ve, allá dónde él esté —le susurra mientras se hunde.

—¿Qué haces, Calipso? ¿Te pasa algo? —le dice una ninfa que la estaba observando bajo la sombra de una pinada cercana.

—No… ¿Por qué?

—Porque te veo rara.

—¿Rara?

—Sí. Pareces feliz.

Sin darse cuenta, Calipso, al verter sus últimas palabras al mar, ha roto el conjuro que la unía a Ulises y todo en ella ha vuelto a resplandecer. Ha apagado la luz de él para encender la suya propia.

—Tienes razón. Me he dado cuenta de que me queda mucho por vivir, y he decidido vivir en paz.

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María del Mar Carrillo

María del Mar Carrillo García nació en Cartagena, aunque ahora vive en San Pedro del Pinatar. Es profesora de latín y griego en un instituto de Torrevieja. Desde hace años compagina su profesión de profesora con su pasión, la escritura. Colabora con la revista digital Zenda que pertenece al XL Semanal, allí escribe artículos de divulgación sobre Cultura Clásica. También tiene una sección titulada Mito con M de mujer, en la que los mitos griegos toman una nueva perspectiva a través de las mujeres que los protagonizaron. A parte compagina esas actividades con las de divulgadora, pues trabaja esporádicamente para Onda Regional de Murcia en diferentes programas, para la Biblioteca Regional de Murcia coordinando y dirigiendo un ciclo titulado Peccata Bibliófila y que se puede ver en su cuenta de YouTube, también escribe para el Ababol, sección cultural de la Verdad de Murcia. También colabora con el canal de YouTube Gente Xtraordinaria e imparte cursos para profesores. Ha publicado dos poemarios Imbricaciones Textuales y La estación de las mariposas. Ha quedado finalista en el concurso de relato erótico de la editorial Palín, siendo publicado en la antología Noches de Satén y en el I Certamen de la Fundación Juan Carlos Pérez Santamaría con su poemario Los Ojos de la Mariposa. @plutarquea

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