Manuel Ríos San Martín tiene buen olfato para elegir los escenarios de sus historias, un instinto que tal vez se debe al hecho de moverse a caballo del cine y la literatura —además de escritor es guionista, director y productor—, lo que le hace conocer el poder de las imágenes. Su segunda novela, La huella del mal (Planeta, 2019), está ambientada en las cuevas de Atapuerca y la cueva de El Sidrón, donde ocurren una serie de asesinatos que le dan pretexto para reflexionar sobre lo que nos hace humanos. «Siempre me ha fascinado la prehistoria, pero más allá de los huesos u otros hallazgos me interesa la conducta humana, así como la animal, y su evolución, lo que podría llamarse etología evolutiva», comentó Ríos San Martín en la entrevista que le hice en su día.
El relato de Ríos San Martín me ha hecho recordar un lamentable episodio que ocurrió hace muchos años, por los noventa si no me equivoco, en el antiguo zoológico valenciano de triste memoria, la típica casa de fieras donde los animales vivían de mala manera en una parcela de los Jardines de Viveros. Aprovechando un despiste de los cuidadores, un chimpancé macho llamado Coco se escapó de su cubículo y fue abatido a tiros por la policía por considerar que resultaba peligroso y no contar siquiera con dardos somníferos para capturarlo. De haber ocurrido hoy, las redes sociales arderían de rabia e indignación. Entonces la muerte del mono sólo mereció una noticia breve en los periódicos locales.
Refiero esta anécdota para plasmar la enorme distancia que existe entre la percepción que se tenía de los animales hace solo unas pocas décadas y la que tenemos ahora. El animalismo ha transformado profundamente la mentalidad de las nuevas generaciones respecto a la relación con los irracionales. ¡¡Animal!! Cerdo, zorra, víbora, cabrón… Que tantos nombres de animales se usen como insulto delata el desprecio del homo sapiens por sus compañeros del planeta. Hoy los vemos con otros ojos, y se plantea muy seriamente la necesidad de revisar nuestra actitud y conducta hacia ellos.
Ríos San Martín ha elegido un tema candente que despierta apasionadas polémicas y atrae el interés de los lectores. En torno a ese núcleo construye una historia atractiva con su proverbial estilo ágil y un ritmo cinematográfico arropado por una rigurosa documentación. Pone en danza una galería de personajes que resultan muy cercanos. Elena, una joven veterinaria apasionada de su trabajo en el parque de animales, de carácter impulsivo, se debate entre su amor por Cristina, CEO de una gran empresa de componentes electrónicos y antigua hacker algo mayor que ella, y el que siente por Sidy, un joven y atractivo senegalés. En otro plano está un veterano policía de la vieja escuela de la UDEV de Valencia, J. P. Casillas, amante del rock y poco dado a mostrar sus sentimientos excepto con su nieta Coral, que se enfrenta al peor enemigo, un cáncer de próstata. Y Violeta, una «pepinillo», como se llaman a los inspectores novatos, que apunta maneras. Un elemento más en juego es un grupo de antiespecistas que aprovecha el follón para manifestarse contra el parque de animales, que considera una prisión. Sin apostar ni tomar partido, el autor despliega sobre el tapete todas las cartas de la baraja.
El espectacular «asesinato» de Blanca, que Ríos San Martín describe con maestría, despierta la repulsa popular en las redes, pues se trata del animal más emblemático del parque. Anteriormente, se han producido una serie de actos vandálicos: robos de camisetas con la efigie de la elefanta, averías en los tornos, la destrucción de unos valiosos huevos, la muerte de un flamenco y la intoxicación de un gorila macho. La policía inicia la peculiar investigación ante cierto escepticismo por parte de la jueza de turno: ¿Matar a un animal puede considerarse «asesinato»? Entrevistan a militares, tiradores de precisión, armerías, cazadores profesionales… Por su parte, Elena sospecha de un agente de seguridad del parque, y con ayuda de su pareja informática trata de demostrar que es culpable.
La trama policial se enriquece con las lecciones de Marina Santaolalla, experta en Etología que imparte un máster en la Facultad de Veterinaria, al que asiste Elena. Si en La huella del mal el tema de fondo es la evolución de la conducta humana a lo largo del tiempo, en El olor del miedo, a través de la voz de Marina, el autor plantea reflexiones en torno a la eterna cuestión: animal versus ser humano. Qué similitudes y diferencias existen entre unos y otros en distintos ámbitos: la forma de expresar el miedo, de reproducirse o de relacionarse con sus semejantes bajo el imperativo vital de trasmitir sus genes. «¿Los animales se parecen a nosotros, o somos nosotros los que nos parecemos a ellos?». Y la conclusión final que consta en la portada del libro: «No hay animal más peligroso que el ser humano».
El olor del miedo es una lectura fácil y amena de puro entretenimiento y no lo digo en su descrédito. Como señala Pérez-Reverte, pienso que «sólo los tontos y los pedantes diferencian entre la alta y la baja literatura». Se lee con agrado, sobre todo si conoces el escenario del crimen (Bioparc) y te interesa el tema de fondo, como es mi caso. No soy animalista militante, pero me considero acérrima defensora de los animales a través de mis escritos y rutina diaria, orgullosa titular de uno de los primeros carnés de alimentadora de Colonias Felinas otorgado por el ayuntamiento de Valencia. Solo pondría una pega a este último proyecto de Manuel Ríos San Martín: el desenlace se diluye en un giro que no encaja del todo y me ha parecido poco creíble. Esperas ver salir un conejo de la chistera y aparece un gato que araña al mago y sale despedido de escena. Pero tal vez algunos prefieran ver al gato que al conejo. En todo caso, se trata de animales. Sobre todo de los que, con inmenso optimismo, nos llamamos a nosotros mismos racionales.
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Autora: Manuel Ríos San Martín. Título: El olor del miedo. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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