El placer de mirar portadas es un voyerismo confeso. Me gusta, incluso, la palabra: “portada”, a pesar de que en el argot editorial se le suele llamar “cubierta”. Pero yo prefiero, por pura literalidad, la primera opción. “Las portadas venden libros”, afirman los expertos del mundillo, y es verdad. Los que amamos, acariciamos, deseamos, olemos y compramos libros por encima de nuestras posibilidades vitales y económicas, hemos sentido alguna vez ese resorte primitivo de alargar la mano y coger un libro por la sencilla razón de que nos ha llamado la atención el título (el arte de titular libros ya merecería otro artículo aparte) o bien porque nos ha interesado la imagen de su portada.
Looking for Paddy
Lo que nunca me había ocurrido hasta ahora era tener que elegir la portada de mi primer libro, Una aventura griega, en la editorial Debate. En él cuento un viaje que hice en coche de alquiler al sur del Peloponeso, casi a las puertas de las fauces de Plutón, en el Hades, cargada con una agenda, varios libros y algo de vino griego (el delicioso retsina) en busca de un hombre muerto: el escritor, viajero, héroe de guerra y guapo aventurero inglés Patrick Leigh Fermor, a quien un grupo de lectores, muchos de sus admiradores y amigos, y casi todas sus amantes, llamamos Paddy.
Una aventura griega es, por tanto, un libro sobre un inglés que amaba tanto Grecia que decidió quedarse allí a vivir, escribir y morir. También intervino en el secuestro de un general alemán en la Creta infestada de nazis, en un osado plan que sólo él podía llevar a cabo y que tuvo consecuencias complejas que terminarían atando mucho más fuertemente los lazos que lo unían a todo lo griego. Un personaje irresistible que conocí al leer la magnífica biografía que escribió hace unos años Artemis Cooper, autora inglesa amiga de Javier Marías y ciudadana de su reino de Redonda.
Cuando terminé de leer todo cuanto pude encontrar de Leigh Fermor decidí ir en su busca; seguir sus huellas, hacer mi Looking for Paddy particular. Y así nació por accidente pasional, esta aventura.
La portada
La editorial Debate, a través de Paloma, mi fiel escudera, y otros tantos correctores, editores, diseñadores y profesionales de prensa y comunicación, desentrañó un despliegue complejo de correcciones, galeradas, llamadas, revisiones… todo lo que, en definitiva, esconde la trastienda de cada libro. La portada estaba ya decidida desde el primer momento, pues había una foto que era sin duda la candidata: en ella un guapísimo Paddy de 21 años aparecía sonriente en pantalón corto con sus rizos al sol, de pie en el puerto de Ítaca, la isla de Ulises. La foto estaba, pues, elegida y todo preparado. No había nada más que hablar. O eso creíamos. Pero sí. Había mucho que hablar. De hecho, a los pocos días, la editorial me comunica que no va a ser posible usar la fotografía de mi amado Paddy. Ni esa en Ítaca, ni ninguna. Ni siquiera, previo pago, las del banco público de fotografías. «¿Pero por qué?», le pregunté a mi editora disimulando la enorme decepción. Al fin y al cabo, estábamos hablando de usar una foto de Paddy en un libro publicado por el sello Debate de una de las editoriales más prestigiosas del panorama, y encima de origen inglés: Penguin Random House. Pues no. Resulta que existía un organismo regulador de fotografías de Paddy que no permitía que ninguna foto del autor se usara para un libro que hablase de él. O eso fue lo que dijeron en una educada, escueta y definitiva carta.
Había que ponerse a buscar una nueva imagen para la portada. Así que el departamento de diseño editorial de Debate se puso manos a la obra y presentó algunos bocetos: diseños de templos más o menos dóricos, o alguna cúpula azul con un trozo de mar de fondo como de anuncio feliz de yogur griego. Y no estaban mal, pero no era eso lo que el libro necesitaba.
Una historia de amor
Realmente este libro que yo había escrito era una historia de amor: una mujer que busca a un hombre; algo tan viejo como el mundo, pero en un mundo moderno. Por eso decidí que tenía que ser una fotografía lo que apareciese en la portada, y no un diseño gráfico o una composición. Y me puse manos a la obra. Pude acceder a bancos de imágenes con magníficas fotografías, evocadoras, dulces, románticas, sugestivas… Yo buscaba a ciegas, como cuando fui a buscar a Paddy, una imagen que fuese capaz de contar a simple vista una historia de amor imposible. Pero ninguna reunía todas las características a la vez, así que, haciendo una especie de cóctel con la búsqueda y recurriendo al paisaje acuático (siempre presente en el paisaje griego de Paddy) y a la idea de la cercanía de dos cuerpos que no llegan a rozarse jamás, que nunca podrán tocarse, como en una especie de paraíso raro de Dante, me puse manos a la obra. Diseñé algunos torpes bocetos con trozos de fotografías e imágenes que había ido encontrando aquí y allá, y por fin di con la idea. Dibujé el resultado con más o menos precisión y hablé con mi editora, Paloma: «Ya lo tengo», le dije ilusionada. «Pero ha de ser Jeosm el que haga la foto».
La piscina de Summers
Jeosm me conoce desde hace diez años y hemos compartido muchas horas de trabajo, de confidencias, de cenas, juergas, compromisos y amigos como para que al contarle, en una breve llamada telefónica lo que quería, lo entendiese perfectamente. Enseguida surgió su lado profesional: «El único problema en este proyecto es que necesitamos una piscina. Pero no cualquier piscina, sino una donde podamos trabajar tranquilos una mañana». Corría el mes de julio, todo el mundo estaba de vacaciones, Madrid desierta y sin amigos a quien liar, las piscinas llenas de gente o familiares, y la editorial muy nerviosa porque el libro tenía que entrar en imprenta. Nos habían dado cuarenta y ocho horas de plazo si queríamos que le libro saliese el 21 de septiembre. Teníamos la idea y el fotógrafo, pero nos faltaban los modelos y la piscina. “No te preocupes”, me dijo Jeosm en plan resolutivo, como siempre cuando se trata de curro. “Acabo de caer en la cuenta. La piscina ya la tenemos: será la de David Summers; para eso están los amigos”. Y realmente David es de esos grandes amigos con los que uno siempre puede contar, para piscinas o para lo que sea. Tanto él como su chica, Kris, nos recibieron con los brazos abiertos y yo me atrevería a jurar que incluso les divirtió el plan. Íbamos cargados con bolsas de bocadillos de jamón, jerez y champagne aquella mañana calurosa de julio cuando invadimos el jardín del vocalista de los Hombres G con esta locura de proyecto. En cuanto a los modelos de la escena… Bueno. El tiempo apremiaba, y después de dos o tres copas de champagne, esta servidora se puso el bikini negro y logró convencer al periodista Guillermo Garabito para que fuese su pareja fotográfica en aquella piscina literaria. “Me lo debes, Guillermo. Al fin y al cabo, el libro está dedicado a mis chicos del Milford y tú eres uno de ellos”.
Guillermo nunca dice que no a un plan, así que ya estábamos todos. Un amigo de toda la vida, Diego, fue el que inmortalizó el momento tomando fotografías de documentación, porque a David Summers lo necesitábamos para ejercer el papel de “hundidor profesional”, es decir, tenía la misión de entrar en su propia piscina y “hundir” a Jeosm el tiempo suficiente para que éste pudiese fotografiar la escena subacuática.
El blanco y negro, las risas, las burbujas del agua salada de la piscina y las del champagne se mezclaron con el talento narrativo de Jeosm, que mira y cuenta como nadie, y ahora el resultado de aquella locura de amigos, piscinas y fotos enmarca un libro que es una aventura de principio a fin. El lector tiene la última palabra. Nosotros acabamos de fundar, con permiso de David Summers, el “Club de Aventureros de Piscinas Ajenas”. A Paddy le habría encantado formar parte de él, estoy segura.
—————————————
Autor: María José Solano. Título: Una aventura griega. Editorial: Debate. Venta: Amazon
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: