Admirado Umberto Eco:
He leído algunos libros tuyos, tampoco muchos, no demasiados, pero los suficientes como para escribir esta carta con alguna seguridad. Con el que más he gozado, y gozo —“gozo” es la palabra adecuada— es con El nombre de la rosa, libro infinito como los mejores laberintos, libro a mi juicio muy apto para leer durante toda una vida, porque siempre se aprenden en él cosas nuevas, siempre se ven en él detalles con los que disfrutar.
Por otra parte, tuviste la gran suerte de que le hicieran una adaptación cinematográfica portentosa, obra de Jean-Jacques Annaud, película que casi me atrevería a decir que está a la altura de la novela, una altura muy elevada. Creo que no es sólo esto, es que ambas creaciones se complementan admirablemente, la película ilumina la novela, y la novela ilumina, potencia, la película. Ambas sirven para profundizar la una en la otra. En fin, que constituyen una fiesta increíble.
Por ello, ante toda esta maravilla, el resto de tus libros, interesándome tanto, parece que están en desventaja. Tú dijiste, según leí en su día, que cuando acabaste El nombre de la rosa tuviste la sensación de que no escribirías otra novela, porque te parecía que habías dicho todo lo que te interesaba decir, o que habías escrito en ella sobre todo lo que te interesaba. Y fíjate cuántas novelas publicaste luego.
El péndulo de Foucault sí que lo leí, y fue para mí leerlo como un desafío. Pero lo conseguí, y lo disfruté mucho, a su manera, aún sabiendo que se me escapaba tanto de lo que tú habías puesto en su escritura. Pero es que yo opino que los libros están para leerlos y para releerlos, los que merecen la pena, para entenderlos y disfrutarlos cada vez más conforme pasa el tiempo, que también es amigo y aliado, no enemigo, como a menudo parece. El tiempo es creador, aunque pueda parecer con frecuencia destructor.
Los libros son para volver a ellos una y otra vez si de verdad nos lo solicitan, si de verdad nos interesan o nos gustan tanto para ello.
Me acuerdo que Francisco Umbral, que tanto me enseñó, decía que el mejor taller de escritura era leer un libro, “leérselo bien”. Él no creía precisamente en los talleres de escritura. Yo pienso que El nombre de la rosa, y seguramente otros libros tuyos, podrían ser un taller de escritura y de lectura inmejorable para aprender a escribir y a leer, para hacerlo cada vez mejor, hasta lograr, quizá, el grado de excelencia que tú tenías, querido Umberto. Es más, yo creo que muchos te tenemos como una especie de profesor universal, que siempre nos está dando buenas ideas, que siempre nos está divirtiendo, desde sus artículos, sus ensayos, sus novelas, sus clases… Los que tuvieron la fortuna y el privilegio de asistir a ellas.
Pero yo al menos, en este sentido, pude disfrutar de tu libro Cómo se hace una tesis, que he leído varias veces, que reviso con bastante frecuencia, por ejemplo para escribir esta carta. Me acuerdo cómo lo cogía de la biblioteca de mi Facultad, la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, y yo creo que lo leí al hacer la tesis doctoral por lo menos tres veces, haciéndole mucho caso durante mis investigaciones y durante la escritura de mi propia tesis.
Entonces yo decía que este libro, tan práctico, era el que más me gustaba de entre los tuyos, quizá por lo cotidiano que tenía para mí, pero con el tiempo El nombre de la rosa, que ya había leído antes, se ha destacado mucho en mis preferencias. Unas preferencias que nacen sin duda del placer lector, por un lado, y por otro de la admiración que siento hacia ti como escritor, y seguramente más allá de eso, como ser humano que vive en la tierra, que se pregunta por el mundo y que trata de responder sobre él, sobre el mundo, sobre los seres y las cosas, por tratar de expresarlo de alguna manera. Tú esto lo hiciste realmente bien en mi modesta opinión.
Volviendo brevemente a tu primera novela, El nombre de la rosa también lo leí varias veces. La primera no me debí de enterar mucho, pero lo leí, y sin duda la película me debió de ayudar para disfrutarlo. Pero con el tiempo tuve que impartir un curso de novela histórica y volví a leerlo, esta vez con lápiz en la mano, estudiándolo, y ahí fue cuando entré en él. Todos sabemos que en los libros hay que entrar, y que en unos cuesta más que otros. Hace no mucho escribí para Zenda un artículo sobre ti y sobre El nombre de la rosa, y volví con fuerza al libro. Recuerdo que estuve aquella Semana Santa, la anterior, leyendo la novela, y no sólo El nombre de la rosa, sino revisando también otros libros tuyos que ya había leído, como Apocalípticos e integrados.
No tengo en casa otro libro que sí leí mientras hacía la tesis, precisamente porque de él escribía muy bien Umbral —que era el tema de mi tesis— en artículos suyos antiguos, y era Obra abierta, un ensayo que recuerdo que me gustó mucho. Luego te he seguido en artículos, entrevistas, premios… No me equivoco si digo que para muchos has sido un compañero desde la lejanía, un maestro, por qué no decirlo, desde esa cercanía lejana que algunas personas saben crear en los medios de comunicación, el periódico, la radio, incluso la televisión, que cuando quiere y se lo propone también enseña y deleita mucho con escritores y cultura en general.
Umberto, no te conocí en persona y pienso que es mejor así. Así conservo todo el buen sabor de boca, inmejorable, que me dejan tus obras, tus palabras, tu figura, que siempre tengo presente con admiración, respeto y simpatía.
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