Juan Herrero Diéguez es un poeta nacido en Valladolid en 1993. Estudió en su ciudad natal el Grado en Español: Lengua y Literatura. En la actualidad trabaja como profesor de instituto en el IES Ignacio Aldecoa de Getafe y estudia Filosofía por la UNED. Su primer poemario, Un verano en la orilla del teatro (Ayuntamiento de Aguilar de Campoo, 2019) obtuvo el XV Premio Águila de Poesía. Con anterioridad, su cuaderno de poemas El éxtasis también deja resaca resultó ganador del Tercer Premio de Poesía Pluma de Cigüeña. Sus poemas han aparecido en varias revistas literarias. Presentamos una selección de textos de su libro más reciente, A pesar de la lluvia (Premio de Literatura Complutense, 2021).
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11 vueltas de reloj a 10.000 metros de altura sobre el Atlántico Norte
Encima de las nubes apenas se distingue
la línea que separa cielo, mar y horizonte.
No hay límite de espacio para el alma que busca.
No hay límite de tiempo para el viaje que espera
hallar tras la vereda la luz de la penumbra,
el rastro de la huella que habita en el instante.
No hay límite de vida para quienes persiguen
acabar con la sed a pesar de la lluvia.
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conversación de cantina con una doctora de la zona 18
Hay en los hospitales quienes van a burlar
los eternos gemidos de una mujer de noche.
Los patojos que yacen convertidos en piedra
de sacrificio pintan con su sangre las jambas
de las puertas de madres con los vientres estériles.
Bailan con el sonido del disparo que busca
certificar la muerte de la culpa heredada.
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la patoja vestida con el traje de esclava sonríe con carita de llanto a los turistas, que solo la reclaman para tomar una fotografía
patoja que se guarda dentro de la retina
corazones envueltos en alambres de espino
que convierten en muerte los besos de las lápidas
coloridas en cada cementerio de versos
patoja en cuyos ojos vive el miedo
al sonido del tubo de escape de las motos.
cuando la vida es nada y el tiempo es lo que tarda
una bala en rasgar una sábana blanca,
la vida es lo que duran los semáforos rojos
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las mujeres de la cooperativa de algodón trabajaron en silencio durante miles de años
En San Juan La Laguna, las mujeres hilvanan
su algodón: recolectan, separan las semillas
y vuelven a plantarlas. Estiran y varean.
A golpes, reafirmando quiénes son: esas madres,
esas que resistieron su propia condición
de esclavas. De mujeres. Hilar es el siguiente
paso, también callado. Su destreza en el uso
del malacate tiene lo que ahuyenta a los malos
espíritus. Repiten las mismas filigranas
sobre los pantalones blancos de sus esposos.
Itxel, diosa de Luna, ve girar esta rueda,
más fuerte que la propia Muerte. Termina el turno.
Las plantas, los insectos —polvo, igual que nosotros—
dan color a las telas. Tejen en la cintura
con el mismo instrumento que hace 5 000 años.
Fuera, los niños juegan y sus risas abrazan
la fuerza de las gotas que construyen el lago.
En el aire en silencio puedo entender —de pronto
y en un idioma extraño— cada lengua del mundo.
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no deja de ser curioso que el aeropuerto de Guatemala tenga el mismo nombre que la primera luz del día
La tapia de cristal que hay en La Aurora
separa ese pedazo de la tierra
del reino de este mundo.
Allá marcha la gente con las sillas
plegables de sus casas y los sándwiches
de pollo con frijoles volteados.
Allá acuden los padres con sus hijos
—patojos de puntillas frente al vidrio—,
que vienen a pasar la tarde y sueñan
con escapar volando sin volver
la vista atrás y juegan a lanzar a las nubes
un pájaro de acero con las manos.
Y, justo en la vereda
de enfrente del parqueo de los taxis,
me paro a contemplar el espectáculo
del cielo y la poesía se convierte
en capturar la magia del instante
preciso de extrañeza y de silencio.
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pendientes en declive (18)
Supe que el zapatero
fue testigo de crímenes
horribles en la guerra.
Por eso no habla nunca,
lo sé, porque los muertos
le jalaron el alma
y la culpa le cierra
la boca y las entrañas.
Perdónalo, Señor.
Aún guarda del ejército
las medallas, los trajes,
las botas de montaña,
la mirada perdida.
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