Fotos de portada y artículo: EFE
Con Felipe González ejerciendo de escudero literario y, sobre todo, ideológico, Alfonso Guerra presentó este miércoles en el Ateneo de Madrid La rosa y las espinas (La Esfera, 2023), una suerte de memorias improvisadas que, de primeras, vieron la luz en El hombre y el político, un documental del doctor en Comunicación Audiovisual, cineasta y escritor cordobés Manuel Lamarca en el que el exvicepresidente del Gobierno discurrió por la gestación de la Constitución, el tejerazo del 23-F, la histórica victoria del PSOE de 1982 o sus gustos literarios, musicales o cinéfilos.
El sarao del Ateneo con Guerra y Felipe fue un abrazo insumiso, una mano tendida a todos esos socialistas no de antes, sino de siempre, que se sienten huérfanos, desamparados, traicionados por el socialismo oficial de ahora. Las emociones y, sobre todo, las razones maridaron bien con la memoria y, sobre todo, con la denuncia del esperpento nuestro de cada día. El libro fue, y de largo, lo de menos: Felipe y Guerra, arropados por, entre otros, Emiliano García Page, Javier Lambán, Javier Fernández y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, congregaron a una multitud para lamentar la degradación de la democracia patria, para exigir un gran pacto entre progresistas y conservadores constitucionalistas y para cargar, desde la izquierda, contra la amnistía que negocia el Gobierno en funciones con un prófugo de la justicia que proclamó la independencia de un territorio que, durante ocho segundos, dejó de ser español.
El presidente del Ateneo —también gurú de Sánchez y asesor de Luis Rubiales—, Luis Arroyo, inauguró el acto tildándolo de “acontecimiento histórico, sin matices”. Manuel Lamarca, por su parte, señaló que el objetivo de su obra era el de plasmar “el testimonio de una personalidad humana y política de las más relevantes de España en los últimos cuarenta años”.
GUERRA: «YO NO HE SIDO DESLEAL»
Guerra arrancó cachondón: “Esta es la presentación de un libro. Lo saben, ¿no? Parecería que hubiera algo más. Si lo pienso un poquito, no me sorprende tanto”. Lamentó el veterano socialista que “alguna mente lunática” dijera que la presentación podía ser “un complot, una conspiración con gente de otros partidos”: “¿Dónde está la gente de los otros partidos? No los he encontrado”. Deconstruyó, sigla a sigla, el vocablo “PSOE” y, al llegar a la “E” de “Español”, declaró su amor a España. Un amor que aprendió de los socialistas. Por todo ello, y no pese a ello, “una persona, si es de izquierdas, tiene no el derecho, sino la obligación, de no callarse si ve injusticias, si ve errores, ya sea en la zona conservadora o en la zona progresista”.
Mientras Pedro Sánchez rechazaba este miércoles, tras su participación en la cumbre de la ONU, que Puigdemont debe ser juzgado —“Una crisis política nunca tuvo que derivar en una acción judicial”—, Guerra sentenciaba en el Ateneo de Madrid: “La amnistía significa la humillación deliberada de la generación de la Transición. La amnistía significa la condena de la Transición y de la democracia, lo que buscan los jóvenes inmaduros de la nueva política, que no es otra cosa que una estafa descomunal. Significa la condena del 90% de los españoles que votaron la Constitución de 1978”. Mientras escribo, ambos militan en el mismo partido. En fin, a nadie le extrañaría que el actual presidente del Gobierno y secretario general del PSOE licenciara de la formación con sede sita en Ferraz, 70 al pretérito vicepresidente a lo Redondo Terreros.
A Sánchez lo llamó “el otro”. Y, según Guerra, “el otro está defendiendo no una cosa diferente, sino contraria” a la que, hasta hace mes y medio, defendió el partido: “Siempre me cogía defendiendo lo que defendía la organización. Yo no he sido desleal. Yo no he sido disidente. Disidente ha sido el otro, que va cambiando”. No se ahorró nada cuando se refirió a la amnistía. Como socialista, pidió “que no se dé ese paso, que no se otorgue una amnistía que falsee la Historia”. Recordó que en algunos territorios del Estado “no hay libertad plena” y, con sorna, subrayó que esos que tienen “mucha prisa” para que se hable catalán en el Congreso persiguen a los niños hispanoparlantes en Cataluña: “No pueden hablar castellano ni en el recreo, tienen inspectores que se lo impiden”.
Pese a que el escenario político, más que al Jardín del Edén, se parece al cementerio de elefantes de El Rey León, Guerra manifestó, con firmeza, que no se resigna: “Esta situación no durará. No puede durar. No debe durar. Porque la libertad y la democracia anidan en el corazón de muchos socialistas”.
FELIPE GONZÁLEZ, CONTRA LOS REPRESORES AMNISTIADOS
Sobre el libro, Felipe González dijo que se encontró con “un chorro de opiniones muy interesantes y muy variadas. Hay una parte cultural que merece mucho la pena”. Cumplido el trámite protocolario, el expresidente del Gobierno sacó su fusil —metafóricamente, se entiende— y, en primer lugar, puso en la mirilla a Yolanda Díaz: “Gente que no ha ganado nunca una elección está dando clases de cómo se hace política. La vicepresidenta destaca mucho en eso”.
González recordó que “el PSOE es el único partido político que queda todavía con sus propias siglas de los que negociaron, pactaron y votaron la Constitución”: “La Constitución no es militante. Uno puede pensar lo que quiera, defender las ideas que quiera, lo que no puede es saltarse la legalidad. Y eso no parece que está claro”. El expresidente indicó que la amnistía “borra al delito” y que, por tanto, “lo que hizo es lo que queda como legítimamente hecho”: “Resulta que los represores son los que trataban de cortar ese acto de rebeldía”. Preguntó al respetable si conoce “algún país democrático que, voluntariamente, decide introducir un elemento de autodestrucción” y, contundente y urgente, afirmó: “Si no hay acuerdos PSOE-PP, no habrá ninguna reforma importante que se pueda llevar a cabo. Se tienen que enterar los dos”. La inmensa minoría del Ateneo se dejó las manos aplaudiendo. Pese a todo, los viejos jacobinos se resisten a callar. Conviene valorarlo.
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