En Rock FM está el Mariskal Romero hablando de Led Zeppelin con Carlos Tarque. «Robert Plant es el cante de rock por antonomasia», responde el cantante de M Clan. Salen a colación Black Sabbath y Deep Purple con Ian Gillan y el Mariskal se viene arriba clamando al cielo por un decálogo de los grandes riffs de la historia. Los llamados «Metalpacos» se meten en la cama con Robert Plant y Jimmy Page a la una de la madrugada.
MADE IN MADRID
Emilio se lo goza con Highway to hell de AC/DC. Son mucho más de los Stones que de los Beatles, «pero el mundo sería peor sin los Beatles». Y José opina que los Judas Priest hacen el auténtico heavy. Los Rómulo y Remo del rock and roll cumplen los estándares del «jebi-roquero» castizo descrito por Pedro Vera en su colección de Ranciofacts.
En Nueva York tienen a un vaquero hercúleo que toca la guitarra en calzoncillos por Times Square y en Madrid a dos veteranos del averno con melena que calzan mallas ajustadas delante de un Bershka. Dos hombres anclados en los 80 tan atemporales, a la vez que han salido hasta en El Ministerio del Tiempo. Son las siete de la tarde. José y Emilio lo saben porque tienen delante el reloj del Edificio Telefónica. Es la hora a la que acudían al número 25 de la Gran Vía para rascar algo mirando vinilos de rock, clásica y medieval.
José busca a su hermano con la mirada alzando el brazo. Le llama con una voz para que recoja las mochilas. «En la calle ves muchas cosas y tienes que aguantar otras tantas. Ves borrachos, los que te hacen la bromita… Y hay que sacar las garras. No se respeta la ley de la calle». Cuentan que a ratos se sienten solos aunque se hallen en mitad de una multitud. A Emilio esto le parece una gran paradoja. «Sin vivir en Madrid no lo entenderás», remata José parafraseando a Burning.
Hablan de las tiendas desaparecidas, de Discoplay y Melocotón. Y de las que continúan abiertas: La Metralleta, La Gramola, Escridiscos, Babel o Bangladesh, en Costanilla de los Ángeles. Hay diez minutos de paseo hasta allí.
LA RESISTENCIA: UN DEBER
Están en contra de servir al sistema. No trabajan. Tampoco van a dejar mucho tiempo el puesto sin cubrir. Llueva, nieve o haga tanto calor como en la churrasquería Belcebú, los heavies de Gran Vía pasan la tarde hasta que den las diez. Estar ahí —subraya Emilio— es un deber.
Se diría que tienen pinta de moteros, pero nada más lejos. Hace un tiempo recibieron la propuesta de hacer la Ruta 66 sobre sendas motocicletas para contar toda la historia de los Estados Unidos, pero declinaron la oferta; en aquellos momentos andaban atendiendo otro deber: su madre se estaba muriendo. Emilio y José se quedaron con ella y nunca se han arrepentido de haber rechazado el viaje: «Es la decisión que teníamos que haber tomado». Una madre es una madre.
Presumen de haber saludado a Obús, Ramoncín, Johnny Burning y Barón Rojo. «Iba paseando por la Gran Vía y me saludaron unos chicos. No sabía que se iban a acabar convirtiendo en esa especie de pequeña institución», aporta Armando de Castro, guitarrista y líder de Barón Rojo. «Mi mujer, Lara, a la que conozco de hace cinco años, ya había oído hablar de los heavies de Gran Vía. Cada vez que pasamos por allí está deseando ver si los encuentra». «No ha habido suerte», prosigue Lara. «La primera vez que vine a Madrid con 19 años, lo primero que le pedí a mi amiga fue ir a la Gran Vía a conocer a los heavies». «Más que dos heavies, son dos románticos», alude Ramoncín por su lado. Él los ve como «la resistencia» de una ciudad, la de Madrid, cada vez más despojada de su personalidad. Cuando pasa por la Gran Vía y se los cruza, se pregunta si ellos estarán visualizando un monumento que ya no existe, una actitud renacentista y poética que Ramón admira de los hermanos Alcázar. Sin ellos sería impensable esa parte de la Gran Vía. «Cuando paso y les veo siempre pienso la de veces que ha llovido, ha hecho frío o calor y estos tíos siguen aquí».
MI ROLLO ES EL ROCK
A los Alcázar no les tiembla el cheli si de lo que se trata es de saludar en inglés. Se quedaron a las puertas de estar con Slash la tarde que firmaba autógrafos en Madrid Rock. Le llevaron de todo menos el disco que el guitarrista de Guns N’ Roses estaba promocionando, motivo por el que no pudieron acceder a la fila. Sí guardan una camiseta con la rúbrica de Johnny Winter que no se ponen para no estropear.
Van de lado a lado del rock and roll; controlan de bluegrass; se explayan sobre los punteos de los grupos californianos de los 80, de los Mötley Crüe; debaten acerca del glam metal, de Rod Stewart con Ronnie Wood en los Faces, y del tapping de Eddie Van Halen. «Con el Made in Japan de Deep Purple empezó todo». La intensidad. Siempre hablan en plural. El uno es una extensión del otro.
En ellos se expresa el rock sureño en forma de botas de cowboy. Los negros ropajes y hechuras de los hermanos llaman la atención. Pantalones (muy) apretados, banderas ucranianas y confederadas, llaveros, collares y abalorios; tatuajes de dragones, fuego y calaveras y un parche de Motörhead; camiseta de los Kiss, cinturón de balas y un pin del Atlético de Madrid. De los dos, Emilio es el que porta una bandana en la cabeza. José se parece al vocalista de Barón Rojo Armando de Castro. Su rollo es el rock. «Está bien que existan unas personas en Gran Vía siendo un pequeño estandarte o un símbolo de toda esta pequeña obra en movimiento», vuelve a añadir Armando de Castro.
DISCOS INTERNACIONALES
El neón de Discos Bangladesh le ha «molado mazo» a José, mas que los pósters que decoran el escaparate y tanto le están «flipando» a Emilio, que remata con un «dabuten» al entrar por la puerta del local. Ante ellos, estanterías, cajas y expositores con vinilos, singles, compactos y memorabilia. Allí va Emilio, que se topa con Alice in Chains y tuerce el morro: «El grunge acabó con el hard rock», protesta.
José quiere preguntar el precio de una edición japonesa del Energizer de Foghat. Se ha tirado a por los bootlegs de Rory Gallagher (Smokestack Lighting) –«es muy poderoso»– y Led Zeppelin (Stoned on the Stairway) y el Comes Alive! De Peter Frampton. «¿Has visto el vídeo de Frampton con David Bowie paseando por aquí?”, pregunta Emilio, que pasa con gran habilidad los vinilos. Curiosean los dos, no buscan nada concreto. Levanta José el vinilo del debut de Molly Hatchet con los brazos estirados, concentrado en la contemplación de la portada ilustrada por Frank Frazetta. No se entera de nada, está absorto. Su hermano quiere enseñarle una casete de los Kinks.
Lamentan haber vendido sus vinilos en el pasado y a la vez que sacan pecho por su colección de cintas delante del mostrador de Jorge, regente de la casa. «¿Puedes mirar si está Fool for the city? Es que no lo veo bien». José guarda en su riñonera unas gafas baqueteadas con las que leer de cerca o de lejos, según obligue la ocasión. El dependiente le da la vuelta la caja del DVD para leer el repertorio. Fool for the city está. Se le ha iluminado la cara a José. Al CD japonés de Foghat y al DVD del directo se suma In the Heart of the City de Whitesnake en vinilo.
DISCOS NACIONALES
Emilio se pasea por los dominios de lo patrio. Va a la L para encontrarse con Leño. Le «mola» la canción Aprendiendo a escuchar, cara B del single Este Madrid. Le gustan tanto, que tuvo un perro que respondía al nombre de Leño.
Por la M tropieza con Los viejos rockeros nunca mueren de Miguel Ríos, a quien acusa de haber «jujaneado» un poco por no haber sido siempre un roquero. Pero se lo perdona. Repasa las canciones y señala Un caballo llamado muerte: «No montes ese caballo… Va a pasar de la verdad… Mira que su nombre es muerte… Y que te enganchará…». Regresa a Emilio Alcázar la memoria de los caídos.
En octubre de 2013 se recogieron 2.250 firmas para que el Ayuntamiento de Madrid colocara una estatua de los hermanos Alcázar. A mediados de 2022, el Grupo Mixto pidió en la Junta de Centro la instalación de una placa en honor a José y Emilio. Cuando en 2017 perdieron la barandilla en la que se apoyaban, empezaron a traerse una banqueta. En el Taller de Cantería de la Casa de Campo continúa olvidado el asiento de granito que se llegó a preparar para ellos con la marca del Madrid Rock y una mano haciendo los cuernos.
La iniciativa del homenaje fue rechazada por el grueso de los partidos al no encontrar «motivos suficientes que justificaran este homenaje en una de las principales avenidas de la ciudad». Por su lado, los Alcázar responden que lo adecuado era rendirle homenaje a la generación perdida por las drogas, no a ellos. «Eufrasio, nuestro hermano, murió por una sobredosis de heroína a los 24 años». Aseguran que llevan dos décadas sin tomar sustancias. Ahora beben Coca-Cola de una botella de dos litros.
Dice José que lo que más humilde le hace a uno es la guitarra –él toca el banjo–. Habla de un amigo compositor y guitarrista que hizo las Américas y volvió de Los Ángeles con las orejas gachas «porque allí hasta los niños tocaban mejor que cualquiera de los de aquí». No se creen a los músicos que alardean de virtuosismo. José Alcázar llamará «imbécil» a todo aquel que se jacte de tocar bien. «Lo malo de la música de hoy en día es que no hay músicos», reflexiona Emilio.
Los Alcázar no tienen internet. En casa ven películas y conciertos en CD. Leen a J. J. Benítez en la «piltra» y se recogen con Robert Plant y Jimmy Page. Se les va a hacer de noche. Faltan a su hora con el Mariskal.
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