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Ocean Vuong y la belleza de morir muchas veces - Zenda
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Ocean Vuong y la belleza de morir muchas veces

Ahora apenas tiene fotos de su vida privada en sus redes. Vuong había publicado un altar a su madre fallecida, un escritorio austero sobre el que escribe con letra tímida, como las flores que no se acaban de abrir por algún tipo de avería climática en la primavera. Aparecía paseando en bicicleta con su novio,...

Cuando leí En la Tierra somos fugazmente grandiosos cotilleé a su autor por redes sociales y busqué algunos vídeos. Interpreté su imagen y su gesto como el de una persona frágil, pero equilibrada entre la sensibilidad y la inteligencia. Ese libro era su propia imagen: alguien que ha encontrado los conductos para drenar el dolor hacia la belleza. Algo excepcional, pues el dolor suele derramarse irracionalmente hacia el victimismo, el reproche, la autodestrucción o la tortura de las personas que tratan de protegernos. El dolor y la muerte, salvajes que Ocean Vuong domestica.

Ahora apenas tiene fotos de su vida privada en sus redes. Vuong había publicado un altar a su madre fallecida, un escritorio austero sobre el que escribe con letra tímida, como las flores que no se acaban de abrir por algún tipo de avería climática en la primavera. Aparecía paseando en bicicleta con su novio, posaba mientras hacía senderismo colocando sus piernas como un triángulo escaleno. Habla con la serenidad de un monje budista, ninguna palabra es azarosa, como si en el lenguaje encontrase el secreto de la existencia. Me resulta inevitable pensar que su escritura es un ejercicio donde entrena esa forma de vivir.

"El zombie: un muerto viviente que muerde e infecta otra vida. Vuong lucha contra la zombificación, su poemario evita la putrefacción de las pérdidas"

Su último poemario titulado El tiempo es la madre, publicado en edición bilingüe inglés-español por Vaso Roto Poesía y traducido con gran ingenio por la poeta Elisa Díaz Castelo, abre con la dedicatoria a su madre, Lê Kim Hông, y a su pareja, Peter, quien sostuvo la despedida y al que escribe un poema epistolar desde una clínica donde toma Xanax (un ansiolítico). El amor nos salva de la muerte, pero la negación del luto nos impide amar. La cita de apertura de César Vallejo no podría ser más justa: Perdóname, Señor: ¡qué poco he muerto!

El zombie: un muerto viviente que muerde e infecta otra vida. Vuong lucha contra la zombificación, su poemario evita la putrefacción de las pérdidas. Quienes no asimilan las muertes, propias o ajenas, son perfectamente crueles cuando intentan amar, porque el dolor es la penúltima confirmación de la pasión; ignorar ese momento o camuflarlo en despersonalizaciones hedonistas asegura la mediocridad de futuras relaciones y, por ende, de la propia vida: Que recuerdo cada folículo del fracaso como ellos recordarán a dios después de la religión: solo, imposible y bueno.

"La belleza hay que desenterrarla de vez en cuando. También a nuestros muertos, también nuestras muertes, de lo contrario, imponen su tiranía y jamás serán bellos, es decir, dignos de ser reencontrados"

El cuidado de la belleza es uno de los temas recurrentes de su poemario, la única rebelión que tenemos a mano para que las muertes no nos maten. Para que la belleza sobreviva hay que aguantarle la mirada a la muerte, retornar tantas veces sean necesarias a los cementerios que habitamos, hasta que el dolor reduzca su violenta virulencia: nadie es libre sin partirse en dos.

La belleza aparece como resultado de la reconciliación nostálgica con los amores perdidos, en este caso, la madre, pero también una parte de sí mismo que se fue con ella. El acto de amar es eufórico y festivo cuando se vive, ignora y desprecia el tiempo, pero cuando se vuelve pretérito se convierte en tortura: No, no la belleza, sino tú y yo sobreviviéndola. Lo cual es aún más bello. La belleza es el ancla de la memoria que siempre está a la vuelta de la esquina, múltiple y camaleónica, se transforma en melodía, fotografía, poema, paisaje o en la revelación de un objeto cotidiano. Vuong compone un poema a partir del historial de compras que hizo su madre por Amazon, extrañas son las formas en las que se revela el amor cuando se metamorfosea en belleza. Destellos de ternuras que se difuminaron en el tiempo, pero no en el recuerdo: ¿Por qué el tiempo pasado siempre dura más?

"Ignorar el dolor, no hacerle justicia, implica desdeñar aquello que nos sostuvo y que nos mantuvo con vida. La ignorancia es fallecer en el tiempo"

En un poema titulado Leyenda estadounidense el hablante lírico conduce junto su padre y su perra al lado, van a sacrificarla, pero tienen un accidente en el que, mientras dan vueltas de campana, su padre le abraza involuntariamente por primera vez en décadas. La belleza hay que desenterrarla de vez en cuando. También a nuestros muertos, también nuestras muertes, de lo contrario, imponen su tiranía y jamás serán bellos, es decir, dignos de ser reencontrados. El hablante lírico provocó el accidente para liberar a su perra y sentir físicamente a su padre.

El dolor afirma que un día amamos, y que lo seguimos haciendo. Barómetro inversamente proporcional al deseo que nos secuestró involuntariamente. Ignorar el dolor, no hacerle justicia, implica desdeñar aquello que nos sostuvo y que nos mantuvo con vida. La ignorancia es fallecer en el tiempo. Ocean Vuong confiesa el amor hacia su madre, no podrá ser enterrada, pero su altar es la escritura, instrumento para desasirse de la tiranía del dolor. Dar palabra al dolor promete futuras reconciliaciones, porque la peor esclavitud consiste en no tener agallas para partirse en dos.

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Autor: Ocean Vuong. Traductora: Elisa Díaz Castelo. Título: El tiempo es la madreEditorial: Vaso Roto. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Sergio Antoranz

Sergio Antoranz es Doctor Mención Internacional Cum Laude en Filosofía. Es editor y autor de diversos libros sobre Filosofía Contemporánea, Estética y Literatura.

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