Más de 100 días han pasado desde que guionistas y actores de Hollywood se declarasen en huelga contra la industria del cine. La producción de varias series y películas ha quedado paralizada debido a que los sindicatos, entre otras demandas, exigen la regulación del uso de la inteligencia artificial. La irrupción de esta nueva tecnología ha venido acompañada del eterno debate sobre qué impacto podrá tener en numerosos oficios y, al parecer, la industria cinematográfica ya ha encontrado la manera de suplantar el trabajo de los artistas con el apoyo de la IA.
¿Cuánto tardará el sector editorial en actuar de la misma manera?
¿Afectará también esta tecnología al trabajo de los escritores?
Bien.
Estoy cansado de leer, una y otra vez, los mismos consuelos baratos en los medios de comunicación y las redes sociales. Como para convencer al mundo o engañarnos a nosotros mismos, repetimos como en un mantra que la IA nunca podrá superar la creatividad y la sensibilidad del individuo, que el arte de la escritura se basa en la experiencia humana y que los ceros y los unos jamás reflejarán las emociones de las personas sobre el papel.
Pero yo no estoy tan convencido.
Solo hay que ver los resultados que está mostrando esta tecnología en sus primeros años de desarrollo para intuir el enorme potencial que podrá ofrecernos en un futuro próximo. Chat GPT, por nombrar solo uno de los sistemas de chat, es capaz de leer en pocos segundos infinidad de documentos, extraer su información y elaborar un manuscrito que a cualquier escritor de carne y hueso le llevaría años de arduo trabajo. Su inmensa base de datos cuenta con millones de textos literarios que sirven para el aprendizaje de la máquina, pudiendo utilizar las estructuras, el estilo y la voz de los mejores escritores de la historia para crear una nueva obra original. Con toda la información que regalamos cuando pasamos el tiempo en las redes sociales o navegamos por la web, no me extrañaría en absoluto que la IA llegue a conocernos mejor que nosotros mismos, sabiendo perfectamente qué teclas emocionales debe tratar en su obra para que consiga atraparnos de principio a fin.
Que sí.
Lo sé.
Es cierto que a día de hoy estamos acostumbrados a recibir por parte de la IA un lenguaje frío e impersonal, pero no creo que necesite mucho más tiempo de desarrollo para ser capaz de adquirir una voz propia, un profundo estilo de escritura que imite todas esas emociones y experiencias humanas con tanta naturalidad que sea capaz de convencer, incluso, a algún que otro lector experimentado.
¿Quiere usted seguir engañándose?
Hágalo.
Deje de leer este artículo y siga con sus cosas.
Pero eso no evitará que en los próximos años, queramos o no, convivamos con normalidad rodeados de productos generados por la inteligencia artificial.
Productos por los que usted y yo pagaremos de buen agrado.
Ya lo verá.
Imagino que las editoriales no tardarán en utilizar esta tecnología para analizar aquellos libros que funcionan o han funcionado en el mercado, de manera que la máquina pueda ofrecerles, en apenas unos minutos, una nueva obra con los ingredientes, las tramas y los personajes que el editor crea convenientes. Las librerías acabarán saturadas de novelas escritas bajo pseudónimo o firmadas por autores ficticios, mientras que los famosos y las personas influyentes ya no dependerán de los escritores fantasma para escribir sus memorias.
Y es que aquí no acabaría la cosa, porque el sector editorial también podría apoyarse en la inteligencia artificial para seleccionar y analizar los manuscritos de una forma mucho más rápida. Esto daría lugar a que, dentro de unos años, los escritores nos enfrentemos al veredicto de una máquina cuando entreguemos nuestros borradores a la editorial, de manera que terminen venciendo ciertos patrones de escritura, estructuras narrativas o tramas populares que hayan demostrado ser rentables previamente. La IA también terminará revisando y corrigiendo los errores gramaticales y ortográficos de un texto; traducirá con eficiencia y exactitud los libros a diferentes idiomas, aumentando así la audiencia potencial de una obra, y generará con acierto el material promocional para las redes sociales y las campañas de marketing.
Ya veníamos diciendo, desde hace un tiempo, que el ritmo de publicación de este país es endiablado, donde se publican más de 90.000 obras nuevas cada año (es decir, más de 10 libros por hora). Vivimos en un mundo donde las editoriales parecen lanzar títulos a las librerías por azar, esperando con los dedos cruzados que uno de ellos venda lo suficiente como para cubrir los costes de los otros mil que no cumplen con los objetivos comerciales. Mucho me temo que la llegada de la IA podría acelerar y simplificar, aún más, este proceso editorial, permitiendo la publicación de un mayor número de libros en un lapso de tiempo reducido.
Nuestra generación de autores está marcada por la imperiosa necesidad de sorprender con cada una de nuestras obras para destacar entre los miles de textos producidos por un código matemático. El cambio de paradigma al que nos enfrentamos con esta tecnología nos empuja a encontrar nuevas formas de narrar, a trabajar en enfoques poco convencionales y a romper con las mismas estructuras de siempre. Nuestra mayor preocupación debería ser, ahora más que nunca, encontrar una voz propia que nos identifique como narradores, un estilo único que ningún algoritmo sea capaz de replicar.
El copista de éxitos, el redactor de tramas, tiene los días contados.
Ha nacido una máquina capaz de hacer su trabajo.
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