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Ochenta años: ¡Felicidades, Luis Eduardo Aute! Ya sabes que siempre te recordamos - Zenda
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Ochenta años: ¡Felicidades, Luis Eduardo Aute! Ya sabes que siempre te recordamos

Sigues tan presente, Eduardo, como cuando sabía que estabas a la vuelta de la esquina y podía ir a visitarte a tu casa de Jorge Juan, a tomar un café con mucho humo y charlar, charlar sobre la poesía, los libros, las mujeres, el amor y la familia.

Foto de portada: Luis Eduardo Aute, en la época de su álbum ‘Segundos fuera’.

¡Felicidades, Luis Eduardo (Aute). Hoy, 13 de septiembre, es —sería y será— tu cumpleaños por siempre, pues siempre pasabas por aquí, es decir, por mi vida. Sigues tan presente, Eduardo, como cuando sabía que estabas a la vuelta de la esquina y podía ir a visitarte a tu casa de Jorge Juan, a tomar un café con mucho humo y charlar, charlar sobre la poesía, los libros, las mujeres, el amor y la familia. Así que hoy quería felicitarte y, de paso, aprovechar la ocasión para evocar algunas historias que, ya ves, siguen vivas.

Pensaba hacerlo en privado, silenciosamente, pero alguien me sugirió que lo contara, y yo, que me he negado a escribir sobre ti tras tu muerte, lo he reconsiderado, y aquí estoy, siguiendo el consejo de tu buen amigo Miguel Munárriz, cuya calidez os emparenta; porque cálido y generoso son las palabras que elegiría para definirte, Eduardo. También añadiría dulzura, pero no estoy seguro de que se entienda. Y ahora que hablamos de palabras, bien sabes que había dos que nos unían (ya lo comentamos): el adjetivo suave y el adverbio quizás. También el sustantivo intemperie. Pero vayamos a los recuerdos, aunque advierto al posible lector que lo que aquí sigue son evocaciones de momentos muy personales que acaso le puedan aburrir. Avisado queda.

"Un año me inventé una historia para ti, y tú me solías hablar de que tenías una idea para escribir un libro infantil, y me lo contabas cada año, pero no avanzabas, no sabías cómo darle forma"

Mi regalo. En tu cumpleaños, Eduardo, siempre te regalaba un libro infantil. Esta tradición comenzó al azar (yo acababa de publicar El paranguaricutirímicuaro que no sabía quién era) y luego ya se convirtió en una costumbre, que implicó a otros autores. Me acuerdo ahora de Un beso para Osito, de Sendak; Querido Paul, querida Susi, de Nöstlinger; El pequeño Nicolás, de Goscinny y Sempé; El libro de los guarripios, de Lobel; Dídola, pídola pon o la vida deber ofrecer algo más… Sin duda la vida debe ofrecer algo más que el tenerlo todo (y no ser feliz), como le sucedía a Jenny, la perrita que dibujó Sendak. Un año me inventé una historia para ti, y tú me solías hablar de que tenías una idea para escribir un libro infantil, y me lo contabas cada año, pero no avanzabas, no sabías cómo darle forma… Mucho tiempo después la escribiste y se publicó.

Familia. Cuando escribí tu biografía para la colección Los Juglares —el primer libro que se publicó sobre tu figura— venías todos los días a mi casa —y madrugabas— a charlar tranquilamente, largas conversaciones con o sin grabadora, mientras saboreabas las pastas que mi exmujer, María, te preparaba y que te encantaban. Recopilamos decenas de horas en los casetes. La primera vez que fui a tu casa de General Díaz Porlier, tu mujer, Maritchu —aún veo la imagen— estaba muy embarazada de tu primera hija, Laura Julieta; después tuvisteis a Miguel Leonardo. Quiero recordarlo porque existe un cierto paralelismo familiar: mis hijos se llaman Laura Wins y Miguel Eduardo (Eduardo ya sabes por quién). El tercero, David, no tiene que ver con tu canción «Pasaba por aquí» (es más probable que te llegara el nombre por David San José), pero ahí está el dato. La familia y la familiaridad propició que hablásemos de los hijos, algo que nos preocupaba.

Luis Eduardo Aute y José María Plaza repasando los datos para su primera biografía publicada.

Visitas. Nuestro último encuentro fue en tu casa de Jorge Juan una mañana en que, de paso al periódico, quise llevarte un libro de un poeta argentino (Diego Mattaruco) que jugaba constantemente con las palabras, como tú en los poemigas, y pensé que te podría interesar, como así ocurrió. Fue una visita rápida, improvisada —los dos teníamos cosas entre manos—. Antes de dejarte me cargaste de libros, ya que en los últimos años se había escrito mucho sobre ti y tú no cesabas de publicar. Fue una especie de tránsito hacía otro encuentro más largo y tranquilo, que nunca llegó. Al poco tiempo —entraba junio— nos encontramos en la Feria del Libro y ahí quedamos en vernos después del certamen, pero cuando ya me iba me dijiste que quizás fuese mejor en septiembre, ya que empezabas con los ensayos de tu gira del verano, esa gira que se interrumpió —y para siempre— un día de agosto que sigue siendo como un agujero negro.

"Balada para Clara se acaba de publicar ahora, y se ha publicado por recuperar tus palabras. Bien sabes, porque te lo conté alguna vez, que todas mis historias de amor están, de alguna manera, relacionadas con tus canciones"

Prólogos. Disfrutabas escribiendo canciones y poemas (también pintando), pero sufrías, y sufrías mucho, con la prosa. Se te hacía eterno llenar un folio. Y aun así, y dada tu generosidad, me hiciste tres prólogos; un abuso, lo sé. El primero para Desde este lado del este del edén, un libro de poemas juguetones cuya editorial quebró antes de publicarse. El segundo para Canciones de amor y dudas (el título es una copia descarada, te lo dije, de tu segunda trilogía musical). Y el tercero… No iba a haber un tercero, pero se coló de por medio Clara, una historia de amor de la que te hablé desde un principio y empecé a escribir unos poemas, un largo diario del amor, en donde tus canciones tenían mucho que ver: «Ay de ti, ay de mí, ni tú ni yo somos culpables de este amor, que es un error…».

Esa canción sobre dos escépticos del amor que, fatalmente, se encuentran, fue la semilla para un libro de 112 poemas. No nos quedó más remedio, pues, que yo pedirte, y tú escribir, ese prólogo, fechado en octubre del 2007, pero que aún seguía inédito. Balada para Clara se acaba de publicar ahora, y se ha publicado por recuperar tus palabras. Bien sabes, porque te lo conté alguna vez, que todas mis historias de amor están, de alguna manera, relacionadas con tus canciones: si había alguna chica a la que no le gustaba tu música, automáticamente dejaba de interesarme. No era por solidaridad contigo, sino una cuestión práctica: presentía que nuestras sensibilidades y nuestro mundo no estaban hechos para entendernos. Esa era la prueba del nueve del amor.

Encuentro casual con Aute en la Feria del Libro de Madrid, poco antes de su último concierto.

Toda la poesía. El último recuerdo que quiero evocar no es íntimo, sino social. La editorial Espasa publicó (2017), en una impecable edición al cuidado de Miguel Munárriz, Toda la poesía, un libro de más de 600 páginas, cuyo título ya anuncia el contenido. Ahí está desde «La matemática del espejo» hasta los poemas de tus sucesivos animalarios. Ese magnífico volumen, en sus dos versiones (la de bolsillo y la de dos kilos de peso) se festejó en el Círculo de Bellas Artes, en uno de los actos más inolvidables que, como periodista, he vivido, y estamos hablando de miles. Fue la mejor presentación de un libro que recuerdo. Un detalle: Ana Belén, que fue actriz en uno de tus cortos, interpretó una de tus canciones acompañada al piano de su hijo, David San José.

"Por fortuna, o desgracia, mi memoria es un erial, y las cintas, en las que grabamos decenas de horas de íntima conversación, se han perdido. Y así andamos..."

Tú no asististe. Estabas en tu casa, pero ya no estabas. Y arrasabas: tu espíritu, tu sonrisa y tu sencillez se hicieron más presentes que si te tuviéramos delante. El libro es una joya, claro; pero para mí la joya más preciada es la primera edición de La liturgia del desorden, poemas entre 1976-78, publicada por Hiperión, la editorial de tu amigo Jesús Munárriz; unos poemas en la línea de la Generación del 50 (pongamos Caballero Bonald, Ángel González, José Agustín Goytisolo) con toques de los aguafuertes de Antonio Saura. Mi libro tiene una dedicatoria —ya la había olvidado— que, al leerla ahora, me ha emocionado y hundido en la más luminosa nostalgia: «A José María, biógrafo, psico-analista, cronista, poeta y sobre todo, a partir de estos días, tan amigo, tan amigo, tan espejo, que me asusta que conozca mucho más de lo que conozco de mí mismo. Un abrazo muy fuerte de tu súbdito… Luis Eduardo Aute». Por fortuna, o desgracia, mi memoria es un erial y las cintas, en las que grabamos decenas de horas de íntima conversación, se han perdido. Y así andamos…

Así hemos llegado, otra vez, a este 13 de septiembre, que sigue siendo tu cumpleaños, y vuelvo a felicitarte, querido Eduardo, tan vivo entre nosotros. Y ya cierro los recuerdos y me callo, porque posiblemente todo esto sea bastante pueril, y ya sabes, si yo sólo pasaba, pasaba por aquí, como el título de estas crónicas, que no he de decirte a quién recuerdan y celebran.

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José María Plaza

Periodista y escritor, ha trabajado en primera línea de la cultura de Madrid durante muchos años. Ha publicado más libros de los que ya podrá escribir, de los que unos quince han sido traducidos al japonés, turco, coreano o chino. Produjo dos obras de teatro familiar, y ha escrito dos comedias de enredo, y tres títulos de teatro-documento sobre Marilyn Monroe, los Beatles y Marga Gil Roësset y Zenobia Camprubí. Entre sus libros publicados: Luis Eduardo Aute, La espera, No es un crimen enamorarse, Mi primer Quijote, La puerta secreta del Museo del Prado, de la serie ‘Los Sin Miedo’, La luna de Nueva York, y los recientes: Cid, el primer caballero, y Los Beatles y ellas.

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