Querido Pedro:
Es cierto que para escribirte esta carta he hecho memoria del pasado y he vuelto a las páginas de mi libro Pedro J: Tinta en las venas, del que ya digo que es un libro famoso: “Yo no soy famoso, pero este libro sí lo es”. Y lo digo porque la gente me habla de él, me lo valora mucho, y yo, que no soy de piedra, no puedo estar más contento con él.
Quizás sea el libro en el que más trabajé, de sol a sol, durante un año o alrededor de un año entre una cosa y otra. Y debo decir que fue un año apasionante, un año de aventura y acción, por expresarlo de algún modo, pero también un año de intenso aprendizaje periodístico, literario y vital. Me acuerdo que Raúl del Pozo, el gran Raúl, nuestro amigo y compañero, me dijo al principio, cuando lo estaba empezando: “Este libro tiene que ser para ti como un máster”. Y yo creo que se equivocó, porque no fue como un máster, sino como muchos másters.
En todo este tiempo en el que no hemos tenido relación, relación directa, he seguido, desde lejos, tus pasos. Mientras hacía otras cosas y escribía otros textos, otros libros, yo te miraba atento, de forma diferente, pero atento. Leí tu último libro de cartas del director —creo que es el último, hasta ahora—, y fui a su presentación. Creo que ése fue el último día que nos vimos. Me acuerdo que me saludaste, me diste la mano, y me llamaste “amigo”, lo que para mí, viniendo de ti, significó un alto grado de reconocimiento de nuestra relación.
Quizá me equivoqué, quizá debí estar más cerca de ti estos años, pero consideré, tácitamente, que tú necesitabas gente diferente, gente de otro perfil. Porque es cierto que cuando te pareció que había que contar conmigo, profesionalmente, lo hiciste, y te estoy muy agradecido.
De vez en cuando, ahora, enciendo el ordenador y miro la pantalla con El Español, tu última criatura. Trato de verte en el periódico, lo que el periódico tiene de ti, y me han hablado muy bien de él. Felicidades. Muchísimo ánimo.
Cuando hice mi libro sobre ti me dijiste que el día que te jubilaras te gustaría escribir Historia, y ya has escrito Historia. Pero me parece difícil, si tienes salud, que dejes el periodismo activo, que dejes, de dirigir un medio, preferentemente escrito, como siempre, aunque seguro que sigues leyendo Historia y haciendo tus libros, con paciencia y amor. Pero más bien te veo haciendo eso, si me perdonas, los fines de semana o en los ratos libres, si es que tienes alguno. Te gusta demasiado hacer la Historia, o colaborar a hacerla, mejor dicho, como para emplear demasiado tiempo en estudiarla, y hay muchas formas de estudiar algo. Una vez me dijiste que eras un “científico del poder”. Creo que es muy compatible con lo que acabo de decir.
En mi opinión eres una persona que mezcla muy bien, que lo combina en este sentido con acierto, al hombre de acción y al de reflexión. Te gusta actuar, pero también pensar. Creo que sólo te retirarás a escribir Historia cuando el cuerpo no te permita hacer esa vida de acción. Muchos escritores escribieron sus libros, abundantes en algunos casos, porque su peculiar circunstancia les empujó a un cierto tipo de vida, una vida más bien sedentaria y tranquila, si es que alguna lo es. Creo que la tuya te ha permitido siempre, estando en forma como siempre has estado, permanecer en el escenario de la vida pública y hacer una vida enormemente activa, leyendo y reflexionando, efectivamente, pero no como actividad principal. Una vez me dijiste, me parece que el día que fui a tu despacho a presentarte mi proyecto, que te habían regalado las Obras completas de Ortega y Gasset, al que no habías leído todavía mucho, y que te daba cierta vergüenza porque no sabías cómo te ibas a “poner al día” con el filósofo, con su obra. Yo sé que en el futuro, si es que ese futuro no ha llegado ya, un estudiante de Periodismo o de otra carrera, o un profesional de un oficio en concreto, dirá algo parecido ante tus escritos, o ante lo que se haya escrito sobre ti.
En fin, Pedro, “amigo”, como tú me dijiste con toda su hondura y significación, que voy cerrando esta carta. No sabía lo que iba a decirte, y resulta que te he dicho mucho en ella, además importante, al menos para mí.
Decirte lo que siento: que me apetece mucho volver a verte, quedar un día y hablar un tiempo, no largo, porque sé lo ocupado que siempre estás, pero sí el suficiente para saber de nuevo de ti, para saludarte con cariño y para darte las gracias, con la lejanía de aquel año 2007, cuando empecé a escribir mi libro, tu biografía, por darme la oportunidad de hacerlo, un libro que se puede decir que sólo me ha dado satisfacciones, y que oigo que la gente habla de él como si yo fuera un escritor importante.
Puede que no lo sea —no lo soy—, pero el libro lo es, y yo nunca olvidaré el año en el que lo escribí, cuando era bastante más joven y tenía una pluma joven, dinámica y valiente, aunque no lo pareciera, aunque no me lo pareciera a mí. Pero cuando vuelvo al libro lo veo. Yo no quería hacer una hagiografía, y por eso me tomé algunas libertades, algunas confianzas. Pero yo sé que tú lo comprendiste, porque los dos queríamos hacer un buen libro. Con toda humildad, pero con orgullo de padre, padre literario, debo decir, también con la perspectiva de los años, que resultó mejor de lo esperado, y yo esperaba bastante, por el tema que trataba. El tema eras tú pero también un período apasionante de la Historia de España.
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