Francisco Cardemil Pérez es un poeta y traductor nacido en Santiago de Chile en 1995. Poeta y traductor. Es arquitecto y magíster en Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue becario de la Fundación Pablo Neruda en 2018 y del Fondo Nacional del Libro y la Lectura en 2019 y 2022. Ha participado en las publicaciones Topiaria (2019) y Poemas contra la policía (2020) del Colectivo Frank Ocean y es autor de los libros de poesía Pueblos de tacto (Gramaje, 2021) y El amor oscuro (Libros del Pez Espiral, 2022). Obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Poesía Juvenil Pablo Neruda en 2013 y en los Juegos Literarios Gabriela Mistral, mención poesía, en 2019. Presentamos una selección de textos de El amor oscuro junto con una serie de collages que también pertenecen al autor.
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La construcción de un edificio se divide en partidas. Las partidas, a su vez, en excavación, obra gruesa, instalaciones y terminaciones. No sabemos cuánto de ese crecimiento es visible entre cuatro paredes ni qué significa para la forma en que vemos la casa. Tampoco sabemos de qué se trata una casa. Solo conocemos la posesión del espacio. Un adentro y un afuera. La forma en que los músculos y las distancias se aflojan o se tensan al cruzar una habitación. No somos los mismos entre lo que cubre el techo y los pasos que contamos al caminar por las veredas. Cuánto material, cuánto espacio inútil nos separa, es lo que nos hace muchos y lo que nos anula. Estar juntos siempre es desertar.
Paredes blancas
El vapor de la comida
recorre el papel tapiz
con un brillo cansado
las gotas contornean
el látex blanco
sin encontrar pausas
en el camino
nosotros
no sabemos habitarlo
vacío
sin retratos
sin diplomas
no tenemos épicas
historias domésticas que hablen
de las roturas familiares
en un día de aniversario
el muro desnudo
no tiene temas de conversación
que entretengan a las visitas
no hay raíces
para afirmarnos
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Figuras, puertas y pasillos
Un pasillo varía en extensión
estrategias de orden nos plagan
ancho y altura
son sentimientos humanos
toda ciudad es una casa
un hombre aparece
golpea las junturas de los vanos
ahora vivimos juntos
él espera que caiga nuestra puerta
su venganza es lo material
así se decidieron nuestras habitaciones
cambios en el sentido del pavimento
su textura una lengua grabada
direcciones en placas de metal
el color de una puerta
maceteros para gobernar un balcón
pero esta ventana quebrada
pone sobre la mesa a los vecinos
qué de nosotros podrían robar
en la carne de los objetos
¿hay algo realmente propio que perder?
preguntas desde cuándo existe el corredor
desde cuándo existe el afuera
si de verdad hemos salido
después de compartirnos
todo nos fue dado
por necesidad humana
estamos vendados en un callejón
alguien más aguarda otro descuido
¿sabrías decir si también es humana
nuestra necesidad?
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Hay algo de violencia en cómo las piezas de una construcción se montan, se unen, se condenan a permanecer juntas hasta que llega un desastre. Gestos que permean en cómo entendemos lo doméstico y el exterior. Mostrar la costumbre es encerrarla, quedarse en un encierro, como si esa rutina se incendiara ante cualquier fuente de luz. Salir de la casa es salir con cambios. Nos despedimos en la temperie con más afecto. Las cortinas cerradas. Al mapear estas conductas, obtendríamos algo parecido a las antiguas plantas de movimiento de los salones de baile. La costumbre de bailar en un escondite de piedra.
Rasante
Esta tala empieza por nuestras cosas
sin hogar sin muebles de madera
otras torres nos visitan
en los días demasiado claros
pintamos de negro las cortinas
no saben si moverse al viento nocturno
un secreto quebrado
para conocernos con las yemas
tu sombra invade
las ventanas de los vecinos
a una hora en que olvido lo que cantas
apagados los interruptores
la inercia del sueño
entorna la entrada a la habitación
la luz recorre los bordes de las cosas
cosiendo sus fronteras
con un hilo plateado
dos hombres que renuncian a la luz
para atrasar sus muertes
no están listos para verse desnudos
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Celosía
Se media la luz
para menguar los efectos del sol
su radiación sobre los cuartos
permitir ventilación cruzada
que una ventana se mantenga abierta
Hablas decorando con los puños
los marcos de la pared
desmantelas las instalaciones
que he puesto para reconocerte
dentro del umbral
crudeza de compararme
con los mensajes de tu teléfono
perdigones incrustados en la pintura
velar como ese tejido traslúcido
que nos exigieron
lo que antecede a las cortinas
desdeñar su nombre y tu dedicación
un cuerpo arrojado
por la ventana
ya no entiendo qué es la luz
en qué oscuridad nos guardamos
si no podemos reconocer
nuestros errores
no logro saber quién soy
a través de ti
Hay quienes piensan en la arquitectura como un material forense. Cuerpos en constante peligro, llenos de pistas, de señales. Huellas acumuladas chocan con la técnica de diseño. Al embalsamar un cuerpo se deja un vacío que se lee entre los muros. Si alguien quisiera diseccionar una vida, tendría que atravesar el concreto, los fierros, los muebles de madera. La imagen resultante: abrir una casa de muñecas, todo intacto, en su lugar, esperando una renuncia. Pero, aun así, la información de ese pequeño inventario debe ser ordenada. El inventario es el único animal que sobrevive a la casa. El registro mezclado de todas las capas es la mejor forma de dejarlo satisfecho, de mantenerlo atento al tiempo y al final de las cosas. El lenguaje es el ensamble de sus vendas. Una guía de rutas para conocerse y quererse en la oscuridad.
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