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Cartas a Mateo (XVI): El futuro que aguarda - Zenda
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Cartas a Mateo (XVI): El futuro que aguarda

Mi pesadilla es siempre el optimismo: me duermo débil, sueño que soy fuerte, pero el futuro aguarda. Es un abismo. No me lo digan cuando me despierte. (Mario Benedetti, Hasta mañana) Parece mentira, me repetía infinidad de veces en días pasados. Parece mentira que estemos aquí los tres, probando pantalones, un abrigo y todo el...

Mi pesadilla es siempre el optimismo:
me duermo débil, sueño que soy fuerte,
pero el futuro aguarda. Es un abismo.

No me lo digan cuando me despierte.

(Mario Benedetti, Hasta mañana)

Querido Mateo,

Parece mentira, me repetía infinidad de veces en días pasados. Parece mentira que estemos aquí los tres, probando pantalones, un abrigo y todo el resto de prendas para la etapa escolar que comienzas, asomándose ya tus cuatro años de edad sobre el horizonte no tan lejano del próximo enero. Parece mentira que te vaya a acompañar a tu primer día de colegio, si todavía fue ayer, literalmente ayer, cuando te estaba esperando frente a la puerta del quirófano, al final de aquel eterno domingo en el que viniste a iluminar mi vida para siempre.

Siempre te hablo de lo mismo, hijo, lo sé. El tiempo, la rapidez con la que éste transcurre y también lo mucho que éste nos condiciona. Lo que dependemos de él a pesar de que, realmente, no sea nada. Porque el tiempo no tiene entidad, no forma parte de la naturaleza como el sol, una estrella, el mar o un bosque. Es cierto que podemos notar los cambios a nuestro alrededor, el curso de las estaciones, las subidas y bajadas de la marea, la alternancia de noches y días. Y claro que estos cambios, estas sucesiones, forman parte de la naturaleza. Pero en sí el tiempo no existe: es tan sólo un invento, apenas una convención social más que, por azares del destino, ha venido a ser aceptada por muchos miles de millones de individuos, que con ello le hemos otorgado el estatus casi real del que ahora disfruta, y que además nos dejamos gobernar por él. Disculpa si no me explico lo suficientemente bien, Mateo: una cosa es ponerse filosófico y otra ser un filósofo de verdad.

"La propia naturaleza de estas cartas, su mera existencia, ya te da una idea nítida de por dónde van mis preferencias, si me preguntasen qué mitad de mi vida querría conservar o repetir"

Además de por este importante punto de inflexión que supone el arranque de tu vida académica, he recaído en el tema del paso del tiempo debido a mi reciente cumpleaños, infalible recordatorio personal al respecto. En general, la llegada a los 46 no debería suponer demasiado revuelo, pero la cifra sí es relevante en este año 2023: significa que he llegado al punto de mi vida donde acabo de ver pasar tanto tiempo en el siglo XXI como antes en el XX. La propia naturaleza de estas cartas, su mera existencia, ya te da una idea nítida de por dónde van mis preferencias, si me preguntasen qué mitad de mi vida querría conservar o repetir.

Un observador externo diría, no sin cierta lógica, que es normal sentirse atraído por esos primeros 23 años, con la teórica despreocupación total de la infancia, la ligeramente conflictiva adolescencia, y la época feliz de desmadre universitario si es el caso. En el otro lado de la balanza, a partir de cierta edad, lo que solemos encontrar es una enorme planicie de años de vida laboral que hay que ir recorriendo con la mayor paciencia posible, marcando casillas en el calendario del mismo modo que en las películas los presos van haciendo muescas en la pared para medir el discurrir de su condena, o pensando al revés, para llevar la cuenta atrás hacia su ansiada libertad.

"Recuerdo una sociedad ya con cierta apariencia de normalidad democrática, menos violenta, más familiar o tal vez simplemente más acogedora"

Sin embargo, al simplificar de este modo (lo mismo aplica a mi caricatura del mundo laboral de cada cual), estaríamos dejando de lado todo lo relativo al aspecto global de esta época; el cómo ha venido cambiando el entorno, tanto ambiental como político o ideológico; cómo van las cosas y cómo puedan ir en tu mundo. Y en mi limitada opinión, no fundada en experimentos científicos ni en análisis de datos objetivos, sino en la contraposición de los recuerdos y vivencias en uno y otro tiempo, el transcurrir del siglo XXI nos va llevando, de forma cada vez más precipitada, por un camino oscuro hacia ningún sitio. Ojalá los años venideros me demuestren mi error.

Recuerdo una infancia sencilla, con preocupaciones sencillas. Recuerdo una sociedad ya con cierta apariencia de normalidad democrática, menos violenta, más familiar o tal vez simplemente más acogedora, donde la caída de la hoja de un árbol no causaba un estruendo en las redes sociales. Porque no existían. Como tampoco existía internet, ni el teléfono móvil conectado a internet, canal con un potencial maravilloso para infinidad de aplicaciones bienintencionadas, por supuesto, pero que de forma cada vez más frecuente sirve de vehículo a todo tipo de amenazas, acoso, etc. Piensa que, en mi adolescencia y todavía en la universidad, una fotografía tenía que ser tomada con una cámara “de verdad” y procesada por alguien experto para obtener una copia física de la misma. Ahora, casi cualquier persona con la que te cruzas por la calle podría distribuir masivamente una imagen tuya, sea afortunada o no tanto, en apenas segundos, con los efectos que ya conocemos. Porque, además, esa imagen es prácticamente imposible de hacer desaparecer y puede perseguir a su protagonista de manera perpetua.

"Y me pregunto si esto es algo que se pueda evitar. Si realmente estamos condenados a repetir la Historia porque no hemos aprendido nada, o por haber olvidado lo que necesitábamos"

Lo que veo ahora, Mateo, es el deterioro cada vez más rápido de una sociedad occidental que, con sus luces (democracia, derechos humanos, libertades) y sus sombras (el mercado haciendo de las suyas), nos permitía a todos estar más o menos tranquilos durante ciclos prolongados. Veo cómo se desmorona, con sorprendente rapidez, lo que tus abuelos, y los suyos, han venido construyendo a lo largo de mucho tiempo. De hecho, hace poco leía un artículo donde alguien apuntaba si, ante el nuevo declive o caída de este Occidente tan pleno de “cosas buenas”, con el paso de los años no se estudiaría esta época con la admiración, quizá con la nostalgia, que hoy tenemos hacia la Atenas de Pericles, por ejemplo. Lo sé, Mateo, esto es mucho decir. Pero sí puedo imaginar a todos esos científicos sociales analizando nuestro tiempo, seguro que encontrando señales de alerta en la segunda mitad del siglo XX y luego tomando notas, recogiendo síntomas cada vez con más frecuencia, según van pasando los años del XXI. Como el entrenador de baloncesto que, revisando con sus ayudantes el último partido jugado, es capaz de determinar la secuencia de problemas, errores y mala toma de decisiones que los han llevado a la derrota.

Y me pregunto si esto es algo que se pueda evitar. Si realmente estamos condenados a repetir la Historia porque no hemos aprendido nada, o por haber olvidado lo que necesitábamos. Si, por lo tanto, habría un remedido para ello a base de mayor atención, análisis, prevención. Y si resultase posible, entonces, mantener en pie más adelante lo que se volviera a construir desde ahora con el esfuerzo de tantos, y que a tantos puede ofrecer cobijo.

O si, por el contrario, como sucede con el discurrir de las estaciones, con la subida y bajada rítmica de las mareas, los amaneceres y ocasos de las sociedades, esos abismos que aguardan en forma de futuro, son también una manifestación más del inexorable orden natural frente al que no hay oposición posible.

Muchos besos, hijo.

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Octavio Pernas

Octavio Pernas vino al mundo en Ferrol, a la orilla del Océano Atlántico, hace ya más años de los que a él le parece. Es Licenciado en Veterinaria, aunque los animales han tenido suerte de que una tesis doctoral lo alejase muy pronto de la práctica clínica. Desde entonces, ha trabajado siempre en el ámbito de la investigación, pero ha vivido todo ese tiempo en el mundo de los libros. Autor de “La sonrisa del espejo”, publicada por Editorial Titanium en 2020, año que él recordará siempre por el nacimiento de su hijo Mateo, a quien dedica estas Cartas. En ellas, aspira a dejar abierta una ventana para que él pueda asomarse a la realidad de un particular mundo de ayer, cada día un poco más lejano, en el que las manzanas sabían a manzana, los músicos tocaban en directo, se veía la vida pasar en la calle, en lugar de leerla en la pantalla de un teléfono móvil y, por encima de todo, los niños tenían tiempo de serlo.

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