Si la primera temporada de The Bear era un descenso culinario a la guerra de trincheras, la segunda se asemeja a una historia de superación personal y colectiva a contrarreloj. El sentido de la histeria imprimido por Jonathan Storer a su serie televisiva sigue presente, solo que matizado, haciendo que los meses y las semanas en las que se desarrolla la reconstrucción y puesta en marcha de un nuevo restaurante resulten apasionantes.
Al fin y al cabo, a cambio se enfatiza su recorrido narrativo por los tropos del cine de pura acción (si antes era una película de guerra, esta vez la constitución de un equipo para una misión) y se gana la incorporación de Molly Gordon, una actriz de evidente química sexual con Jeremy Allen White que sirve a Storer para devolver al arte del primerísimo primer plano todo su impacto expresivo.
Hay una sensación de ilusión, adecuadamente combinada con esa agresividad característica de la serie, que recorre toda la temporada como un impulso nervioso. Los capítulos dedicados a cada personaje y su proceso de maduración son interrumpidos a mitad de la historia por “Fishes”, relato a modo de flashback de una cena de Nochebuena que sirve para hacer una demostración de fuerza a base de cameos (Jamie Lee Curtis, Bob Odenkirk, Sarah Paulson, John Mulaney…) y recuperar esa sensación de incómoda agitación que la distinguió hace un año de todo lo visto en la pequeña pantalla.
Los diez capítulos de la segunda temporada, que Disney ha volcado de una sola tacada, resultan igualmente personales e introspectivos, con Storer proponiendo una cierta manera de observación silenciosa pero íntima de las enfermedades mentales, adicciones y pulsiones humanas (a la vida, a la muerte, a las sustancias, al amor, al fracaso…) canalizada a través de una selección musical friqui y tan concreta en sus referencias como los pósters cinematográficos que aquí y allá se diseminan por los escenarios de la historia. Cualquier serie capaz de comenzar a ritmo del tema musical del “The Show Goes On”, de Llamaradas, o “Holiday Road”, de Las locas vacaciones de una familia americana se merece esos excelsos calificativos, y la cosa mejora según avanza.
Lo mejor es, de todas formas, el capítulo dedicado al primo Ritchie, donde Ebon Moss-Bachrach (con ayuda de Taylor Swift) rubrica la media hora de televisión más conmovedora e inspiradora de la temporada. The Bear entrega una segunda temporada un punto más cándida e inspiradora que la anterior, y lo mejor y lo peor de ella es precisamente eso… que es más cándida e inspiradora. Claro que también espectacular, histriónica, conmovedora y brillante. Una serie que se devora de una sentada.
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