«Estados Unidos es un imperio en declive», sostiene el historiador norteamericano Daniel Immerwahr, quien viaja en su libro Cómo ocultar un imperio por los territorios que este país ha gobernado desde 1800, desde las islas del Guano a Filipinas o Puerto Rico.
En su opinión, Estados Unidos es «un imperio en declive» en dos sentidos: «Si por imperio se entiende territorio, entonces es más probable que Estados Unidos se contraiga físicamente en lugar de expandirse en los próximos años (principalmente porque probablemente tendrá menos bases militares); y si se entiende por poder en general, es bastante claro que está perdiendo poder y posición en el mundo«.
Sin embargo, el autor cree que este declive, que «también podría ser descolonización», no necesariamente es una tragedia, pues «desde la perspectiva de la democracia, se podría ver como algo bueno el paso de Estados Unidos de tener la supremacía armada sobre el planeta a convertirse en un país más normal».
Tres de esas posesiones comenzaron con el fin del Imperio español: «En 1898, Estados Unidos entró en una guerra que España ya libraba contra sus súbditos coloniales en Cuba, luchó al lado de los rebeldes pero, en lugar de apoyar su libertad, terminó la guerra anexionándose Filipinas, Puerto Rico y Guam, y se habría anexionado Cuba si los antiimperialistas del Congreso estadounidense no hubieran aprobado una ley que lo impidiera, así que ocupó Cuba sin anexionársela».
Y añade que, aunque es un recordatorio del poder que los antiimperialistas han tenido en la historia, también ofrece la lección de que «hay otras formas de controlar un país que gobernándolo directamente».
En el libro, Immerwahr revela casos espeluznantes, como los experimentos médicos llevados a cabo en Puerto Rico, «no solo poco conocidos, sino que uno de sus responsables, el doctor Cornelius Rhoads, era celebrado en EEUU como un héroe de la medicina por su papel en el desarrollo de la quimioterapia, y un importante premio de investigación sobre el cáncer lleva su nombre, a pesar de los experimentos dañinos que hizo sobre puertorriqueños, y que escribiera en una carta haber asesinado a algunos de ellos».
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos siguió teniendo colonias como Puerto Rico, «la colonia más antigua del mundo», pero no trató de reclamar otras nuevas, dejó marchar a su mayor colonia (Filipinas) y encontró nuevas formas de extenderse por el mundo, hasta el punto de que actualmente dispone de unas 800 bases militares en el extranjero, mientras Rusia solo tiene nueve.
A su juicio, «hoy en día, la forma más distintiva del poder de Estados Unidos no son sus colonias, sino sus cientos de territorios de ultramar».
En el colonialismo estadounidense, el racismo y el supremacismo jugaron un papel crucial, apunta el autor, quien advierte que las nuevas tecnologías han debilitado la relación entre poder y territorio.
«En el último siglo, las materias primas han sido menos importantes para los países poderosos, que han sido buenos en hallar sustitutos, como el nailon por la seda o el caucho sintético por el natural, y eso explica que actualmente haya relativamente pocas colonias», considera Immerwahr.
Sobre el caso de Taiwán, «como muchos otros países, busca protección en países más poderosos y, por tanto, depende de ellos; y aunque no es un nuevo colonialismo en el sentido familiar, guarda cierto parecido».
El avance en la geopolítica internacional de Rusia y, sobre todo, de China, en países latinoamericanos y africanos, es, para Immerwahr, «un síntoma de que EEUU ha perdido la enorme influencia que tenía sobre los asuntos mundiales justo después de 1945».
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