Hoy, en pleno siglo XXI, hay más seguidores del estoicismo, el taoísmo o el yoga indio que en la época de apogeo de estas corrientes de pensamiento. Sin embargo, hay una filosofía que nadie parece querer rescatar: el escepticismo. Tal vez el motivo de este desprecio es, simple y llanamente, nuestra ignorancia sobre sus postulados.
En este making of, Daniel Tubau explica por qué ha escrito Sabios ignorantes y felices (Ariel).
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Se dice que Goethe tardó 50 años en escribir el Fausto. No es que pasara días, meses, semanas y años encadenado a esa tarea, sino que desde la idea inicial hasta su publicación transcurrió todo ese tiempo. Cuando busco el origen de algunos de mis libros me doy cuenta de que su germen se puede encontrar en alguna libreta de mi adolescencia, que todavía conservo, o en el recuerdo de ciertas conversaciones obsesivas con los amigos. Casi siempre he imaginado los libros mucho antes de escribirlos. Supongo que es algo que les sucede a casi todos los escritores.
Los skeptikoi o escépticos son “los que investigan” y los eklectikoi o eclécticos son “los que escogen”. Los esclépticos, en consecuencia, serán los que investigan, dudan y, finalmente, escogen lo que les parece más razonable, a pesar de que eso los lleve a combinar ideas de diferentes sistemas filosóficos. No cabe duda de que las 600 páginas de esa revista privada, que sólo leían cuatro o cinco amigos, y que yo mismo escribí en su totalidad (aunque usando diversos seudónimos), fueron la lejana preparación de estas casi 600 páginas de Sabios ignorantes y felices.
Así que cuando Emilio Albi eligió este libro entre varios proyectos que le propuse para la editorial Ariel, sentí que se hacía realidad una idea a la que había estado dando vueltas durante muchos años y, además, pensé que llegaba en el momento ideal, precisamente cuando el pensamiento estoico se multiplicaba en decenas de libros y cuando casi todas las escuelas de la antigüedad ya habían sido reivindicadas, desde los cínicos a los epicúreos. Era un buen momento para acordarse de los escépticos, los grandes enemigos de los antiguos estoicos y de cualquier pensamiento dogmático.
Además de la revista Esklepsis, Sabios ignorantes y felices tiene otro origen: un proyecto llamado El sinsentido común. En ese libro pretendía mostrar que las cosas que creemos más indiscutibles son a menudo dudosas y con mucha probabilidad (mantengamos una sana duda escéptica) incluso falsas. Escribí varios capítulos, pero nunca logré terminarlo. Ahora he recuperado algunas de sus ideas para Sabios ignorantes y felices, e incluso el libro, que pronto se publicará.
Estos orígenes, en cierto modo librescos, se completan con muchos otros que tienen que ver con mi vida y con mi personalidad. Mencionaré tres ejemplos.
El escepticismo hacia la existencia de Dios que mostré de niño, cuando junto a dos grandes amigos, Ricard Mas y Oli Petteri, pedía a Dios en las calles de Barcelona que se manifestase, poniendo en nuestras manos una vulgar peseta a cambio de nuestra conversión, cosa que nunca sucedió. Ni la manifestación divina ni mi conversión.
Mi insistencia en la aplicación de la epojé o suspensión del juicio, que siempre he recomendado a los aspirantes a guionistas en mis clases: conviene mantenerse en un delicado equilibrio entre creer en lo que escribes o imaginas y ponerlo en cuestión al mismo tiempo.
El sentido del humor con el que creo que hay que tomarse casi todo, y en especial a uno mismo. El humor es la aplicación cotidiana y quizá más poderosa del escepticismo, puesto que es difícil imaginar algo cómico sin poner alguna supuesta verdad en cuestión. Seguramente por eso los escépticos son divertidos e ingeniosos, mientras que los estoicos son estrictos, pomposos y nada divertidos.
Ahora bien, cuando comencé a escribir el libro puse en marcha una investigación que me ha llevado mucho más allá de lo imaginado. He descubierto que desconocía muchas cosas, algo que debería suceder en toda investigación honesta, y que la riqueza del pensamiento escéptico en la antigüedad va mucho más allá de las escuelas que se proclamaban escépticas a sí mismas (la pirrónica, la académica y en cierto modo la cirenaica), porque la manera de pensar escéptica se encuentra también en los poetas, en los dramaturgos, en los sofistas e incluso en las escuelas dogmáticas. La investigación y la escritura del libro, finalmente, me ha llevado a confirmar una vaga intuición que siempre he tenido pero que quizá nunca había expresado tan claramente: que decir filosofía y decir escepticismo es decir casi lo mismo.
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Autor: Daniel Tubau. Título: Sabios ignorantes y felices. Editorial: Ariel. Venta: Todostuslibros.
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