En la maravillosa obra de Chaves Nogales titulada A sangre y fuego podrá encontrar usted, querido lector, minuciosas instrucciones para destruir un país. Podríamos glosar, en nuestra habitual anécdota o romanza de apertura, numerosos ejemplos. El universitario lo suficientemente radicalizado como para matar incluso a su padre si así lo dicta su moral política, el señorito andaluz que apuñala a un hombre como quien pesa un kilo de patatas, el ladrón que aprovecha las muertes en la retaguardia para cometer el pillaje más burdo, el pueblo que desea linchar a un soldado moro recién apresado, etc. En todas ellas subyace el cerrilismo de quien porta una mochila demasiado cargada de ideología, el fanatismo de quien ha antepuesto unas ideas teóricas y políticas sobre la práctica hermosa que supone habitar una misma comunidad. Decía Julián Marías que la guerra acentuó la discordia, esto es, la necesidad de los hombres a no compartir su vida con el vecino. Chaves Nogales bucea en el alma de esa discordia con una claridad moral que, al menos yo, nunca había visto.
Conecto la romanza con la actualidad, en este caso tras las agotadoras elecciones que se han celebrado este domingo en España. Y utilizo el verbo «celebrar» fuertemente influenciado por la costumbre lingüístico-política, porque más que una celebración ha sido una tortura, un dolor de muelas, un asco. Siento que no podría soportar otra campaña electoral, ahora que hay otras elecciones en ciernes, sin que suponga para este cuerpo menudo como una especie de ascenso al Gólgota, de paseo con Caronte, de noveno círculo en el infierno renacentista, o algo así. Ver cómo este país se regodea en la sarta de periodistas moldeando la realidad al gusto de aquellos potenciales votantes de quienes los financian, en los políticos absolutamente plegados a la mentira sin con tal genuflexión ganan un puñado de votos, en las jaurías ladrando en pos de una mayoría que satisfaga sus ansias ideológicas, pero que en ningún caso redundará en su bienestar práctico, y siento ganas de vomitar.
Entiéndame, querido lector, pues no es mi intención resultar demasiado frívolo, ni quiero hacer pasar por aquella época de barbarie la relativa tranquilidad en la que nos hallamos inmersos ahora. Sin embargo, sí creo que algo de esa vieja mecha tiende a quedar expuesta, y sí siento que el cerillazo de cualquiera de los pirómanos que nos rodean puede hacerla prender. Decía don Arturo Pérez-Reverte, guardián en este mundo que llamamos Zenda, que el prólogo de Chaves Nogales en su obra arriba mencionada debería enseñarse en los colegios. Y yo estoy de acuerdo. Aunque sólo sea para que los chavales sepan aquellas palabras que el autor sevillano grabó en nuestras mentes: «¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto”. Pues eso. Que no sé si renegar, pero al menos sí priorizar lo que en esta vida, y de eso don Manuel sabía mucho, es verdaderamente importante: la concordia sobre el conflicto, el respeto sobre la ofensa, el civismo sobre la ruptura.
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