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Un disparo al corazón: Eros y Thanatos - Zenda
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Un disparo al corazón: Eros y Thanatos

Como explica la propia Aurora Freijo Corbeira, todas las novelas nacen de una palabra, “una palabra concreta que hace que la narración tome cuerpo y comience a despegarse. En este caso, la palabra fue “vértigo”. El resto del argumento vino ya solo: la muerte, el miedo, el amor… Y también un estilo literario que, de...

Como explica la propia Aurora Freijo Corbeira, todas las novelas nacen de una palabra, “una palabra concreta que hace que la narración tome cuerpo y comience a despegarse. En este caso, la palabra fue “vértigo”. El resto del argumento vino ya solo: la muerte, el miedo, el amor… Y también un estilo literario que, de tan seco y de tan cortante, hace que todo parezca un poema.

En este making of Aurora Freijo Corbeira resume el proceso de creación de Cuerpo vítreo (Anagrama).

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No se escribe para nadie. No se escribe para nada. De no hacer caso a esta consigna, la literatura se hace un producto. Pero la literatura, por su ser mismo, no debe consumirse, no tiene ese carácter. Se escribe porque aparece un coágulo en el pensamiento que te persigue y va silenciosamente reclamando tu atención. Al principio viene acompañado de un murmullo y un caos que no te deja identificarlo. Hay que ir aposentando ese ruido para que la palabra aparezca. Cuerpo vítreo apareció así, sin aviso pero insistentemente. Ubicuo. Pertinaz. Intenté aplazarlo, disolver ese grumo ignorándolo, pero fue inútil. Escribir no es agradable. Lo distraje un tiempo, pero sabía que al final ocuparía plenamente mi cabeza y mi tiempo. Dentro de estos coágulos embrionarios hay siempre una palabra concreta que hace que la narración tome cuerpo y comience a desplegarse En este caso fue vértigo. Cuando la identifiqué vinieron otras en su ayuda y el tejido que sería el libro empezó a construirse, sin saber del todo qué contaría ese texto. El vértigo traía consigo no solo el desequilibrio (físico y mental) sino también la enfermedad, la de unos ojos amenazados por la ceguera en este caso, lo que se tradujo en la voz protagonista en un pavor que acompañó de despersonalización, de pérdida de los referentes y de una sensación de inconsistencia. Y la narración decidió ponerse en marcha. La escritura se fue alimentando de estos grumos, y ya no cupo duda de que iba a ser una novela ontológica: Eros y Thanatos, amor y muerte. Y ante ello, el terror. Si La ternera era la soledad, Cuerpo vítreo resultó ser el miedo. Quizá una sea continuación de la otra, pero entonces no lo sabía. El ángel de la soledad trajo de la mano al ángel de la muerte. Quizá T, el amante tofu de Cuerpo vítreo, sea un Carnicero 2, pero a mí no me lo dijeron ni uno ni otro. Dudaba de la persona, pero encontré que sería un texto monológico, una voz única, la de una protagonista que está en la noche y que es a la vez testigo. Junto al vértigo y la desorientación aparecieron la madre muerta y un amor que era una morgue. Mientras escribía, los tres escenarios se mezclaban en un magma que luego consideré difícil para el lector, y decidí trenzar las tres pequeñas tramas, si pueden llamar así. Le tomé prestado a Emily Dickinson, a quien releo a menudo, esta frase, “canto, como canta un niño frente al cementerio, porque tengo miedo”, para un texto ensimismado, de una cabeza perdida en el horror por el descubrimiento de la fragilidad, de la enfermedad presente y la que nos queda por llegar a todos. Incrustados en la tríada agónica quise inscribir, poéticamente, episodios terribles de las noticias y de la prensa (el niño en un pozo, los terneros en alta mar, el padre de las bellas durmientes…). Y se colaron en el monologo interior que es este libro, soterradas, citas culturalistas de mis lecturas de siempre, que se acercaban a mi escritorio (Duras, Fichte, Heidegger o Celan, entre otros). Quise titular este texto con un verso de Rilke (“Un soplo más…”) pero, terminado, se necesitaba otro, uno que hablase de trasparencia y opacidad, de fragilidad y dureza, y de cuerpo enfermo. Y busqué entre los términos médicos y encontré este que me pareció tan elocuente: cuerpo vítreo. Mientras construía la estructura del libro, leí un pequeño fragmento al artista y amigo Antonio Jiménez. Meses más tarde me presentó ese collage que es ahora la portada del libro y que, como si fuese cosa de meigas, presenta un ojo con un pero, un oído en alta mar y una herida de angustia en el pecho. Me gusta la escritura adelgazada. He depurado la mía propia para lograr que sea lo que el poeta Juan Barja dice de ella: “seca y exacta, como un disparo al corazón”.

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Autora: Aurora Freijo Corbeira. Título: Cuerpo vítreo. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Aurora Freijo Corbeira

Aurora Freijo Corbeira es licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y Máster en Estudios Avanzados de Filosofía, especialidad en Ontología y Mundo Contemporáneo, por la Universidad Complutense. Ha publicado en la revista de psicoanálisis Quipu y en la revista digital Bandeàpart (de cuya dirección también ha formado parte), así como en la colección de educación Actuar es Posible. Ha traducido los Ensayos de Teodicea de Leibniz y es autora de los libros Perdidos para la Literatura (2011), Tanta luz. Pasolini (2015) y Cuidado, Sócrates se acerca (2016). Ha sido becaria en la Residencia de Estudiantes, profesora de Filosofía y asesora de formación de profesorado. Experta en gestión cultural y en edición en la Escuela de las Artes de la Universidad Carlos III, es miembro y fundadora de la editorial Las migas también son pan.

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