Foto de portada: Stefanie Graul.
¿Por qué te gusta tanto…? es una serie de entrevistas en profundidad a escritores sobre sus libros favoritos (con multitud de spoilers). En esta primera entrega converso con Elia Barceló para que me cuente por qué le gusta tanto 1984, de George Orwell.
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Elia Barceló (Elda, 1957) estudió Filología Anglogermánica y Filología Hispánica, y se doctoró con una tesis sobre los arquetipos del terror en los relatos fantásticos de Julio Cortázar. Ha sido profesora de literatura, estudios hispánicos y escritura en la Universidad de Innsbruck (Austria). Es autora de más de 30 obras de ciencia ficción, terror, fantasía, novela negra y “novela fusión” (donde el realismo se hibrida con diversos géneros). En 2020 ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con El efecto Frankenstein.
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—¿Cómo llegaste a este libro?
—A este libro llegué por pura casualidad cuando tenía 16 años recién cumplidos, porque me suena que lo leí en invierno, y yo cumplo en enero. Resultó que mis abuelos, como mis padres, tenían muchos libros, y Radio Televisión Española estaba sacando una serie de libros muy baratos; creo que valían 25 pesetas. Sacaban uno cada semana y mis abuelos iban haciendo esa colección y yo, no sé por qué, me aficioné a ellos cuando volvía del instituto. Entre que volvía a casa y que estaba la comida lista había como media hora o cuarenta minutos. Entonces yo pasaba por casa de mis abuelos, que estaba en el piso de abajo, entraba a la sala de estar, cogía un libro y leía mientras la abuelita estaba haciendo cosas por la cocina. Poco a poco me fui leyendo toda la colección aquella e iba leyendo lo que había, o sea, yo no los elegía. Y lo bueno o lo malo de la colección es que no tenía prólogo, ni prefacio ni contra ni nada. Solo era el texto. Cada vez que cogías un libro entrabas directamente en un mundo del que no sabías nada. Yo cogí aquel libro y me hizo gracia el título porque era un número y nunca había leído una novela que tuviera un título como número. No sabía quién era George Orwell. Empecé a leer y, con la primera frase, ya dije: “Esto me va a gustar”, porque estaba claro que era ciencia ficción.
—¿Para ti este libro es ciencia ficción?
—Cuando empecé a leerlo sí. Ahora es mucho más: es ciencia ficción, es distópico, es filosófico, es político, es histórico, es todo. Para mí la ciencia ficción fue el principio de mi relación con la literatura, y sigue siendo mi gran amor, sigue siendo el género que yo pienso que más abre la mente. Si has leído Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, sabes que al final hay personas que se aprenden un libro de memoria para que no se pierda. Si yo me tuviera que aprender un libro de todo lo que ha producido la humanidad me aprendería este de memoria para que no se pierda. Entonces, cuando entré, dije: “A mí esto me va a gustar”, porque nada más empezar lo de los relojes (Era un día frío y luminoso de abril y los relojes estaban dando las trece), dices: “Huy, este no es nuestro mundo como yo lo conozco, esto es otra cosa. Bien.”
—¿Lo relees con frecuencia? ¿Entero o solo algunas partes?
—Sí, 1984 es un libro que releo de la primera a la última palabra. Me lo leo entero y trato de dejar suficiente tiempo por en medio para que se me hayan olvidado los detalles. De lo grande me acuerdo siempre, pero los detalles son nuevos. Y cuando te lo lees cada cinco años, por ejemplo, como tú eres distinta —porque eres otra persona, eres cinco años más vieja—, de repente ves cosas que antes no habías visto. O miras las frases que habías subrayado y te hace mucha gracia que cuando tenías 25 años subrayaste esto mientras que tres líneas más abajo es lo que subrayarías ahora.
—¿Y qué has encontrado en las últimas lecturas que no encontraste en la primera?
—En la primera, por ejemplo, no me di cuenta de cuál es el auténtico final. En la primera, solo recuerdo el final de la historia, el final de la trama, cuando Winston está totalmente destruido y dice: Amaba al Hermano Mayor. Ya me di cuenta entonces de que es una escena especular con la que él cuenta de los tres disidentes a los que vio tomando ginebra en ese mismo café, el café del Castaño, sabiendo que estaban muertos, que no iban a durar nada. Entonces, cuando ves a Winston en ese café tomándose la ginebra mirando la pantalla y llenándose de amor por el Hermano Mayor, sabes que lo han roto, que lo han quebrado para siempre y que además lo van a matar muy próximamente, o sea, que se ha acabado. En mi primera lectura vi ese final, pero no me di cuenta del auténtico final. El auténtico final es el que viene después. Es el que viene ya con la página 11 o 12, donde hay una nota a pie de página que te lleva al final. Y te dice que puedes leer ese final ya mismo o después, pero sin avisarte de que es el final, claro. Por eso, cuando relees la novela, tiendes a no leer el apéndice al que te lleva la nota porque piensas que ya sabes lo que es la nuevalengua y no necesitas que te lo expliquen otra vez, y entonces te pierdes el auténtico final.
—¿El apéndice es el auténtico final?
—Eso es. El final de verdad es el apéndice. Y cuando lees el final de verdad es cuando te das cuenta de que hay esperanza. Cuando lo lees a los 16 años, piensas: “Esto es para siempre, de esta dictadura de ahí no se puede salir, no hay nada que hacer”.
—¿Dónde se ve que no es para siempre? ¿Dónde encuentras eso? Yo no lo he encontrado.
—¿Ves? (risas)
—¿Pero tú la primera vez no leíste el apéndice?
—Sí, claro que leí el apéndice.
—Pero no te diste cuenta de que era el verdadero final.
—No me di cuenta de que eso no era una información adicional, sino que eso forma parte totalmente de la novela, de la estructura de la novela, y que eso es lo que te dice que quien ha escrito ese apéndice está viviendo en un mundo posterior al Socing, donde el Socing ha sido destruido. Cuando ves esa nota a pie de página y te vas al apéndice, te dice: “La nuevalengua ERA la lengua que se usaba tal y tal…”. Y entonces te explica una lengua que es una lengua muerta.
—Ostras, no lo había pensado. Claro.
—Y si te lo lees ahora que te lo he dicho yo, con detalle, te das cuenta del uso de los tiempos en el apéndice ¡y es la bomba! Además te das cuenta de cuál es la Historia con mayúsculas, no la story, sino la history, la Historia que se cuenta de verdad y cuál es la Historia de Oceanía, como él la llama, desde principios del siglo XX hasta que está escribiendo ese comentarista, académico, historiador, quien sea el que la escribe.
—Claro, pero no se sabe cómo ha sido destruido el Socing.
—No sabes cómo ha sido destruido. Te puedes imaginar muchas cosas porque has leído la fabricación de los escritos de Goldstein, que también son una fabricación. Si es que lo bonito de esta historia es que es todo un juego de muñecas rusas o de cajas chinas, una cosa dentro de otra. Es como una cebolla, tiene muchísimas capas. Y conforme vas envejeciendo y vas teniendo cada vez más experiencia del mundo y has leído más, cada vez te vas dando cuenta de que hay mucha más profundidad, de que no hay nada en este libro que esté puesto ahí para hacer bonito. Cada metáfora, cada comparación, cada palabra, cada adjetivo está puesto por algo. Y eso es lo que me encanta a mí de este buen hombre.
—Está muy bien visto. No se me había ocurrido todo esto.
—Y si te fijas, hay algo mucho más importante: el ejemplo que da el autor del apéndice, cuando habla de la traducción ideológica, que es remodelar por completo las ideas contenidas en un texto, es precisamente el comienzo de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, y se refiere a él diciendo que se trata del conocidísimo pasaje de la Declaración de Independencia, y luego nombra a Jefferson. Con eso queda claro que en el mundo en el que escribe el autor del apéndice, hablando históricamente del Socing y de la nuevalengua, Jefferson sigue siendo un personaje histórico conocido, y que la Declaración y —mucho más importante— sus valores siguen siendo conocidos, legales y han vuelto a estar vigentes
—La novela empieza cuando Winston, un miembro del Partido que trabaja en el Ministerio de la Verdad, se compra un diario y empieza a escribir en él, que es algo que está prohibido. Aquí tenemos la idea de la escritura como acto de rebeldía.
—Sí, simplemente porque la escritura es la concreción del pensamiento, o sea, lo que está prohibido en Oceanía en este momento histórico es la posibilidad de pensar. Para eso fabrican la nuevalengua con la declarada intención de destruir el pensamiento, de que nadie sea capaz de pensar, porque con esa lengua no se puede pensar. Con esa lengua puedes comunicar contenidos familiares, de la vida cotidiana, o contenidos profesionales técnicos. Cuando lees el apéndice, son los tres vocabularios: A, B y C. Pero lo que no se puede hacer es pensar ni filosóficamente ni históricamente ni éticamente. Entonces, cuando Winston, que no puede más el pobre hombre, porque se está volviendo loco, decide empezar un acto de rebeldía, empieza por el pensamiento y su concreción escrita. Y cuando vas viendo lo que él escribe en su diario, te das cuenta de que al principio ni siquiera sabe qué escribir.
—Es verdad.
—Está totalmente bloqueado, es como la famosa página en blanco de los escritores, ¿no? Él tiene tanto dentro que no sabe con qué empezar, porque lo que tiene dentro es una especie de magma, de fluido viscoso, porque el Partido le ha destruido la capacidad de pensar. Para poder escribir, tú tienes que organizar tu pensamiento, tienes que poner las cosas una detrás de otra, tiene que ser por lo menos cronológico, porque si no, no puedes escribir. El pensamiento puede ser simultáneo, pero la escritura tiene que ser cronológica. Entonces él, a través de ese diario, va aprendiendo a pensar, va volviendo a aprender a pensar. Claro, eso lo lleva a la muerte, pero eso él lo sabe desde el principio.
—En el libro se dice que El sentido común era la peor herejía.
—Sí, eso también lo tengo yo subrayado.
—Y que La ortodoxia equivale a no pensar, a no tener la capacidad de pensar.
—Exactamente. Claro, este señor tuvo muchísima experiencia propia de todo tipo de cosas y también había leído historia y política hasta decir basta, pero piensa, por ejemplo, que eso es lo que han hecho las Iglesias toda la vida. En nuestra Iglesia, la Iglesia católica, la ortodoxia es: “Tú no tienes ninguna opinión, tú no piensas nada, tú crees. Crees y aceptas y tragas”. Y si te dicen “esto es malo”, esto es malo, y si te dicen “esto es bueno”, esto es bueno. Y tu opinión no sirve para nada. Lo ideal es no tenerla. Eso es la ortodoxia. Por ejemplo, los jesuitas hablaban de obediencia de cadáver.
—¿De cadáver?
—Sí, eso lo sé seguro porque el tío de Klaus era jesuita. Cuando ellos entran y se entrenan y les explican las cosas, uno tiene que tener obediencia absoluta, y la comparación que dio Ignacio Loyola fue la obediencia de un cadáver. Cuando eres un cadáver, a ti te ponen en un sitio y te quedas allí. Te levantan el brazo y lo levantas.
—Pero se supone que los jesuitas, dentro de la Iglesia, son los más intelectuales.
—Sí, pero la jerarquía es la jerarquía.
—Has mencionado antes la nuevalengua, y en la novela se dice que La nuevalengua estaba pensada no para extender, sino para disminuir el alcance del pensamiento, y dicho propósito se lograba de manera indirecta reduciendo al mínimo el número de palabras disponibles. Y también se dice: Su objetivo no era tanto expresar significados como destruirlos. ¿Tú crees que hay hoy en día una nuevalengua en algún aspecto?
—Cada vez más. A mí me agobia muchísimo y lo escribo también. Cada dos semanas hago un artículo para la prensa y me doy cuenta de que cada vez me voy más a temas que tienen relación con la lengua. ¿Qué estamos haciendo con nuestra lengua? Estamos haciendo justamente eso, estamos destruyendo una lengua que nos permita pensar. Por poner un ejemplo tontísimo de hace nada, en las últimas elecciones municipales y autonómicas, yo estaba en Madrid para la Feria del Libro y había un cartel que decía: Momento Madrid. ¿Eso qué quiere decir? Ganas. Cambio. ¿Qué significa? ¿Cuál es la propuesta de ese partido? ¿Qué piensan hacer si consiguen el poder? Nada. Mola, suena bien, la gente no tiene que pensar qué significa. Tú votas porque te cae bien la cara, porque te cae bien la pulsera o porque te gusta la sonrisa o porque te han dicho que es muy maja o muy majo, y la lengua se está convirtiendo en un instrumento para hacer que la gente deje de pensar.
—En la novela tenemos también el personaje de Julia, que trabaja de mecánica en un departamento en el que las máquinas escriben novelas. Últimamente se está hablando mucho de la inteligencia artificial y de cómo puede incluso escribir obras de ficción. Hay quien ha publicado en Amazon novelas escritas por Chat GPT. ¿Piensas que la inteligencia artificial puede sustituir al humano en la escritura artística?
—A ese nivel, sí. Al nivel de 1984, de hacer canciones que luego los proles cantan en sus fiestas, perfectamente. ¿O tú crees que las canciones como el reguetón no las puede hacer una máquina? Sin ningún problema. Si al fin y al cabo se trata solo de hacer un caleidoscopio grande. Tú pones ahí un montón de elementos y se combina amor con dolor, amor con alegría, amor con sexo, amor con no sé qué, y la cosa va funcionando. A ese nivel estoy convencida de que dentro de muy poco la mayor parte de las novelitas de a duro, como se decía antes, las harán las inteligencias artificiales. Que bueno, no son inteligencias. Artificiales sí. Pero el arte no. Yo pienso que una máquina no puede hacer arte. Pero es que cada vez hay menos gente que distingue lo que es arte y lo que no. Y en literatura hay muchísimos lectores que tampoco distinguen entre lo bueno y lo mejor. No digo ya lo malo, sino cuando una cosa es buena o es correcta, y cuando algo es excelente. Ya no ven la diferencia. Y por eso cuando un escritor o escritora se empeña en decir “yo lo que hago o lo que pretendo hacer es arte literario”, te miran como si fueras verde, porque eso ya nadie lo hace, ya no interesa, ya da la sensación de que el arte se acabó hace cien años.
—Es curioso el personaje de Julia, porque parece que no le gusta leer. Siempre que está con Winston, es Winston quien le lee. Hubo un momento en que llegué a pensar si podía ser analfabeta, lo cual me habría parecido un giro interesante, pero no puede ser, porque le da la nota donde le dice Te quiero, así que al menos Te quiero sabe escribirlo.
—Sí, lo que pasa es que ella es como muchos que existen ahora, que son analfabetos funcionales. Claro que saben juntar letras y saben poner Te quiero, por ejemplo, y si leen Te quiero entienden qué quiere decir, pero no son capaces de leer un libro como el de –oficialmente– Goldstein y entenderlo. Eso ya es demasiado complicado. Y eso lo estamos viendo ahora muchísimo en colegios y en institutos. El nivel de lectura va bajando de una manera tan bestial que cuando les dan los profesores textos a los chavales de 13, 14 o 16, tienen que explicarles muchísimo más que antes, porque solo con leerlo no lo entienden. Entonces Julia es perfectamente una camarada del Partido como Dios manda. Sabe lo que hay que hacer para sobrevivir, y leer no está entre esas cosas. Además, la lectura le parece aburridísima. Es que, para lo que hay que leer en el mundo en el que viven, tampoco es que sea muy divertido.
—Pero al mismo tiempo es el personaje más vitalista que hay.
—Claro, es la que de verdad piensa que es capaz de sobrevivir, que va a sobrevivir. Eso lo dice en un par de ocasiones, pero hay una concreta en la que ella le dice: “No te preocupes mucho por mí, yo soy de las que sobreviven”. Porque Winston a lo largo de la novela dice en varias ocasiones: “Nosotros estamos muertos, nosotros somos los muertos”. Y ella en algún momento dice: “Venga, hombre, no te deprimas así, yo soy buena sobreviviendo”. De hecho, la última vez que la vemos está oficialmente viva. Sabes que la van a matar pronto, porque ya le han sacado todo lo que le podían sacar, ya la han roto y antes o después la matarán, pero cuando la vemos oficialmente ella sigue viva, ha sobrevivido de alguna manera. Ya lógicamente ha confesado, ha traicionado y sigue viva de momento para que se dé cuenta de lo que ha hecho. Y luego la matarán.
—En la novela vemos que se están reescribiendo en versiones de nuevalengua obras clásicas de Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron… con el objetivo de encajar sus logros en la filosofía del Socing, y se dice que de esta forma las obras serán no solo convertidas en algo diferente sino transformadas en algo opuesto a lo que eran antes. Esto me lleva a preguntarte por la reescritura que está haciéndose de ciertas obras por parte de los llamados «lectores de sensibilidad». Los últimos casos más sonados han sido los de Roald Dahl y Agatha Christie. ¿Cuál es tu opinión sobre este tipo de reescritura?
—Estoy totalmente en contra. Pienso que cada obra es producto de su tiempo y de la mentalidad del señor o señora que la produjo, y eso es inviolable. Tú lo que puedes hacer es decir: “Mira, a mí, en este momento de mi vida o en este momento histórico, no me apetece nada leer una novela de Agatha Christie o de quien sea, porque me parece que tal novela, si la leo ahora, me va a hacer daño o me va a ofender”. Pues no la leas, pero déjala ahí quieta para que el que quiera leerla la pueda leer. Lo que no se puede hacer es cambiarla, y no ya cambiar palabras sino cambiar el sentido de una obra. Eso es una auténtica animalada, estoy totalmente en contra. Y lo de los lectores de sensibilidad me parece una de las cosas más estúpidas que se han inventado en este mundo, porque es creer que esa figura, esa persona, puede decidir por todos los que comparten características con él. Es como si yo dijera: “Yo voy a ser lectora de sensibilidad desde el punto de vista de la mujer; lo que a mí me ofende le ofende a todas las mujeres”. Sería una estupidez de narices. Mujeres hay de todas clases. Entonces, lo que no puedes hacer es decir: “No, es que tenemos un lector de sensibilidad que es sacerdote. Lo que a él le ofende le ofende a todos los sacerdotes. Lo que le ofende a este homosexual le ofende a todos los homosexuales”. ¿De verdad se creen que eso se puede hacer así?
—En el libro se muestra una práctica propia de los totalitarismos, que es la de hacer desaparecer por completo a quienes han caído en desgracia. Se dice: En la mayoría de los casos no había juicio ni informe sobre la detención. La gente desaparecía sin más y siempre de noche. Tu nombre se eliminaba de los archivos, borraban hasta la última referencia a cualquier cosa que hubieras hecho, tu antigua existencia se negaba y luego caía en el olvido. Eras abolido, aniquilado: “vaporizado” era la palabra que usaban. Esto me lleva a preguntarte si crees que hay un paralelismo entre esas prácticas totalitarias y la llamada «cultura de la cancelación» que tiene lugar en las sociedades democráticas.
—Esto es más bestial, pero hay que darse cuenta de que Orwell tuvo muchísimas experiencias de una realidad que era exactamente esa. Los soviéticos hacían eso de verdad con documentos y con fotografías. Cuando decidían que alguien ya no existía, pues ya no existía. Por ejemplo, hay fotografías donde durante muchísimo tiempo estaba Trotski y, de repente, en el sitio donde estaba Trostski no había nada, porque habían conseguido arreglarlo y borrarlo de manera que no se podía probar que un señor concreto estuviera en una reunión en un día concreto. Orwell tenía experiencia real de eso, y eso lo hacían los regímenes totalitarios. Luego, por ejemplo, en Argentina, en la dictadura de los generales, se hizo famosa la palabra desaparecidos, en español por desgracia. Es curioso, porque ya lo habían inventado mucho antes muchos otros países, y sin embargo ha pasado a la historia como desaparecido, en español. Lo de la cultura de la cancelación es digamos la forma “democrática” entre comillas, la forma suave de vaporizar a alguien (risas). O sea, no se le mata, no se le desaparece en sentido físico, pero empiezan por ejemplo a no invitarlo a fiestas, a no ponerlo en programas, a que no aparezca nunca en fotos de cantantes todos juntos, o de escritores todos juntos, porque si se considera que ha hecho algo que ya no nos gusta, pues entonces no solamente se cambia hacia el futuro —o sea, a partir de ahora no queremos tener que ver con él—, sino hacia el pasado —nosotros nunca tuvimos nada que ver con él—. Solo que no hemos llegado a estas bestialidades de 1984, así que si uno se empeña y va a los archivos ve por ejemplo que sí que hay un programa en el que este señor cantaba con esta señora en el Teatro de la Fenice en 1986. Pero si tuvieran mucho empeño, con hacer desaparecer ese programa…
—Hay películas que se han rehecho para quitar a un actor que estaba en varias escenas y sustituirlo por otro.
—Hoy en día, digitalmente, puedes hacer lo que te dé la gana. Si esto sigue así, dentro de muy poquito… Bueno, de hecho, por lo último que he leído, ya no hay manera de diferenciar lo real de lo no real en los documentos. En vídeos, en fotos, en cosas así. Cuando ves a una persona por la calle, todavía sabes si existe o no existe. Pero llegaremos a un punto en que las personas también serán imitables y habrá androides y ginoides. Estamos avanzando hacia un mundo en el que tendremos varios planos de realidad, y entonces necesitaremos varias palabras para decir en qué realidad nos estamos moviendo, porque ya no estará claro.
—Una frase que se dice en el libro que O’Brien le da a Winston es que el progreso tecnológico se permite solo cuando sus productos pueden aplicarse de algún modo a disminuir la libertad humana. ¿Crees que el progreso tecnológico reduce la libertad en algún aspecto?
—Sí. En la novela se hace a propósito, sabiendo lo que se hace. Yo creo que en el mundo actual no se hace adrede para reducir la libertad humana, pero sí se hace en el primer momento para ganar más dinero, y luego, para poder ganar más dinero, tienes que conseguir que la gente piense menos, opine menos, sea menos crítica y dependa absolutamente del producto que le has ofrecido. Cuanto más sube la dependencia menos libre es la persona y más dinero sacas tú.
—Y en internet y en las redes sociales, ¿ves que ese progreso tenga un impacto en la libertad?
—Sí, tiene muchísimas maneras de impactar. Una de las maneras es que la gente, a través de las redes sociales —y cuanto más jóvenes más todavía, porque son más maleables y se dejan impresionar más por las cosas—, ha creado esa necesidad de medirse, de compararse. Antes eso no existía. Tú te ponías guapa para salir de tu casa y te hacía ilusión, naturalmente, que tus amigas te dijeran: “Ay, qué guapa estás”. Si además te lo decían tus amigos, fenomenal. Y si además te lo decía el chico que te gustaba, pues fenomenal, pero eso era el máximo. Ahora resulta que la gente se pasa la vida controlando cuántos likes tengo y, por lo que dicen, cada like segrega un golpecito de dopamina y te hace sentirte más feliz. Lo que pasa es que luego eso lo necesitas. Y cuando ya nadie te da eso, lo echas de menos y te deprimes. Luego estás todo el rato comparándote con los demás y siempre quedas por debajo, porque siempre hay quien tiene más, quien es más, quien puede más. Y tú empiezas a sufrir y a estar cada vez peor, y empiezas a perder tu libertad, porque entonces ya no eliges cómo te vistes, o cómo te peinas o cómo actúas, porque si tú haces lo que tú quieres hacer no consigues suficientes likes. Entonces haces lo que hay que hacer y copias a Fulana, que tiene dos millones de seguidores. La gente se está poniendo realmente muy mal, y luego todo eso desemboca en suicidios, en trastornos de la alimentación, en asesinatos, en violaciones, en cosas así. Nos están manipulando, y parece ser que ni siquiera los padres se dan bien cuenta de lo que está pasando.
—En el tramo final de la novela, que es el más duro de leer, o al menos a mí me lo resultó…
—Sí, sí, es horroroso. La parte de la tortura es horrorosa.
—…vemos cómo Winston es sometido a numerosas torturas para ser reeducado y reconvertido. Lo último que le queda es el amor por Julia y, cuando logran quebrar eso, se consuma la reconversión. Por eso te pregunto: ¿es el amor el último reducto de la libertad?
—Para mí sí (risas), y me parece además muy bonito. En esta novela lo que resulta absolutamente doloroso, lo peor, es que ellos han tratado de creerse todo el rato que el Partido no puede entrar en tu interior, que tú puedes decir lo que hay que decir, incluso pensar lo que hay que pensar, pero que tus sentimientos son tuyos, que el amor es la salvación. Y cuando llegas al final de la novela te das cuenta de que el amor podría ser la salvación si tú pudieras mantener el amor a pesar de la tortura, pero no se puede. En el momento en que a él le acercan la máscara aquella y dice “hacédselo a Julia”, él mismo sabe que ha perdido. Y eso es lo peor, porque cuando llegan al final de la tortura antes de la habitación 101 es cuando él le dice a O’Brien: “No he traicionado a Julia, me habéis hecho hacer de todo, pero no he traicionado a Julia”. Y entonces O’Brien le dice: “Es verdad, no has traicionado a Julia. Habitación 101. Y ahí sí la vas a traicionar”. Y todos tenemos algo que es lo peor que nos pueden hacer, pero mientras el amor se puede mantener hay esperanza. Por eso él dice todo el rato que la esperanza está en los proles, porque los proles tienen sentimientos, que es lo que les han quitado a ellos.
—Así es.
—Él habla mucho de esa mujer que está tendiendo la ropa con las pinzas en la boca y que canta las memeces que ha fabricado la máquina, pero ellos todavía se ayudan unos a otros, creen unos en otros, se van de excursión a casa de unos familiares a ver si consiguen un poco de mantequilla buena, por ejemplo, cosas así. Y entonces son los sentimientos los que salvan a los humanos. Naturalmente, el amor es el sentimiento más importante y más grande, pero son todos los sentimientos. Es lo que él dice en un par de ejemplos cuando habla de su madre y su hermanita, y la mujer esta, la inmigrante que estaba en el barco con un bebé, con un niño pequeñito, y con sus brazos trata de protegerlo antes de que les disparen una ráfaga de ametralladora, y Winston dice: “¿Pero cómo vas a proteger a una criatura con tus brazos? Es como tratar de protegerlo con papel”. Pero es el deseo de proteger lo que salva a los proles y lo que salva a la sociedad, el deseo de amar, de proteger, de que haya algo más importante en el mundo que tú y que el Partido.
—Por eso es tan terrible la frase final: Amaba al Hermano Mayor.
—Por eso es horrorosa. No solamente es que lo acepte o que se aguante o que se resigne, es que de repente ha entendido lo que es: ama al Hermano Mayor. Pero claro, en una sociedad donde existe el doblepiensa, tú puedes amar y no amar a la vez.
—Que es un concepto muy fascinante, ¿no? A mí es de las cosas que más me fascinó de la novela: ese concepto del doblepiensa. De hecho, al principio me costó entenderlo un poco.
—Sí, es que es difícil y además necesita entrenamiento, pero se puede hacer. Sería exagerado decir que estamos en el mismo nivel, pero tú fíjate en los debates políticos, en las mentiras que propagan los jefes de prensa de todos los partidos, ahí no hay ninguna excepción. Te dicen cosas que tú, si tienes un mínimo de memoria, sabes que hace dos años dijeron justamente lo contrario. Ahora se puede buscar, tú lo buscas, lo encuentras y dices: “Mira, dijiste justamente lo contrario”. Y te dicen: “No es verdad”. Y se quedan tan anchos: “Yo no dije eso”. Dices: “Pero si lo estás viendo”. “No, no, yo no dije eso”. Por eso me asusté tanto cuando en Estados Unidos con Trump empezó lo de la posverdad y lo de los fakes, que ya no se trata de que sea verdad y mentira, sino que es verdad y mentira a la vez.
—Hay un momento en que O’Brien le dice a Winston: ¿Acaso crees que no podemos organizar un sistema de astronomía dual? Eso me recordó a lo que decía una portavoz de Trump de los hechos alternativos. No se trata de opiniones alternativas, sino de hechos alternativos.
—Que eso es una barbaridad, que no es posible, que las cosas caen para abajo, que la gravedad existe. Pero si llegas a pensar de manera que las dos cosas son posibles, al fin y al cabo es lo que han hecho siempre las religiones. Está clarísimo que a lo largo de los últimos cinco mil años ninguna investigación científica ha conseguido encontrar el menor vestigio de la existencia del alma. No hemos encontrado nada, cero patatero. Pues hay montones de millones en este planeta que siguen creyendo que tenemos alma. ¿Por qué? Porque, de algún modo, no nos gusta la idea de ser solamente cuerpo, de ser solamente un equilibrio químico. Y como no nos gusta, pues ahora, que somos muy listos y hemos desarrollado mucho la ciencia y la técnica, sabemos que somos un equilibrio químico, y a la vez sabemos o queremos saber que tenemos un espíritu, que tenemos un alma, que no puede ser que yo, que soy tan maravilloso, solo sea mi equilibrio químico, tiene que haber algo más. No hay ninguna prueba, pero «tiene que haber algo más».
—¿A ti cuáles son las partes que más te gustan del libro?
—Es difícil de decir, porque lo he leído tantas veces que en cada lectura le veo una gracia. Por ejemplo, cuando lo leí de las primeras veces, en mi juventud, lo que más me gustaba era la parte del pasado, la parte de cuando encuentran la habitación encima de la tienda y entonces encuentran ese lugar mágico que en la base es lo que cualquier ser humano de nuestro tiempo tiene. Yo veía muy claro la suerte que tengo de tener una habitación donde puedo tener un sillón, donde puedo leer, donde nadie está controlándome…
—Una habitación propia.
—Sí, una habitación propia. Bueno, era compartida con mi hermana, pero era una habitación propia, donde yo puedo escribir lo que me da la gana en mi diario. Y te va a hacer gracia, pero yo, con 18 años encontré mi pisapapeles. Estaba en Inglaterra haciendo un curso un verano en Lincoln y había una tiendecita de antigüedades, de trastos, que era casi igual que la que él describe aquí. Entré y el señor que la atendía era también muy parecido. No llevaba chaqueta de terciopelo porque era julio, pero yo ahí encontré un pisapapeles. El dinero que me iba a servir para el fin de semana me lo gasté en ese pisapapeles, que todavía lo tengo.
—Te lo compraste por la novela.
—Por la novela, porque yo dije: “Este”. No es como el de Winston, no tiene una espiral de coral. El mío es en tonos azules, pero ese pisapapeles me ha acompañado toda la vida. Está en mi mesita de noche siempre. Y tengo un diario antiguo, o sea, un cuaderno antiguo de papel cremoso y suave de tapas de cuero, al que no le he puesto una letra encima porque es tan maravilloso y tan precioso que solamente lo abro y lo toco de vez en cuando, pero para mí es…
—Nunca has escrito en él.
—No, nunca he escrito nada, no creo que llegue a escribir nunca nada. Ninguna tinta me parece lo bastante buena y ningún pensamiento me parece lo bastante bueno para escribir en aquel diario. Pero tengo las dos cosas por 1984.
—Y más adelante en tu vida, ¿qué partes te han gustado más?
—A medida que fue pasando el tiempo cada vez me gusta más la parte filosófica, la parte política, la parte lingüística de cómo destruir la mente de los seres humanos, cómo quitarles las palabras. Y cada vez más me gusta la forma de estructurar la novela, que tú crees que estás leyendo una novelita —lo digo de manera un poco peyorativa porque hay mucha gente que se la lee por la trama, porque mola, porque es como una ciencia ficción pero esto no nos va a pasar nunca, esto son idas de olla de este señor que se lo inventó— y luego cada vez más te das cuenta de lo maravillosamente bien construida que está, de que no le sobra ni le falta nada. Y te das cuenta de cómo está contando un pasado alternativo, porque cuando empiezas a fijarte en los detalles, él cuenta que hubo una guerra, creo que fue una guerra antes de que naciera Winston. Él nace en el 45; entonces de la Segunda Guerra Mundial no tiene recuerdos ni hay nada que haya quedado por escrito, pero él sí se acuerda de que en su infancia hubo una guerra civil, que ya no pertenece a la historia real de nuestro mundo, y en esa guerra civil, que sucedió en los años 50 y 60, hay muchas ciudades que fueron bombardeadas con bombas atómicas. Por eso está todo hecho un asco y por eso la gente no llega a los 60 años, porque todos están enfermos. Eso es algo que lo vas notando, apenas lo tematiza…
—No lo había pensado, pero sí.
—Apenas lo tematiza, pero todos están enfermos y toda la ciudad está destruida. Entonces te das cuenta, cuando llegas al final, de que el que ha escrito, el que hace el comentario, el que hace el apéndice, el que habla de la nuevalengua, habla en un futuro en el que todo eso ya es pasado. Y en ese futuro se habla del nazismo —creo que hay apenas dos o tres palabras— como algo que ya sucedió y terminó, y del Socing como algo que sucedió y terminó. No te dice cómo ha terminado. Puedes suponer que el futuro estaba en los proles, aunque yo soy de la opinión de que la destrucción del Socing no viene de una revolución de los proles —aunque sería la más satisfactoria para los lectores y quizá la más épica, la más reconfortante— sino de otra de las posibilidades que apunta O’Brien durante la tortura: la involución del Partido mismo, que poco a poco va muriendo por dentro, devorado por su mismo éxito en el aplastamiento de todo. En cualquier caso, la manera de construir la novela es grandiosa porque además está hecha, como te decía antes, a base de capas, y está hecha para todo tipo de lector. Está hecha para lectores normales, simples, que leen una historia de amor que no sale bien, y para lectores un poco más profundos, que leen una historia política de cómo se puede dominar una sociedad y cómo se puede destruir. Luego hay una parte filosófica de cómo se destruye el pensamiento, de cómo se cambia a los seres humanos, de cómo se arrancan los sentimientos, y así hasta el infinito puedes encontrar capas y capas. Yo pienso que si llego a los 80 años y sigo leyéndolo, lo mismo descubro más cosas.
—La otra pregunta es la contraria: si hay alguna parte que no te gusta o que cambiarías.
—No. No hay nada que yo cambiaría… Estoy pensando. Déjame que le dé vueltas.
—Yo, por ejemplo, tengo una pega.
—Cuenta, cuenta.
—A nivel de trama, me parece un poco absurdo que O’Brien le dé a Winston el libro de Goldstein. Si ya sabe que es un conspirador, ¿por qué no lo detiene directamente en vez de darle un libro para que el lector se entere de…?
—Porque no sería divertido. Y además tienes que pensar quién está escribiendo. Aquí sí que te dejo una pregunta abierta para ti. ¿Quién es el narrador de la historia de 1984? No el narrador del apéndice, sino el narrador de la historia. ¿Quién narra esa historia? Porque no es una primera persona, aunque lo parece.
—No, no es primera persona.
—Todo lo que ves está visto a través de Winston, pero tu sensación cada vez que lees un capítulo y lo cierras y te vas a dormir y piensas al día siguiente, tu sensación es que es Winston quien lo escribe. Es como una primera persona, pero a Winston solamente lo ves en primera persona en su diario, en lo poco que pone en su diario, ahí sí que hay una primera persona. Entonces, ¿quién es el narrador?
—Un narrador… es un narrador… que no es…
—Esto no tiene ya nada que ver con la entrevista. Tú eres escritor o quieres ser escritor. Yo te doy un consejo no pedido. Puedes hacer con él lo que te dé la gana: usarlo o no usarlo. Hasta que no sepas quién narra y por qué, no te pongas a escribir.
—Cualquier novela, dices.
—Cualquier novela. Cualquier novela depende de la voz narrativa y depende de que el escritor, que está fuera del texto, sepa quién narra y por qué lo narra así, qué pretende conseguir ese narrador narrando de esa manera, porque según lo que tú como escritor quieras conseguir de tu lector, eliges un narrador que narra desde un punto de vista concreto, con un conocimiento concreto de la materia, que miente o que no miente, que omite o no omite… Hasta que tú no sabes cuál es tu narrador, no vale la pena que te pongas a escribir una novela. Si piensas que da igual…
—No, no digo que da igual, pero cuando dices quién es, ¿me estás preguntando si es una persona concreta?
—¿Quién es? ¿Qué es? Es una instancia, el narrador es una instancia narrativa, no tiene que ser un personaje, no tiene que participar en la historia, no tiene que parecerse a un ser humano…
—¿Y quién es el narrador de 1984?
—Pues esa es la cuestión.
—Ah, no me lo vas a decir.
—No te lo voy a decir del todo. O sea, tú piensa…
—Que los lectores de Zenda dejen en los comentarios quién es el narrador (risas).
—Tú piensa sobre todo qué se pretende con esa novela, qué quiere el narrador de esa novela, el que está escribiendo esa novela, sea quien sea, ¿qué es lo que quiere? Lo que quiere es que tú te enteres de todo eso. Entonces la única manera de que tú te enteres de todo eso es que Winston tenga acceso al libro de Goldstein, y entonces tienes que buscar qué tipo de narrador tiene interés en que el lector del futuro sepa lo que estaba sucediendo.
—Sí, claro, sí que veo que es un recurso narrativo para que yo me entere de cómo funciona el mundo. Eso sí lo tengo claro.
—Pero no solamente cómo funciona el mundo, también en qué punto histórico escribe.
—Si yo entiendo que el narrador quiere que me entere de cómo funciona el mundo, pero a nivel de trama me parece absurdo que O’Brien se comporte de ese modo.
—O’Brien está jugando al gato y al ratón. Está divirtiéndose con Winston y está creando esa sensación de esperanza/amenaza, o sea, O’Brien es el mejor ejemplo de toda la novela del doblepiensa. Y hay también algo fundamental, que es la atracción intelectual que siente O’Brien por la forma de pensar de Winston. En el mundo que han creado en Oceanía ya no hay posibilidad de conversar sobre nada que valga la pena, ya no hay debate político, filosófico, ético, estético… Primero porque está prohibido, y segundo porque ya casi nadie es capaz, ya que el pensamiento en sí está siendo suprimido y destruido. Para O’Brien, que es claramente un intelectual, la tortura es la única ocasión aceptable de hablar de lo que más le importa. Por eso le da a Winston el texto de Goldstein, para proporcionarle, además, una base teórica sobre la que discutir cuando llegue el momento. Y no podemos olvidar que O’Brien quiere convertir a Winston de verdad, dentro de la más pura línea del doblepiensa, y arrancarle lo que aún lo hace humano, sus sentimientos. Además, otro elemento fundamental es la crueldad inherente al régimen, a la “filosofía” del Partido. ¿Te acuerdas de cuando O’Brien le dice a Winston que imagine el futuro como una bota aplastando un rostro humano para siempre? En estas escenas de la tortura, además de la crueldad física, del dolor infligido, tenemos una gran muestra de la crueldad en estado puro, el único sentimiento permitido en esa sociedad. Primero le das a Winston lo que busca —pertenecer a la Hermandad, leer “el libro”, creer que hay esperanza—, y luego se lo vas arrancando todo lentamente. Ese proceso, además, le proporciona a O’Brien el único placer que contempla el Partido: el triunfo. Eso lo dice O’Brien mismo.
—Entiendo.
—O’Brien es a la vez su salvador y su verdugo, y en toda la parte de la tortura es cuando más claro se ve. Desde el principio Winston, cuando ve por primera vez a O’Brien, piensa: “Este hombre está conmigo, es de los míos”. Y entonces, la primera vez que lo lees, a lo mejor hasta te crees que O’Brien de verdad está en la oposición.
—Y crees que Julia lo va a traicionar.
—Claro, al principio piensas que Julia lo va a engañar, y ese es un juego muy bonito, porque Orwell estuvo en un ambiente siempre de espías y conocía muy bien ese tipo de juegos de no poderte fiar nunca de nadie. Entonces con O’Brien unas veces piensas que es bueno, otras veces piensas que es malo. Y luego, cuando llega la parte de la tortura, se mantiene el juego del doblepiensa. O’Brien, de vez en cuando, es digno de ser amado. Hay momentos en que Winston lo ama. Incluso cuando le está haciendo daño.
—Es el síndrome de Estocolmo. Te aferras a la única persona que tienes.
—Es la relación más íntima posible, según se dice. Yo por suerte no lo he vivido ni quiero vivirlo pero, por lo que dicen, la relación con tu torturador es la relación más íntima en absoluto porque es la única persona, el único ser humano a lo largo de toda tu vida con el que te abres por completo, porque no tienes más remedio. Te conoce por completo, por dentro y por fuera, en el cuerpo, en la mente, en todas partes. Es un dios. Te puede dar el placer absoluto y te puede dar el dolor absoluto. Y no te da la muerte porque no le da la gana, para que sigas sufriendo. Es el mejor ejemplo de toda la novela de un comportamiento de doblepiensa. No es solamente intelectual, es el comportamiento, la relación física incluso de un doblepiensa. Te amo y te destruyo. Te odio y te cuido. Todo son opuestos que se dan a la vez, con la misma sinceridad y con la misma intensidad. Eso es lo terrible.
—Cuando Winston empieza a leer el libro de Goldstein siente que está leyendo algo que había intuido, pero que no había sabido verbalizar. Y dice: Los mejores libros son los que te cuentan lo que ya sabías. Cuando tú leíste este libro, ¿te contó algo que ya sabías?
—Cuando leí esto no lo sabía. Jolín, yo era una cría, yo no sabía que había tanta crueldad en el mundo, y el final me dejó… De eso que pensé: “Alguien debería no haberme dejado leer este libro tan pronto” (risas). Los padres o los profesores suelen ser los que te dicen: “No, es demasiado pronto para leer ese libro”. Alguien tendría que habérmelo dicho. Pero no, luego con el tiempo me he dado cuenta de que a mí me gusta tanto este libro también porque es un eco de mi propio pensamiento. Y siempre que voy a un instituto, cuando me dicen “¿qué libro aconsejarías?”, “1984”. Pienso que es un libro que toda persona joven tiene que haber leído. La gente mayor también, pero hay que empezar joven para que no nos pase esto, para darte cuenta de lo que te pueden hacer, para tener los ojos y la mente abiertos, porque te pueden hacer cosas como esta, o peores, y no te das cuenta y te parece muy bien.
—Ahora te pregunto como escritora y no como lectora. ¿Has aprendido algo con esta novela? ¿Has sacado alguna enseñanza literaria?
—Sí, muchísimo. Una de las primeras cosas es que es una novela en la que se juega constantemente con la palabra. Por supuesto, los escritores no tenemos otra cosa más que palabras, no tenemos efectos especiales ni director de fotografía ni música de fondo, pero en esta novela está clarísimo que el mundo que se construye se construye siempre y solo a través de la palabra. Ahí lo ves en un nivel novelístico básico, cuando te está contando la historia de lo que pasa, pero luego lo ves a nivel filosófico y lingüístico de cómo se construye/destruye una lengua para construir/destruir una sociedad. Eso yo lo aprendí, desde el principio me di cuenta de cómo lo hacía, y es maravilloso para un escritor. Y luego me gusta muchísimo que también mezcla registros. O sea, hay una narración convencional, pero luego hay entradas de diario y luego hay pedazos escritos en nuevalengua que te cuesta un montón comprender.
—¿Y tú crees que hay alguna influencia de esta novela en alguna de tus obras?
—Sí, yo creo que tiene una influencia muy clara en el uso de la lengua, que para mí es muy importante. Yo, por ejemplo, lo que le recomiendo a todos los escritores que empiezan es: “Ama a tu lengua como a ti mismo”. Tienes que ser capaz de cambiar de registro. Por muy bueno que seas, por muy artístico que seas, si solamente manejas un registro —el registro literario— no eres lo bastante bueno. Tienes que ser capaz de usar cualquier registro, tienes que ser capaz de escribir como se escribía en el siglo XVI, como se escribía en el siglo XVIII, tienes que dominarlo todo. Y luego una cosa muy importante —pero yo no sé si es la influencia de la novela o que yo siempre he sido así y al leer la novela vi un eco de mi forma de ser— es la influencia del pasado, la importancia del pasado, que uno es lo que es porque fue lo que fue, y que cambiando el pasado se cambia el futuro. Una cosa que me ha marcado toda mi vida y toda mi carrera es que la narración es el pasado. O sea, el pasado no existe más que en la narración y en la memoria. Si puedes cambiar la memoria y puedes cambiar la narración, cambias el pasado. Y todos los seres humanos nos narramos a nosotros mismos nuestro pasado, nuestras historias, y siempre lo tergiversas, siempre. Unas veces con buenas intenciones, otras veces con malas. ¿Tú tienes hermanos?
—Sí, una hermana.
—Pues cuando hables con tu hermana de cosas de hace tiempo, te darás cuenta de que muchísimas veces, cosas que tú sabes seguro que fueron de una manera, tu hermana las recuerda seguro de otra manera, y entonces tú dices: “No, no, que fue cuando en la boda del tío Fulano estaba allí tal…”, y tu hermana te dice: “No, a esa boda no fuimos porque no nos invitó, porque tú estabas con paperas y los papás se fueron y nos dejaron con los tíos”. Y tú puedes jurar que estuviste en aquella boda, porque has visto fotos y cosas, pero si te dedicas a investigar te das cuenta de que en general uno de los dos se equivoca.
—¿Y dirías alguna obra tuya en concreto en la que más se ve esto que dices?
—Casi todas. Por ejemplo, en El secreto del orfebre el giro con pasado y futuro es muy claro, pero en casi todas mis obras se juega con el pasado y el presente y con la fabulación. Por ejemplo, en Disfraces terribles sucede mucho que, según te cuentas tu historia, así pasa a la posteridad.
—¿Según te cuentas?
—Según te cuentas tú a ti mismo tu historia, porque hay cosas que tú sabes que no fueron del todo así, pero cuando las cuentas a lo mejor te da vergüenza contarlas como fueron de verdad, o no quieres hacerle daño a la persona que te escucha y las cambias un poco, o no cambias cosas pero omites cosas, porque no lo puedes contar todo, sería pesadísimo. Entonces poco a poco tú vas renarrándote tu vida hasta que al final sale una cosa que es verdad hasta cierto punto. Y eso lo hacen las sociedades, las instituciones, las personas, las familias, lo hacemos todos. ¿Tú tienes pareja fija?
—Sí, portuguesa.
—Lo digo porque, cuando os preguntan cómo os conocisteis, estoy segura de que tú ya tienes una versión que es la que cuentas siempre.
—Sí.
—Si te pones a investigar, un día que no te duermas y te aburras en la cama, qué cosas no cuentas de esa historia, te darás cuenta de que hay un montón de detalles y un montón de cositas que las has olvidado o no te parecen importantes o rebajan la tensión de la historia que estás contando y que también son verdad, pero que ya no forman parte de la historia oficial. Y si ella cuenta cómo os conocisteis, resulta que hay cosas en las que coincidís y cosas de las que ella no se acuerda. Es un ejercicio muy divertido.
—¿Hay algún otro libro tuyo que podrías mencionar aparte de los dos que has citado?
—También hay mucho de eso en el que estoy haciendo ahora de Muerte en Santa Rita, que es una tetralogía. Tengo dos publicados y estoy trabajando en el tercero. Ese es la historia de una familia desde 1850 más o menos hasta ahora, y hay muchísimas cosas que ahora se recuerdan cómo fueron narradas, pero yo vuelvo al pasado y enseño cómo fueron, hago que el lector esté presente y luego, antes o después, se le da una versión que es la que ha pasado a la posteridad. En El eco de la piel lo hago constantemente. Ahí es muy potente el juego con el pasado y con las narraciones, con la fabulación.
—En 1894 se dice: El pasado había sido borrado, se había olvidado que había sido borrado y de ese modo la mentira se convertía en verdad.
—Exactamente eso, pero es que a veces ni siquiera ya es culpa tuya. Ni siquiera te acuerdas, ya no eres consciente de haberlo borrado voluntariamente. Te puedo enseñar el comienzo de El eco de la piel, donde digo exactamente eso. Un momento que la encuentre… Mira, aquí está.
*
Elia me tiende El eco de la piel. Al principio aparecen dos citas de 1984. La primera dice: La realidad existe en la mente humana y en ningún otro lugar. […] Si tanto el pasado como el mundo exterior existen sólo en la mente, y si la mente misma es controlable, ¿Qué pasa entonces? La segunda cita dice: Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado. Empiezo a leer El eco de la piel:
Todo es como se cuenta, y sólo permanece lo que se ha narrado, como en los cuentos infantiles, casi con las mismas palabras, una y otra vez, una y otra vez, hasta que esas palabras en ese orden se convierten en la historia de una persona, de un pueblo, de un país, en la Historia con mayúsculas. Todo lo demás —lo que no se ha narrado por olvido, por descuido, porque no parecía tan importante o no se adaptaba al tono general que uno quería conseguir— se desdibuja, desaparece, llevándose consigo los matices, los tonos grises, las aparentes contradicciones que son lo que realmente hace la vida humana, la realidad de un ser en el tiempo.
Cuando una vida se acaba, lo que queda es el recuerdo en la mente de los que sobreviven al difunto, un recuerdo hecho de palabras; palabras ajenas, impuestas sobre la vida de quien se ha ido. No permanece lo que a uno le habría gustado que quedara de su paso por la tierra, sino lo que los demás dicen de él o de ella, lo que han seleccionado de ochenta o noventa o cien años de vida. Y ni siquiera ha sido una selección pensada y ponderada, sino la inercia de las frases repetidas, de las anécdotas más intrascendentes, de lo banal.
Quedan también los objetos: las cosas de uso cotidiano que de repente se convierten en territorio de nadie, en trastos que se juzgan en función de su posible utilidad y supervivencia en las casas de los que se pasean entre ellos decidiendo qué se guarda y qué se tira; las cosas que uno, erróneamente, llama “recuerdos”, pero que sólo recuerdan algo a quienes los amaban y que no evocan nada a nadie ajeno a ellos.
¿Cómo saber que aquel pisapapeles tan cursi de cristal veneciano era para la tía Marta una tarde de sol en la laguna, con las góndolas cabeceando suavemente frente al café donde ella y el tío Gonzalo se miraban a los ojos, felices de estar solos por primera vez en el extranjero, en su luna de miel?
*
—Aquí aparece incluso un pisapapeles.
—A mí es que los pisapapeles me gustan mucho.
—¿Qué te parecen las adaptaciones cinematográficas de 1984?
—Que son obras muy distintas a la novela. Yo ya tengo un poco de experiencia con directores y con guionistas, y tengo muy claro que es imposible llevar a la pantalla todo lo que hay en una novela, sobre todo porque una novela como esta tiene muchísima parte discursiva, muchísima parte filosófica, que eso al público —suponen ellos— le resultaría aburrido y pesado. Todas las implicaciones de la nuevalengua y del doblepiensa se diluyen y acaba convirtiéndose en una sociedad totalitaria donde el amor no está permitido, una especie de Romeo y Julieta. El amor no puede llevarse a término y al final los torturan y los matan y punto final. Y eso le rebaja mucho la categoría.
—¿Qué opinas del resto de la obra de Orwell?
—No puedo decir que lo haya leído todo, pero de lo que he leído me ha gustado todo. He leído Rebelión en la granja, por supuesto, y Homenaje a Cataluña y un libro de artículos. Me gusta mucho cómo escribe, me parece que es sobre todo una persona que escribe bien porque piensa bien, o sea, piensa muy bien y entonces lo único que tiene que hacer es poner su pensamiento una palabra detrás de otra. Porque hay gente que parece que escribe bien, pero que luego, cuando te fijas, no piensa bien, está diciendo tonterías (risas).
—Para terminar, ¿qué otros libros recomendarías a los lectores a los que les ha gustado 1984?
—Como Amazon. Si te gustó La república, de Platón, te gustará Cincuenta sombras de Grey (risas).
—Exacto.
—De este corte, recomendaría Nosotros, de Zamiatin, que es otra distopía política, pero rusa. También aconsejaría Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin, porque es una novela de ciencia ficción que sucede en un futuro no muy lejano, y en ese futuro nos presenta dos planetas habitados por humanos, pero que fueron colonizados por diferentes grupos. En uno se vive a la manera capitalista y en otro se vive una utopía anarquista. Y hay una visita de un humano de un planeta al otro y en esa estancia se va enfrentando una forma de vivir con otra sin ningún tipo de edulcoramiento, o sea, no hay eso de que es mucho más bonito vivir en un anarquismo o socialismo que en un capitalismo. El capitalismo tiene ciertas ventajas, y el socialismo y el anarquismo también. ¿Qué nos conviene más? ¿Cómo queremos vivir? ¿Cómo queremos ser? La trama en sí no es tan impresionante ni te arrastra como esta, pero las ideas son muy buenas y vale la pena leerla. A Ursula K. Le Guin siempre vale la pena leerla. Otra recomendación sería Un día perfecto, de Ira Levin. Es también un sistema totalitario y hay, como siempre, un protagonista que no aguanta la situación. Es más ligera y menos potente que 1984, pero es muy agradable y muy entretenida de leer. Me lo pasé muy bien leyéndola. Recomendaría también, por supuesto, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que tiene otro giro porque presenta un mundo que a primera vista parece una utopía, donde se vive bien y la gente está contenta, aparentemente. No es necesario que el mundo que presentan sea oscuro y sucio para ser una distopía. Y yo también tengo un relato largo que se llama 2084: Después de la Revolución [incluido en el volumen Mañana todavía: Doce distopías para el siglo XXI ]. La fecha no es casual, como habrás visto enseguida. Es una especie de distopía “en colores”, pero presenta un mundo donde tampoco apetece vivir, y también está influenciado por Orwell y por Bradbury.
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