Cuando terminé de leer El caso Alas Clarín, de Ricardo Labra (Luna de Abajo, 2023) me dirigí a la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional para buscar, de manera aleatoria, el término «Clarín». Entre los resultados que me ofrecía la búsqueda elegí, también al azar, un texto del 6 de julio de 1895 de El Liberal, que decía:
«Erigido Clarín por obra exclusiva de su vanidad y petulancia en maestro Ciruela de cuantos en España manejan la pluma, transcurrían años sin que, por regla general, nadie se atreviese a oponer el menor reparo a las arbitrarias sentencias del pedantesco dómine de Oviedo».
Quien firmaba este texto era Arimón, un columnista del periódico. Él no pasaría a la historia de la literatura, sino Clarín. De hecho, La Regenta permanece en nuestro canon literario, aunque se haya incorporado tarde al del realismo-naturalismo español, entre otros motivos porque «Leopoldo Alas Clarín siempre fue una promesa incumplida para los escritores de su tiempo, alguien del que se esperaba mucho y del que con el paso del tiempo ya se esperaba muy poco». Leyendo estas palabras se atisba una de las causas: el dilatado silencio que tras su muerte se cernió sobre su obra. Una tesis, por otra parte, demostrada por Labra.
Pero El caso Alas Clarín no solo seduce por cómo Labra explica la decantación de Clarín hacia el canon literario, sino las causas que impidieron que estuviera antes, y a la par, con autores como Alarcón, José María de Pereda, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós. Por un lado, él no fue considerado escritor por los autores que él consideraba escritores, porque Clarín era un crítico temido y esta vena le perjudicó como escritor. La generación del 98 y los modernistas mostraron indiferencia hacia él, excepto Unamuno y Azorín; y la del 27 tuvo una clara actitud de animadversión hacia los escritores finiseculares, excepto Cernuda por Galdós.
Por tanto, las decantaciones irreconciliables que el mismo Clarín hacía le impidieron estar incluido en el canon como sí lo está hoy. Labra ejemplifica estos lances con nutridos testimonios, como el que realiza Pardo Bazán tras su muerte. Con ella mantuvo un lance literario, que demostraba la fijación del ovetense por la coruñesa, y que palpitó durante un periodo largo de tiempo. Al principio, la escritora se mantenía en silencio, no contestando a sus provocadoras invectivas, pero tras su muerte, doña Emilia se mostró cruel e indulgente, como recuerda Martínez-Cachero:
«En efecto, con Clarín se nos muere un pedazo, un resto de juventud… ¿Quién nos desgarrará como aquel perro? Mire usted que yo pasé cuatro o seis años de mi vida sin que un solo instante dejasen de resonar en mis oídos los ladridos furiosos del can. Y ni por esas. Hay quien cree que por esas. Yo no lo creo. Clarín tenía mucha vara alta con los barateros menudos de la crítica. Lo que él censuraba no se atrevían ya a aplaudirlo infinitos periódicos y muchachos. No cabe duda que, para resistir a esa piqueta, algo de solidez habrá. Esto es parte a infundir algún orgullo, y en este sentido, Clarín sí nos hizo bien».
Una parte del estudio de Labra se soporta en las causas que retardaron su incorporación al canon literario. De hecho, el título de la obra que nos ocupa es El caso Alas Clarín: La memoria y el canon literario. Pero otra, y es la que me ha sorprendido como lector, es que la lectura de La Regenta fue, hasta 1952, más ideológica que literaria, hecho, por otra parte, que repercutió y retardó su inclusión en el canon. Y fue más ideológica que literaria por una serie de razones. Serán las que configurarán la otra parte del ensayo. Tiene sentido ahora, de nuevo, releer la cita de Arimón, puesto que esa inquina, esa envidia y ese odio tenían una explicación. ¿Era la idiosincrasia de una ciudad, o más bien el odio sin gracia de esta hacia la obra de uno de sus hijos?
La razón parte de la trasmutación que Clarín hace de ciertos personajes de dudosa moralidad de la sociedad ovetense en protagonistas de La Regenta. Esta licencia provocaría que la recepción y la propagación meteórica de la novela, donde Vetusta se configuraba como un espejo de Oviedo, tuviese una reacción muy virulenta. La reinvención de Clarín del Oviedo de 1885 hacía propaganda pública, según el obispo de la ciudad de aquella época, Martínez Vigil, del ateísmo y de la corrupción. Incluso había erotismo y un sibilino anticlericalismo. Por todo ello, se empezaría a considerar a Clarín como un salteador de honras ajenas, aunque él siempre advertía: «Yo creo que mi novela es moral porque es sátira de malas costumbres, sin necesidad de aludir a nadie directamente».
Labra ejemplifica esta diatriba entre los sectores clericales y el mismo autor con la publicación de las cartas que se publicaron en El Eco de Asturias. En ellas, tanto Martínez Vigil como Clarín argumentaban y refutaban al contrario, sin olvidar ni el humor ni la educación, y tras las cuales ambos se dispensarían una sólida amistad.
El caso Alas Clarín promueve la lectura de La Regenta a otro nivel. Tanto por los datos que aporta, como por los documentos que transcribe, Labra configura una explicación plausible de la influencia de una obra de ficción sobre la sociedad de la que nace. Incluso, como no hay peor astilla que la de la misma madera, Labra consigue desmontar, con testimonios y corpus documental, la idea de la supuesta venganza de la Vetusta clariniana sobre su autor con el fusilamiento de su hijo en febrero de 1937; incluso este llegó a afirmar que lo mataban porque era la única forma de matar también la memoria de su padre. Nada más lejos de la realidad, como demostrará Labra.
El libro concluye con dos suculentos epílogos, uno de Jean-François Botrel y otro de Leopoldo Tolivar Alas, biznieto del autor, que demuestran por qué Oviedo ha tardado más de ochenta años en poder hacer una lectura literaria de La Regenta.
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Autor: Ricardo Labra. Título: El caso Alas Clarín: La memoria y el canon literario. Editorial: Luna de Abajo. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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