Otro 21 de junio, el de 1527, hace hoy 496 años, una peritonitis eleva a la gloria de Dios a uno de los grandes hombres del Renacimiento: Niccolò di Bernardo dei Machiavelli. Dos siglos después de su óbito el recuerdo de la teoría por la que pasará a la historia Maquiavelo dará lugar a una voz: “maquiavelismo”. Eso será cuando El príncipe, el tratado en el que el italiano desarrolla su razonamiento, vea la luz póstumamente, un lustro después de la muerte de su autor, en la Roma de 1533, con permiso del papa Clemente VII. Pero todavía es ahora cuando “maquiavélico” es sinónimo de argucia, deslealtad, cinismo y tantas otras infamias consustanciales a la política que, ya de antiguo, quienes han hecho de ella la profesión más despreciable que puede ejercer el ser humano dicen que, como ciencia, fue un invento de Maquiavelo. Ciencia que desde luego no es exacta, apostillan quienes sufren a los políticos. Nada tiene que ver el optimismo de los tiempos nuevos y de promesas con el escepticismo de los días de evaluar los resultados de lo prometido.
La Florencia que el tres de mayo de 1469 vio nacer a quien sería uno de sus más grandes hijos era una próspera república. Vástago de una antigua familia toscana, Maquiavelo creció en la ciudad de Lorenzo de Medici, mecenas, poeta, estadista… El más inteligente de los cinco hermanos, Lorenzo el Magnífico para sus contemporáneos. Entre los primeros documentos autógrafos del futuro padre de la ciencia política destacan dos cartas —una en italiano, la otra en latín— reclamando un patronato. Más interés despiertan entre los estudiosos del sabio los comentarios a un par de sermones de Savonarola, el dominico que fuera confesor de Lorenzo de Medici. Muerto el Magnífico, el fraile había comenzado a denunciar la ruina que había llevado a Florencia el gobierno de su sucesor, Piero de Medici.
Algunos de los biógrafos de Maquiavelo nos dicen que la Florencia de Girolamo Savonarola, quien ordenaba la quema de las obras de Boccaccio por considerarlas licenciosas y creía que todos los florentinos eran sodomitas, marca un segundo periodo en la vida del autor de El príncipe. Así las cosas, podría creerse que los sermones de aquel fanático —aunque religioso, tan vehemente como sólo acostumbran a serlo los políticos más entregados a su respectiva causa— tuvo algo que ver con el pensamiento de Maquiavelo. Parece ser que no, que los comentarios a los sermones de aquel reformador —dominico como los inquisidores— le hicieron dudar de la opulencia de las cortes italianas y de la relajación de las costumbres entre las jerarquías eclesiásticas. Pero no tuvieron mayor transcendencia en la obra venidera. No así en el gobierno de Florencia: tras la marcha de Piero de Medici, en la Florencia invadida por Carlos III de Francia el dominico se convirtió, de hecho, en el líder de la ciudad.
En teoría, la nueva Florencia era una república democrática. Pero en realidad, aquella Florencia sin los Medici era una teocracia, cuya constitución declaraba rey a Cristo. No es de extrañar que para esos que solo atienden al escepticismo, que inexorablemente sucede a los optimismos para el futuro de las promesas de los gobernantes, política y religión sean dos formas de la misma trampa.
Savonarola subió al cadalso el 23 de mayo de 1498. Lo mandó allí Alejandro VI, el gran papa Borgia. Ese mismo año, el futuro padre de la ciencia política se convertía en un burócrata de la república. Secretario de la segunda cancillería, ése fue su primer cargo. Pero también fue más que suficiente para estar metido en todos los asuntos de estado. Aquellos fueron los años de aprendizaje para la nueva ciencia. Todo parece indicar que su modelo para El príncipe fue César Borgia.
Su primer trabajo, Discurso sobre la corte de Pisa, está fechado en 1499. A partir de 1502 se empieza a hacer notar con sus opiniones políticas, expresadas en obras como Del modo di trattare i popoli della Valdichiana ribellati o Del modo tenuto dal duca Valentino nell’ ammazzare Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, etc.
En 1503, el año en que es envenenado Alejandro VI y su hijo César, sin el amparo de su progenitor pierde la gracia, Maquiavelo da a conocer algunas de las primeras conclusiones de su pensamiento. Aún habrán de pasar diez años para que redacte El príncipe.
Pese a que el Renacimiento estimaba por encima de los demás a los hombres de altura moral, el de Maquiavelo fue un tiempo de corrupciones y envenenamientos. Lo de las corrupciones, como la experiencia nos demuestra, al igual que la deslealtad, el cinismo y la mentira, es algo consustancial a toda la política. Así se escribe la historia.
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