Portada: Estatua de Elio Antonio. Foto: José María Benítez Sánchez
Desde la antigüedad hasta hoy la educación comienza en el niño, alrededor de los cuatro o cinco años de edad, con la alfabetización. En la Península del Sinaí, hace casi cuatro mil años, se desarrolló el primer alfabeto, llamado proto-cananeo o sinaítico (fue descubierto en 1904 por el arqueólogo británico William Matthew Flinders Petrie). De él derivó el alfabeto fenicio, que a su vez dio lugar al arameo, hebreo, siríaco y árabe. Aquel alfabeto fenicio, consonántico, de 22 letras, fue tomado no sólo por los hebreos sino también por los griegos, que adaptaron su lengua a 22 letras equivalentes. A partir del alfabeto griego los etruscos crearon el alfabeto latino, inicialmente con 23 letras. De todos ellos provienen la mayoría de sistemas alfabéticos occidentales. El español, que proviene del latín, como todo el mundo sabe, actualmente tiene 27 letras.
Las abstracciones del intelecto se construyen con palabras. La oralidad o la escritura, palabras escritas o verbalizadas, pero palabras. Vivimos rodeados, henchidos de palabras.
Un humanista, como lo fue Antonio de Nebrija en el Renacimiento, debe preocuparse por las palabras. Y más aún, un autor latinista, padre de la lingüística española, cuyo origen judeoconverso lo hace descendiente directo del pueblo judío, el pueblo del Libro: la biblia; el Pueblo de la Palabra (“En el principio era el Verbo, y el Verbo era… Juan 1:1”) Las palabras crean el mundo, lo significan. Las palabras escritas e impresas no sólo dan significado a nuestro mundo, sino que transmiten conocimientos. Los muertos nos hablan a partir de sus palabras impresas. La Cultura Impresa nace en la década de 1440, la misma en la que nace Nebrija.
Sí. En el siglo XV, en la misma década en la que nace Antonio de Nebrija, gracias a Gutenberg las palabras pudieron ser reproducidas, fijadas y leídas de forma masiva. La llamada Revolución de la Imprenta, en la segunda mitad del siglo XV, es el tercer gran salto de la Historia humana, tras la invención de la escritura y del alfabeto. Salimos de mil años de Edad Media y entramos de lleno en la Edad Moderna.
Muchos especialistas consideran que, salvando las distancias, vivimos un cuarto gran salto, tan importante como los tres anteriores: la Cultura Digital: informática, internet e inteligencia artificial.
Pero lo importante, al menos para nosotros, seres humanos, es seguir poniendo en el centro a la persona, al ser humano. Eso fue y es el humanismo. Durante el renacimiento, con aquella revolución tecnológica que fue la imprenta, que sacó el conocimiento de los monasterios medievales y lo llevó a las ciudades y villas europeas, los humanistas se dieron cuenta del poder de las palabras. Se inició una nueva forma de Educación.
Nebrija dedicó su vida a ello, a investigar las palabras, ordenarlas, fijarlas, darle un sentido a nuestro idioma. Educar e investigar, las dos grandes áreas que debe dominar todo universitario. Aquel gran gramático, que dominaba el latín y conocía el griego, el hebreo y las lenguas modernas como el castellano y el italiano (toscano) se dio cuenta que el lenguaje oral y escrito no sólo sirven para comunicarnos, algo obvio, sino para mejorar y transformar nuestros pensamientos. Y eso es lo que nos hace humanos.
Nebrija estudió en el Studium de Salamanca y en la universidad de Bolonia. Entonces Bolonia era el epicentro del conocimiento mundial, del saber de entonces, como hoy lo es Silicon Valley, donde las grandes multinacionales tecnológicas mantienen relaciones fértiles y estrechas con las universidades de la Bahía de San Francisco, Stanford o Berkeley. En aquel siglo XV, Salamanca, la primera gran universidad española, podría ser hoy el MIT, el Massachusetts Institute of Technology, en Cambridge, a las afueras de Boston. Otro centro de la innovación y el saber.
Cambia el contexto, pero se mantiene la esencia: las personas. El ser humano. El Humanismo fue y es poner en el centro lo Humano.
Nebrija y los humanistas europeos tuvieron que lidiar con el nuevo invento, los libros impresos, como hoy lo hacemos con las nuevas tecnologías. La informática. El mundo digital.
En contra de lo que los agoreros nos dijeron hace veinte o treinta años, lo digital no ha enterrado al libro. Todo lo contrario, nunca jamás se han impreso, publicado, distribuido, vendido y leído más libros que en la actualidad.
Por tanto, el libro impreso sigue teniendo hoy su peso, su influencia cultural y su valor, material (económico), simbólico e intelectual.
Sin cultura, sin lenguaje, sin libros, la digitalización no hará más humanos a los seres humanos. Por eso los escritores, los editores y los libreros siguen siendo esenciales, la savia de la cultura.
La cultura impresa, la cultura del libro convive ya con la cultura digital en una nueva forma híbrida.
Hemos entrado en una nueva Etapa de la Civilización.
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