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El favor, de John Verdon - Zenda
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El favor, de John Verdon

John Verdon es uno de los grandes maestros del thriller internacional y su millón de ejemplares vendidos en España demuestra su arraigo en nuestras librerías. Ahora publica una nueva entrega de la serie protagonizada por el detective retirado David Gurney, quien en esa ocasión investigará la posible inocencia de una superestrella del tenis encarcelado por...

John Verdon es uno de los grandes maestros del thriller internacional y su millón de ejemplares vendidos en España demuestra su arraigo en nuestras librerías. Ahora publica una nueva entrega de la serie protagonizada por el detective retirado David Gurney, quien en esa ocasión investigará la posible inocencia de una superestrella del tenis encarcelado por un supuesto asesinato.

En Zenda reproducimos el Prólogo de El favor (Roca), de John Verdon.

***

PRÓLOGO

Le daba miedo acercarse a la gran casa situada al final de la tranquila calle arbolada.

Las historias que se murmuraban sobre el hombre que vivía allí hacían que la gente se mantuviera a una distancia prudencial. No cabía duda de que había hecho matar a mu­chos. El número era objeto de especulaciones en voz baja; también se especulaba sobre a cuántos había ejecutado con sus propias manos. Era bien sabido que algunas personas entraban en esa casa y que ya nadie volvía a verlas nunca más. Pero el poder de ese hombre —y el miedo que inspira­ba a los posibles testigos— era tal que nunca había sido con­denado por ningún crimen.

Subir por el sendero de acceso de esa casa en medio del frío otoñal habría sido impensable poco tiempo atrás, pero ahora todo era diferente. Cuando se abrió la pesada puerta principal y una mujer de rostro pétreo y edad indefinida lo guio a través de un pasillo oscuro hasta un estudio sin ven­tanas, la agitación que sentía dio paso a una desesperada es­peranza.

El hombre estaba sentado en la penumbra tras un escri­torio de ébano, masajeándose las sienes. Se rumoreaba que sufría migrañas. Llevaba gafas oscuras, señal de su sensibi­lidad a la luz. Tenía el pelo ralo y gris, y la piel amarillenta. El aire de la habitación era húmedo, con un leve hedor a putrefacción tropical. Solo había un objeto sobre el escrito­rio de ébano: una pequeña escultura de oro de una serpiente enroscada, con la cabeza erguida y los colmillos a la vista.

—Bueno —dijo el hombre en voz baja, sin apenas mover los labios—, ¿qué puedo hacer por usted?

Las palabras le salieron a borbotones, no como las había ensayado desde que había llamado y había pedido esta cita, esta audiencia, sino en un barullo balbuciente. Incluso mien­tras hacía la petición con ese peculiar requisito —sobre todo con ese peculiar requisito— se dio cuenta de lo absurdo que sonaba todo.

En un acceso de arrepentimiento, deseó no haber ido hasta allí. Ahora le parecía el peor error que había cometido en una vida repleta de errores. Pero ya era demasiado tarde. El miedo atenazaba su corazón. Las manos le temblaban.

Con ojos taciturnos, sin parpadear, el hombre lo miró a través de los cristales tintados durante un tiempo que le pa­reció muy largo. Finalmente le señaló la única silla que ha­bía en el estudio, aparte de la suya.

—Siéntese. Relájese. Hable despacio.

Él obedeció. Más tarde, apenas podía recordar nada de lo que había dicho: solo la respuesta del hombre y la expresión de sus ojos.

—La historia que me cuenta está llena de desdicha. El desprecio de su hijo le ha envenenado la vida. Lo que usted quiere hacer ahora es bastante insólito. El favor que me pide es algo que normalmente no concedería. Pero, como conoz­co bien el dolor lacerante que me ha descrito, voy a conside­rar su petición. Si accedo a hacer lo que me pide, usted debe­rá hacer a cambio lo que yo le pida. Se lo explicaré cuando llegue el momento. Pero hay algo que debe saber desde el principio: si acepta mis condiciones, no habrá vuelta atrás ni dudas de ningún tipo. Nuestro acuerdo será inquebrantable. ¿Entiende lo que significa eso?

—Sí.

Los labios del hombre se retorcieron en algo parecido a una sonrisa fugaz. Por detrás de los cristales oscuros, sus ojos, tan impasibles como la muerte, estaban concentrados en un plan que empezaba a tomar forma.

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Autor: John Verdon. Traductor: Santiago del Rey. Título: El favor. Editorial: Roca. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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