Europa, ¿otoño o primavera? es el nuevo libro de Zenda. Un ensayo en el cual diplomáticos, periodistas, profesores, estudiosos, científicos e historiadores han expresado sus puntos de vista acerca de Europa.
A continuación reproducimos ‘La primavera geopolítica de Europa’, el texto escrito por Josep Borrell para esta obra.
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Si por primavera entendemos el revivir de un proyecto vital y por otoño la pérdida de su impulso, ¿en qué momento se encuentra la Unión Europea en este principio del año 2023?
En efecto, desde que en diciembre del 2019 asumí las funciones de Alto Representante de la Unión para la Política Exterior y de Seguridad, y de Vicepresidente de la Comisión Europea, la Unión se ha enfrentado a una pandemia que paralizó la economía mundial y a una guerra en sus fronteras del Este que ha producido una policrisis global, energética, alimentaria y financiera.
Y creo que se puede decir que la Unión Europea ha demostrado una gran resiliencia y una capacidad de respuesta muy superior a la de anteriores crisis. Por ejemplo, nos hemos librado de la dependencia energética de Rusia con una resolución y rapidez impensables. Y aunque haya sido económicamente costoso, nos hemos mantenido unidos en el apoyo económico a Ucrania y las sanciones a Rusia. Y lo que es más innovador, hemos unido nuestras capacidades militares y financieras para ayudar a armar a un país en guerra. Hemos roto así un tabú tan importante como lo fue el de endeudarnos de forma conjunta y solidaria para hacer frente a la pandemia del covid-19. Acciones trascendentales que se creía que no se podían hacer, se hicieron de forma rápida y eficiente, en claro contraste con las vacilaciones frente a la crisis del euro entre el 2008 y el 2012 o a la pasividad con la que se respondió a la ocupación de Crimea en el 2014.
Eso demuestra que hemos aprendido de pasados errores y que hemos aprovechado las segundas oportunidades que la Historia nos ha brindado. En el 2020, frente a la pandemia, en menos de tres meses se lanzó un endeudamiento colectivo de 750.000 millones de euros. Y en el 2022, en menos de 48 horas se decidió utilizar, por primera vez, un instrumento financiero comunitarizado, el Fondo Europeo para la Paz, para ayudar a Ucrania a defenderse de la invasión de Rusia y aprobar un paquete de sanciones sin precedentes contra la economía del agresor.
Esos signos de vitalidad, y no son los únicos, son más propios de un renacer primaveral que de un letargo otoñal. Constatamos aquello tan citado que nos dijo Jean Monnet: Europa se hará en las crisis, y será el resultado de las soluciones que demos a ellas. Monnet no dio por hecho que cada crisis permitiera avanzar en el proyecto europeo, sino que lo hizo depender de la respuesta que fuésemos capaces de dar a las crisis. Y Monnet tenía razón, y como la Historia ha demostrado una y otra vez, las crisis son momentos en los que nos vemos obligados a reaccionar, y según cómo lo hagamos avanzaremos hacia la plenitud del verano o retrocederemos hacia el letargo invernal.
Concentraré mi análisis en la guerra de Ucrania, sin duda el acontecimiento más grave desde el fin de la guerra fría y el más peligroso desde el fin de la segunda guerra mundial.
La injustificada guerra de Rusia contra Ucrania supone un nuevo test “monnetiano” a la Unión. Y en mi opinión es el más trascendente porque se puede argumentar que hasta hoy se ha sabido gestionar crisis cuando han sido solucionables con instrumentos legales y/o económicos (como el Brexit y la pandemia), pero no se han resuelto aquellas cuya solución requiere una capacidad geopolítica (como los conflictos en la antigua Yugoslavia, Libia o Siria), que incluye capacidades coercitivas a cuyo uso he llamado “el lenguaje del poder”. Y eso nos obliga a enfrentarnos a los conflictos armados, acontecimientos del todo condenables e indeseables, que creíamos desterrados de nuestro espacio vital pero que son las ocasiones en las que Europa tiene que ejercer como actor geopolítico. Y esa dimensión es la que espero que la Unión Europea, que nació como un proyecto de paz entre europeos en un mundo dividido en los bloques de la guerra fría y todavía no globalizado, sea capaz de desarrollar en el mundo de hoy.
No sabemos cómo acabará la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania. Pero ya es evidente que Putin ha errado en sus cálculos sobre lo que la UE era y podía hacer. Aunque no le faltaban motivos para creer que su apuesta le saldría bien. Después de la invasión de Crimea en 2014, la Unión Europea aumentó las compras de gas ruso y no pudo evitar el enquistamiento del conflicto bélico en el Dombás. Putin calculó que nuestra dependencia energética y la exigencia de unanimidad en la política exterior de la UE impediría cualquier tipo de reacción más allá de declaraciones y quizás alguna sanción más fuerte de lo acostumbrado. Pero Putin sobrevaloró tanto la capacidad de su ejército como subestimó la capacidad de la Unión Europea para corregir errores pasados ¿Íbamos a dejar a su suerte a un país que anhelaba integrarse en el proyecto europeo? ¿Íbamos a permitir una violación flagrante del derecho internacional en nuestras fronteras inmediatas? ¿Íbamos a mantenernos como espectadores ante una invasión que sentara el precedente de otras cada vez más cercanas? Preguntas relevantes, pero para las que la respuesta de la UE no estaba escrita antes del inicio de la guerra.
La guerra se veía venir, aunque nos resistíamos a aceptarlo. A principios del 2022, cuando Rusia ya había planteado sus demandas de vana autojustificación para la acumulación de fuerzas en las fronteras de Ucrania, visité el frente del Dombás donde una guerra larvada desde el 2014 había producido más de 14.000 muertos. Recuerdo muy bien la estepa helada, los convoyes militares, las casas destruidas y el lejano ruido de los disparos. De regreso a Bruselas me entrevisté en Kyiv con el primer ministro de Ucrania y este me dijo: “Rusia va a atacar porque no ha concentrado 150.000 hombres en nuestras fronteras solamente para darnos miedo. Y cuando lo haga, sabemos que ustedes no van a venir a ayudarnos. Los jóvenes europeos no van a luchar y morir a nuestro lado. Pero, por lo menos, ¿nos darán ustedes armas para que nos podamos defender?”
No pude contestar esa pregunta porque no estaba seguro de que tal cosa fuera a ocurrir ya que precisa de la unanimidad de 27 Estados miembros que ni pensaban igual entonces ni piensan igual ahora. Y hoy, cuando ya conozco la respuesta que le hemos dado, me pregunto: ¿hicimos todo lo posible para evitar esta guerra? ¿Era evitable? ¿Por qué ocurrió?
Lo cierto es que se desarrolló una actividad diplomática frenética para intentar evitar la guerra. Visitas y llamadas telefónicas a Moscú de los líderes europeos. El 1 de febrero, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, envió una carta a cada uno de sus homólogos de los 27 Estados Miembros, pidiéndoles “cómo entienden su obligación de no reforzar su propia seguridad a expensas de la seguridad de otros Estados sobre la base del compromiso con el principio de seguridad indivisible”. El día 9 le respondí en nombre de todos ellos diciendo que la Unión Europea estaba dispuesta a sentarse a discutir las condiciones de seguridad que Rusia reclamaba incluyendo el concepto de la indivisibilidad de la seguridad que ya había planteado Putin en Múnich en el 2007. Lavrov despreció la respuesta diciendo que él había escrito a 27 responsables políticos y que le había contestado un burócrata bruselense. Lavrov se quedó sin poder explotar divergencia alguna entre los 27 pero ya no se avanzó en el diálogo.
El día 23 presidí el Consejo de Ministros de Exteriores, ya con información de inteligencia que nos decía que la guerra era inminente. Reconozco que la mayoría de europeos, yo incluido, nos resistíamos a creerlo. Pero cuando hacia las 5 de la mañana del 24 de febrero de 2022, la voz al otro lado del teléfono me dijo “they are bombing Kyiv”, me di cuenta de que la historia había girado una página y que la UE sería lo que fuésemos capaces de responder a una nueva crisis creada por una potencia nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, que había invadido a su y nuestro vecino. La guerra de alta intensidad volvía al continente europeo y ese momento marcaba un punto de inflexión no sólo para la Unión Europea, sino para el mundo entero.
Inmediatamente empezamos a pensar, como en otras ocasiones, en las sanciones económicas que se podían imponer a Rusia. Pero esa clase de respuesta me pareció insuficiente. ¿No podíamos hacer más? Si Rusia consigue colocar un gobierno títere en Kyiv como el de Bielorrusia, ¿dónde queda nuestra seguridad?, ¿quién va a perder? Los ucranianos, por supuesto, pero, ¿y nosotros?, ¿no podíamos hacer más, no solo para ayudar a Ucrania, sino también para nuestra propia seguridad?
Y sí, claro que podíamos hacer más. Podíamos utilizar el instrumento financiero que llamamos Fondo Europeo para la Paz, pensado para dotar de armas a aquellos países, la mayoría africanos, con los que tenemos acuerdos y misiones de entrenamiento militar. No estaba pensado para financiar armas letales a un país envuelto en una gran guerra convencional, pero ¿por qué no ayudar a defenderse a un país con el que tenemos lazos todavía más fuertes y que está haciendo frente a una invasión en la que se juega su supervivencia? No había nada en el reglamento de ese Fondo, de naturaleza intergubernamental y que no es parte del Presupuesto Comunitario, que lo impidiera. El que no se hubiera hecho nunca antes no era una razón suficiente para no hacerlo en las actuales circunstancias. Y en menos de 36 horas los 27 Estados miembros acordaron utilizarlo para financiar la ayuda militar a Ucrania al tiempo que cada uno lo hacía además de forma bilateral. Y eso que nunca se había hecho, se hizo y se sigue haciendo, de momento con hasta 3.500 millones de euros desde el Fondo y hasta más de 10.000 millones si se suman las ayudas bilaterales.
Pero la ayuda militar, innovadora, es solo una parte de la ayuda de la Unión Europea a Ucrania. En total, al escribir estas líneas, la ayuda militar, humanitaria y macrofinanciera de la UE a Ucrania alcanza ya los 50.000 millones de euros, una cifra superior a la de cualquier otro país o asociación de países, incluido EE.UU. La ayuda militar de EE.UU. es mayor que la nuestra y ha sido sin duda la determinante, pero la nuestra no es en absoluto irrelevante.
Para saber si estamos en una primavera o un otoño, debemos también preguntarnos qué hubiera pasado si en vez de Biden hubiera estado Trump en la Casa Blanca. O, ¿qué puede pasar en el futuro si hay otro presidente de Estados Unidos que no piense como Biden? Quiero pensar que la respuesta europea hubiera sido la misma. Pero no estoy seguro de que hubiera sido tan inmediata la respuesta ni tan clara nuestra unidad.
Pero esos posibles escenarios nos deberían hacer más conscientes de la necesidad de asegurar nuestra seguridad. Los europeos debemos asumir que vivimos en un mundo peligroso y que basar la pacificación de las relaciones internacionales en el comercio y el derecho, tal como hacemos dentro de la UE, no basta. El mundo no es como nos gustaría que fuera y hay quien está dispuesto a utilizar la violencia para modelarlo a su gusto y manera. Para comerciar hacen falta al menos dos, pero para hacer la guerra basta con uno. Y nuestra seguridad no se puede construir solo sobre la base de dependencias económicas que suponíamos iban a impedir los conflictos. También tenemos que estar dispuestos a tener más y mejores capacidades militares y la voluntad política de ponerlas en acción cuando sea necesario.
Sin duda, el ataque contra Ucrania ha demostrado que la OTAN es necesaria para la seguridad europea y la organización se ha reforzado con las solicitudes de adhesión de Suecia y Finlandia. Pero, dentro de la OTAN, el esfuerzo de defensa de los propios europeos debe incrementarse sustancialmente, tal y como acordamos en la declaración conjunta UE-OTAN del 10 de enero de 2023. Paralelamente, el Strategic Compass que presenté y fue aprobado por el Consejo Europeo en marzo de 2022 pretende que ese incremento de gasto militar se haga reduciendo las actuales duplicidades y subsane las carencias que resultan de 27 capacidades de defensa construidas con una coordinación manifiestamente insuficiente. Y para que esas capacidades operativas puedan utilizarse por los europeos en ocasiones en las que la OTAN decida no actuar.
La Unión Europea también debe plantearse cómo la guerra contra Ucrania también ha impactado al resto del mundo. Al atacar a uno de los principales exportadores mundiales de cereales y fertilizantes, destruir sus silos y bloquear sus puertos, Rusia provocó una fuerte subida de los precios de los alimentos que ha puesto en peligro la vida de millones de personas en todo el mundo, especialmente a África y Oriente Medio.
Frente a esta situación, la UE organizó “carriles solidarios” para evacuar el grano ucraniano por tierra, y las Naciones Unidas y Turquía forjaron un acuerdo en otoño de 2022 para desbloquear los puertos del Mar Negro. La guerra también provocó una fuerte subida de los precios mundiales de la energía que alcanzaron su máximo en agosto pasado.
Afortunadamente, a día de hoy, tanto los precios de la energía como de los alimentos están bajando hasta niveles parecidos a los de antes del inicio de la guerra pero siguen siendo altos y existen dudas sobre su evolución futura. Pero hemos eliminado nuestra dependencia del gas y el petróleo ruso y con ello un gran condicionante de nuestra relación con Putin. Y eso no es poca cosa.
Las acciones de Rusia han sido condenadas en repetidas ocasiones por la gran mayoría de los países miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero muchos países de lo que ahora se llama el “Sur Global” son más sensibles a las consecuencias de esta guerra que a sus causas. Y algunos países de gran influencia siguen reticentes en su condena a Rusia y a exigirle la retirada de sus tropas del territorio de Ucrania. Buena parte de la opinión pública de esos países es receptiva a la propaganda rusa de sanciones impuestas por los países occidentales del aumento del coste de energía y alimentos. Sin embargo, nuestras sanciones nunca han afectado a las exportaciones rusas de cereales o fertilizantes ni de combustibles a destinos distintos de Europa.
La UE debe ser más proactiva en la “batalla de narrativas”, escuchar más y mostrar más empatía y humildad, porque nuestra visión sigue siendo, en mi opinión, excesivamente eurocéntrica. El futuro de la UE y su papel en el mundo dependen de ello. Es crucial que la guerra de Rusia contra Ucrania no nos haga postergar la lucha contra desafíos globales como el clima, la igualdad de género, o los objetivos de desarrollo sostenible. Ni nos haga disminuir nuestro compromiso con otras partes del mundo donde también hay conflictos y necesidades que atender.
Mientras acabo de escribir estas líneas en el tren de regreso de la Cumbre entre la UE y Ucrania en Kyiv, soy muy consciente del profundo deseo de Ucrania de incorporarse a esa UE que se rige por un modelo sociopolítico distinto al autoritarismo que Putin ha instalado en Rusia. Y los europeos debemos seguir ayudándoles a que Ucrania alcance una paz digna y duradera y esté en condiciones de ser cuanto antes miembro de nuestra Unión.
Hemos de aprovechar esta imprevista y grave crisis “monnetiana”. Quizás no avancemos con cada crisis y cada una requiera de una segunda oportunidad que permita rectificar pasados errores. Pero lo que es seguro es que ahora estamos asistiendo al principio del nacimiento de la Europa geopolítica. Ese es el sentido de la primavera europea, que los temporales no deberían frustrar.
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VV.AA. Título: Europa, ¿otoño o primavera?
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