Europa, ¿otoño o primavera? es el nuevo libro de Zenda. Un ensayo en el cual diplomáticos, periodistas, profesores, estudiosos, científicos e historiadores han expresado sus puntos de vista acerca de Europa.
A continuación reproducimos ¿Otoño o primavera?, el texto escrito por Miguel Ángel Aguilar para esta obra.
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Las luces equívocas del amanecer se confunden, a veces, con las del crepúsculo; las señales ambientales de la primavera con las de la otoñada; y los indicios de crisis amenazadoras con los procedentes de otras que suscitan esperanzas y activan lo mejor de nosotros mismos, en línea con el poeta Pedro Salinas en La voz a ti debida, cuando dice a su amada: “quiero sacar de ti tu mejor tú”. Lejos de nosotros sospechar que haya un poeta subyacente bajo la máscara de hielo del presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, y más lejos aún atribuirle el propósito de mejorar la Unión Europea suministrándole estímulos en dosis de caballo como el de la denominada operación militar especial, desencadenada a partir del 24 de febrero de 2022, con el objetivo declarado de desnazificar Ucrania invadiéndola.
Al mismo tiempo, la UE ha optado por prescindir del gas ruso buscando alternativas de sustitución en un difícil aprendizaje. Respecto al objetivo de Putin de mantener la OTAN alejada de las fronteras rusas, la invasión ha operado en sentido contrario, induciendo la solicitud que Finlandia y Suecia han formulado para ingresar en la Alianza Atlántica. De manera que cuando se consume se duplicará la longitud de las fronteras terrestres de Rusia con la OTAN, al añadir a los actuales 1.261,2 Km (195,8 Km con Noruega, 324,8 km con Estonia, 270,5 km con Letonia, 266,0 km con Lituania y 204,1 Km con Polonia), los 1.340 Km de la linde rusofinlandesa, que va desde los territorios lapones del Ártico en el norte hasta las aguas más cálidas del Báltico en Karelia al sur, que pasarían a ser también nueva frontera entre la OTAN y Rusia.
Reparemos en que Finlandia y Suecia forman parte del muy exclusivo y reputado club nórdico, considerado el lugar del mundo donde mejor se han aclimatado los valores cívicos, la cohesión social y el Estado del bienestar. Ambos países son resistentes a la manipulación, tienen convicciones políticas arraigadas, durante décadas de guerra fría y caliente han hecho de la neutralidad seña distintiva propia y de la causa del pacifismo norte de su política exterior, sus gobiernos y sociedades son inmunes a las pasiones bélicas y, por todo eso, cabe imaginar hasta dónde se habrán incrementado los temores suscitados por la operación militar especial y el pánico a ser declarados próximos países a desnazificar por cuenta del putinismo andante, si queremos entender su reacción de guarecerse bajo el paraguas de la OTAN.
El cálculo de los kremlinólogos era que la operación militar especial de Putin fracturaría la Unión Europea, conforme al lema desastroso del ¡sálvese quien pueda! Pero, contrariando esos pronósticos, su reacción ha seguido el lema de Alejandro Dumas en Los tres mosqueteros, “uno para todos y todos para uno”. La Unión se ha alineado con las enseñanzas de Jenofonte en el Anábasis, ha preferido evitar la desbandada, se ha imbuido de la superioridad de la disciplina y ha tributado su admiración a quienes han sido capaces de arriesgar su vida en la batalla porque antes habían procedido a llenar la muerte de sentido. Cuestión distinta es la actitud de los considerados “carne de cañón”, contingente integrado por los más desfavorecidos, arrastrados sin mayor resistencia a la guerra patriótica porque “es fácil morir por una patria en la que no se puede vivir”, como señalaba Karl Kraus.
Atender a la función que desempeña la UE en el escenario global requiere examinar el margen de autonomía estratégica de que dispone. Christos Katsioulis, de la Fundación Friedrich Ebert, considera necesaria para ello una visión conjunta de los principales objetivos incluyendo una “idea de destino compartido”, instituciones que puedan fomentar una mentalidad común y capacidades para actuar y decidir de manera autónoma, lo que implica disponer de recursos económicos y militares adecuados. En este plano, hay tres aspectos escalonados que van referidos a la gestión de crisis internacionales, la independencia militar y al grado de autonomía respecto de la OTAN y los Estados Unidos. Teniendo en cuenta, según reconoció Josep Borrell, Alto Representante de la PESC, que los intereses de la autonomía estratégica no se limitan a la seguridad y la defensa, se aplican a una gama más amplia de cuestiones como el comercio, las finanzas, las inversiones o la energía. En todo caso, la UE está muy lejos de aproximarse a la primera definición de autonomía estratégica establecida en el Consejo Europeo de Colonia de 1999: “La Unión debe tener la capacidad de acción autónoma, respaldada por unas fuerzas armadas creíbles, los medios para decidir utilizarlas y la disposición para hacerlo, a fin de responder a las crisis internacionales sin perjuicio de las acciones de la OTAN”.
La cuestión que surge es cómo generar en la Unión Europea una visión compartida de los principales objetivos, cómo infundir una “idea de destino común” sin que exista la referencia de unos medios informativos que merezcan llamarse europeos, es decir, que tengan presencia relevante en todo el ámbito geográfico, político, social, económico, deportivo o religioso que integran los países miembros. Es paradójico que los medios más próximos al cumplimiento de las condiciones básicas de europeidad —entre las que figura la observancia de una cierta neutralidad multidireccional— sean algunos estadounidenses como The International Herald Tribune, ahora transmutado en The New York Times, o la cadena televisiva CNN. Entre los radicados en Europa pudo pensarse en la BBC o el Financial Times pero, llegado el momento, han acabado enseñando la patita de su bandera nacional y en cuanto al proyecto de Euronews, constituye la demostración del abandono de los afanes por impulsar una constelación mediática capaz de escrutar con toda exigencia a la UE y de interrogarla desde una perspectiva global europea, sin adherencias nacionales desnaturalizadoras.
Pudiera aducirse que el puzzle lingüístico de la UE añade dificultades a los medios informativos que pretendieran expandirse y ser accesibles en igualdad de condiciones en todo el entorno europeo. Pero el fenómeno de la adopción espontánea del inglés como lengua vehicular, mientras el Brexit le dejaba casi sin el asidero de un país valedor bajo el que continuar siendo lengua oficial, ha privado a cualquiera de sus usuarios de que se les pueda acusar de ventajismo, a excepción de los irlandeses que la tengan como lengua materna.
Al observar la orfandad mediática de la Unión Europea se advierte el desacoplamiento que supone y las consecuencias que se derivan. Sin medios informativos que cumplan la función básica que les atribuye Jürgen Habermas en su libro ¡Ay, Europa!, de articular el debate en el espacio público democrático, que sólo pueden desempeñar aquellos que tienen índices de difusión o de audiencia relevante en todo el ámbito geográfico correspondiente a la comunidad política de que se trate, sin preguntas formuladas desde una weltanschauung, desde una cosmovisión europea, nos quedamos ayunos de saber, porque, como nos ha enseñado Heisenberg, “no conocemos la realidad, sino tan sólo la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla”. Si nadie interroga, por ejemplo, sobre cómo y en qué los resultados de un Consejo han afectado al conjunto de esa comunidad de destino que llamamos UE, si todas las cuestiones están coloreadas por el filtro nacional de los periodistas que se dirigen al representante de su propio país, la perspectiva de conjunto se perderá en favor de las pulsiones desintegradoras. Sólo a los dirigentes y a las instituciones de la UE se les ocurre emprender acciones políticas de envergadura sin garantizarse el acompañamiento mediático imprescindible.
Sin libertades no existe prensa ni medios informativos que merezcan ese nombre porque están incapacitados de cumplir su función. Pero debemos interrogarnos, a la inversa, sobre qué quedaría de las libertades y de la democracia si desapareciera eso que veníamos llamando prensa o si se prefiere periodismo profesional, comprometido en la indagación de los asuntos públicos y en el cuestionamiento crítico de todos los poderes. Además, como sostiene Stefan Zweig, el odio entre dos naciones, entre raza y clase o entre grupos humanos aislados, nace rara vez de sí mismos, casi siempre es producto de una infección, y el recurso más peligroso para desatarlo es la falta pública a la verdad que divulgan los medios informativos.
Pero conviene remontarse aguas arriba de las hazañas bélicas de Putin, hasta los tiempos de la pandemia del covid 19, porque planteaba un gravísimo problema a los dirigentes europeos que, carentes de atribuciones en esa área, fueron sin embargo unánimes en desistir de cualquier intento de escaqueo y en rehusar cualquier argumentación que invocara incompetencia en materia de salud pública para mantenerse inactivos. Por el contrario, yendo más allá de la letra de los tratados, reaccionaron con la puesta en común de sus recursos, con el establecimiento de normas profilácticas de aplicación universal y con el impulso a la investigación de las vacunas que acabaron por funcionar en tiempo récord.
Entre tanto, nadie ha dado tregua. La UE ha tenido que negociar el Brexit para dar la salida al Reino Unido, y lo ha hecho de la mano de Michel Barnier, capaz de operar el prodigio de mantener unidos a los 27 frente a las hábiles asechanzas divisorias sembradas con su reconocida habilidad por los británicos. Quedan asuntos pendientes en la cuestión de Irlanda, pero, al final, la percepción generalizada es de liberación porque Londres funcionaba dentro de la Unión bloqueando todas las propuestas y alentando todos los opting out imaginables. Ahora, en ámbitos como el de la Europa Social o en el de la Europa de la Defensa, la UE podrá avanzar. Y, al otro lado del Canal, la observación de las consecuencias indeseables y la verificación del tamaño de las mentiras que han aflorado, están produciendo un efecto escarmiento, que opera como vacuna frente al aventurerismo populista empeñado en ofrecer la salida como camino de salvación, cuando no pasa de ser un sinsentido.
Cuestión distinta es que la Europa geográfica, la que va del Atlántico a los Urales, siempre estuvo dividida en dos mitades que evolucionaban por separado. Recuerda Milan Kundera que la vinculada a la antigua Roma y a la Iglesia católica tiene como seña particular el alfabeto latino y que la anclada en Bizancio y en la Iglesia ortodoxa tiene el alfabeto cirílico. Cuando, después de 1945, la frontera entre esas dos Europas se desplaza unos pocos cientos de kilómetros hacia el Oeste, algunas naciones que se habían considerado occidentales despertaron al día siguiente de Yalta para constatar que se encontraban en el Este. Así hasta que cayó el Muro de Berlín en noviembre de 1989, se procedió a la reunificación de Alemania y de Europa, se desmoronó la URSS y saltó por los aires el Pacto de Varsovia.
Los países centroeuropeos se integraron en la UE pero, enseguida, como explican Ivan Krastev y Stephen Holmes en La luz que se apaga, en la región se empezó a generar una ola de antiliberalismo reflejo del resentimiento popular ante el desprecio a la dignidad nacional y personal que percibían en un proyecto de “reforma por imitación” en el que se sentían embarcados.
Nada que ver con España y Portugal, incorporados el 1 de enero de 1986 después de largas y difíciles negociaciones sin que el terrorismo y otras dificultades fueran tenidas en cuenta, ni merecieran generar condescendencia alguna, por parte de Bruselas. En cambio, los países de Europa Central que reclamaban de modo ardiente el ingreso y que una vez consumada la adhesión se han beneficiado de fondos y ventajas han optado por orientar sus lealtades hacia la Alianza Atlántica y sus recelos y reservas hacia la Unión Europea.
Examinemos también cómo en momentos de tribulación el modelo social europeo del que nos sentíamos tan orgullosos y que tanta admiración y envidia suscitaba extramuros —con escuela, sanidad y pensiones públicas— ha llegado a ser repudiado por los liberalnihilistas como si fuera un lastre, una desventaja competitiva, frente a los modelos asiáticos o norteamericano. Aceptemos que Pandemia y Guerra han ganado respaldo para lo público. En todo caso, conviene atender a la procedencia y al significado de las notas diferenciales del modelo europeo siguiendo al profesor David Anisi en su libro Creadores de escasez, del bienestar al miedo, donde explica cómo en el Estado de Bienestar Europeo, por oposición al modelo liberal americano, los derechos a la participación del producto social no se derivan exclusivamente de la propiedad. En el Estado de Bienestar la propiedad deja de ser la única forma de mantener un derecho al producto, mientras que en el Estado Liberal los derechos a los bienes sociales, excepto los puramente asistenciales, se derivan exclusivamente de la propiedad.
De modo que ha sido en el Estado de Bienestar donde, “por primera vez en la historia, se incluyó el derecho de los trabajadores jubilados a seguir percibiendo una renta, independientemente de la caridad de algunos, de la buena voluntad de las empresas, de lo que hubiesen ahorrado, o de lo que la solidaridad entre trabajadores pudiera ofrecerles”. Su jubilación, concluye el profesor Anisi, era el reconocimiento también de que la contribución del trabajo a la sociedad superaba la remuneración salarial: que algo había que no se les pagaba como salario que podrían, al menos parcialmente, recuperar después. En cuanto al modelo norteamericano ha evolucionado dando una vuelta de tuerca más al calvinismo de manera que, además de computar la prosperidad en esta vida como signo de predestinación para la otra, pasaba a considerar que la pobreza era signo de culpabilidad y, por tanto, de condenación.
Teníamos aprendido que el rico es rico porque es meritorio, pero llevando al extremo la parábola de los talentos y olvidando la del rico Epulón y el pobre Lázaro, una deducción simétrica llevaría a que el pobre es pobre porque es culpable. De manera que conforme al American way of life la riqueza es virtuosa y meritoria y la pobreza viciosa y culpable. Estos patrones morales están de tal modo interiorizados por las víctimas que si se les preguntara allí a los infelices desheredados su opinión sobre un incremento de impuestos a los más acaudalados se pronunciarían en contra pensando que quizás, algún día, pudiera sonreírles la fortuna y entonces pasarían a ser ellos quienes habrían de soportar el gravamen.
Volvamos a la Unión Europea para advertir que, si desistiera de su pasión inteligente por la propagación de las libertades, perdería todo margen de actuación e incluso de supervivencia. Por eso, frente a los países que hacen dumping social la respuesta de la UE debería ser la de contagiarles el gusto por las libertades, la escuela, la sanidad y las pensiones del sistema público. Porque, o bien europeizamos a los chinos o sólo nos quedará en el futuro la opción de achinarnos. Es decir, que, si fracasáramos en el intento de europeizar China, sólo nos quedaría la alternativa de achinar Europa. Y ya nos previno Julio Cerón del riesgo de terminar arrumbados por el viento de la historia —en nuestro caso, de sus variables demográficas y económicas— a la playa de la insignificancia. Porque Europa o difunde libertades o importará esclavitudes; o difunde prosperidad o acogerá la precariedad ajena. El valor diferencial de Europa ha sido una cuidadosa consideración del ser humano, inexistente en otros sistemas, y su abandono sería letal.
El coste de la No Europa, cifrado por Paolo Cecchini en su informe de 1988, se ha multiplicado de manera exponencial desde entonces. La UE es más que la suma de los Estados miembros, es una suma que desborda la mera operación aritmética en la que tampoco se cumple la propiedad conmutativa porque el orden en que figuran los sumandos altera la suma. De ahí que al menos en Europa se haya superado la idea de que la debilidad del vecino redunde en fortaleza propia, como aseguraba la derogada Ley de los vasos comunicantes. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 han venido a probarlo. Porque, después de décadas bajo la amenaza de los poderosos, hemos descubierto que ahora las mayores amenazas proceden de los débiles, como anticipó en junio de 2001 durante el Seminario Internacional de Defensa de Toledo, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos, Salomé Zurabishvili, que era subdirectora de Asuntos Estratégicos, Seguridad y Desarme del Quai d’Orsay. De ahí que la UE esté directamente interesada en la estabilidad y prosperidad de cada uno de sus Estados miembro.
Convencidos del interés que ahora tendría una nueva evaluación del coste de la no Europa, algunos quisieron lanzar una incitación a la vigilia, un estímulo contra la somnolencia, un llamamiento a desertar del entreguismo, un desafío al pensamiento único, una renuncia a la resignación, una convocatoria al civismo activo, vigilante, que reaccione frente a la oxidación de las libertades, que nunca se alcanzan de una vez para siempre, que sometidas a los agentes de la erosión son degradables por su propia naturaleza y que han resultado de una lucha valiente y lúcida hasta alcanzarlas. Los así comprometidos pretendían la ruptura de los pronósticos aciagos sobre la capacidad, en particular de los españoles, de articular la convivencia; de abandonar la visceralidad; de avivar la inteligencia sintiente; de encontrar las energías que disiparan la recomendación de que por nuestra seguridad permaneciéramos asustados.
Se diría que los poderes políticos, y otros que es mejor no mencionar, coinciden en sus afanes de sembrar miedo, para así cosechar docilidades útiles a sus propósitos. Reflexionemos sobre la fragilidad de la democracia, la reversibilidad de las libertades sometidas a la incuria del tiempo cronológico y el regreso al cainismo que, invocado por necesidades electorales, amenaza ennegrecer el proyecto europeo y hacer que decline la primavera en otoño. Veremos.
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VV.AA. Título: Europa, ¿otoño o primavera?
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