El onubense Pablo Gutiérrez forma parte de la promoción de nuevos y, por lo común, jóvenes narradores que desde comienzos de la presente centuria asumieron el rescate de la narrativa social y denunciaron en sus libros la injusticia económica y laboral. Su nombre se inscribe en una nómina en la que figuran, por mencionar algunos ya reconocidos, Isaac Rosa, Daniel Ruiz, Elena Medel, Cristina Morales, Marta Sanz, Elvira Navarro, Javier Maestre o Sara Mesa.
El título, La tercera clase, hace pensar, tratándose de un autor a quien gustan las metáforas, que va a aportar un grupo nuevo a los dos genéricos de ricos y pobres. No es el caso. Una confusión verbal genera este sintagma con el que se denomina al curso tercero de un instituto de una localidad costera llamada La Broa. Ignoro si existe algún lugar con ese nombre que, según la RAE, significa “Abra o ensenada llena de barras y rompientes”. En todo caso, no es un sitio imaginario y resulta fácil identificarlo con una localidad del entorno del parque de Doñana, donde Pablo Gutiérrez ejerce como profesor de bachillerato en el instituto de Sanlúcar de Barrameda. No se trata de un dato irrelevante porque supone una base de experiencia directa sobre la que se levanta la ficción y le aporta una infrecuente dosis de veracidad. Porque la novela convierte en relato los dos componentes fundamentales de una realidad concreta que el autor conoce bien, los alumnos y los profesores. Aunque Gutiérrez añada dosis de invención en los personajes y en las situaciones, todo lo que se cuenta tiene la verdad y la consistencia de lo real y vivido.
La tercera clase es la novela de un grupo de estudiantes de dicho curso. Una decena de chavales muestran sus inquietudes, revelan su estatus social, descubren su entorno económico degradado y reflejan una total desorientación, lastrados por un medio en el que la droga constituye una traicionera solución vital. Tal historia de formación y aprendizaje solo permite atisbar un futuro imposible. Esta visión genérica de la adolescencia se pormenoriza con datos menudos —psicológicos, socio-económicos, familiares, sentimentales— de los chicos.
Compiten con los chavales en ocupar el centro del relato unos cuantos profesores. Se presentan con detalles particulares que los individualizan de forma satisfactoria y se hacen finas observaciones acerca del voluntarismo, el desaliento y la derrota de una frustrante profesión vocacional. Entre ellos, se dan posturas opuestas. Uno, narrador destacado, encarna la ilusión reformista; otro, declara su odio a aquellos “cafres” que le amargan la vida. No es el de los docentes un asunto común en la novela actual y figura en la intención de Pablo Gutiérrez rendir un merecido homenaje a sus baqueteados colegas.
En ambos grupos —profesores y estudiantes— se aprecian notas tópicas, difícilmente evitables si se persigue, como es el caso, un valor realista y representativo, pero en los dos ámbitos se ofrecen personajes dotados de atractiva personalidad y que asumen conseguidos conflictos individuales. Lo personal y lo coral, lo particular y lo genérico mantienen un equilibrado peso.
El argumento de La tercera clase no apunta en sí mismo una notable novedad, y esta se halla en la manera de presentar dicha materia. El gusto del autor por hacer artefactos narrativos no convencionales, ya patente en sus libros anteriores, explica que eluda la crónica directa y el reportaje. Ahora toma la opción de fragmentar el contenido en muchas cortas y aun muy breves secuencias en primera persona. Todos, profesores y alumnos, se manifiestan por medio de un discurso autoconfesional. El procedimiento está amenazado por el peligro de resultar un recurso repetitivo y mecánico, pero el obstáculo se salva porque Pablo Gutiérrez tiene la alerta verbal de marcar la lengua de los monólogos mentales con rasgos distintivos del grupo al que pertenece cada hablante. Por otra parte, los monólogos funcionan como piezas de un puzle que van proporcionando datos independientes a la espera de integrarse en una estampa general. A falta la vida cotidiana de alicientes anecdóticos o de peripecias singulares, no esperables en el pequeño mundo estancado de la broa, la novela sí desarrolla una trama de suspense. De hecho, desvelar al final una tragedia aludida supone el hilo que engarza una acción monótona.
En las afueras de La Broa se elevan cuatro ominosos bloques de viviendas de seis plantas. Esos cuatro lados de un trapecio son un degradado emporio de la miseria, la delincuencia, la droga y la marginalidad. Según la implacable explicación de un profesor, en cada una de las seis puertas de cada planta se congregan varias cabezas de ganado “sumando una rara cabaña de ochocientas almas estabuladas en pisos de cincuenta metros sin terraza, todos enfermitos de lengua azul”. Allí ocurre el terrible suceso que constituye el motivo de los monólogos y justifica la razón misma de la novela. Recuerdan esos bloques las esquinas de la magnífica serie televisiva The Wire. Exagero en la comparación, pero el enclave costero de Cádiz y Baltimore comparten no poco. En ambos lugares se testimonia un vivir en extremo envilecido por culpa de una sociedad injusta.
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Autor: Pablo Gutiérrez. Título: La tercera clase. Editorial: La Navaja Suiza. Venta: Todostuslibros.
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