Como llevo muchos años en el mundo de los libros, he visto sobre todo gente que no lee. Un libro puede circular perfectamente a lomos de la no lectura, y acabar por siempre no leído en la Biblioteca Nacional. Su editor no lo leyó, porque contrata las novelas de oídas, por amistad, por amoríos, por tentar a la suerte; el entrevistador ocasional que lo saca en el periódico no tiene tiempo (ni ganas) de leerlo, porque para entrevistarlo basta la sinopsis y el dossier de prensa; el crítico hace lo mismo, pues para poner bien un libro no hay nada más apropiado que no leerlo; finalmente los lectores lo compran porque lo publica un editor del que se fían (que no ha leído el libro), porque su autor es entrevistado en las páginas de cultura de un periódico del que se fían (nadie en la redacción leyó el libro) o porque el crítico del que se fían (no lo leyó) lo recomienda. El lector lo deja en las primeras páginas porque finalmente se fía de sí mismo.
Resulta que Pérez Vega, después de años con un blog de reseñas y varias publicaciones en distintos géneros literarios, abrió un canal en Youtube donde habla de libros. Hace un mes celebró con una nueva grabación los tres años del disparate: hablar a solas de sus lecturas mirando a la cámara de su ordenador. El disparate cuenta con casi 18.000 suscriptores.
Tener 18.000 suscriptores en Youtube deshojando tus impresiones sobre una novela, y hacerlo en plano fijo y sin cortes ni efectos de edición de ningún tipo, y siendo, como reconoce el propio David, una persona tímida y nada pizpireta o estrafalaria tiene —acabemos la larga frase dando el valor exacto a cierta esdrújula— mérito.
Bienvenido, Bob, que así se llama el canal literario, compite con miles de canales sobre temas más apasionantes que el de pasar una tras otra las 300 páginas de un libro. Compite con jóvenes muy guapos o muy guapas y con esas luces LED de colorines obligadas a sus espaldas mientras gritan, jadean, jalean o ponen morritos a la cámara. Compite con gente que sabe hacer vídeos, maneja editores o invita a personajes relevantes a llenarles varias horas de programación doméstica. El hecho de que Bienvenido, Bob vaya camino de los 20.000 suscriptores, y de que algunos de sus vídeos cuenten con más de 40.000 visualizaciones, me enternece. Es como si la gente, sin saberlo, supiera que ese tipo de ahí se lee los libros enteros. Sólo ese tipo de ahí.
Una prueba graciosa sería coger a un crítico a voleo por una reseña suya cualquiera y pedirle que hablara, de pronto y sin aviso, de ese libro que acaba de reseñar la semana pasada en el periódico. ¿Creen que ese crítico podría estar, como David, doce o quince minutos seguidos hablando del libro?
Hace poco me invitaron a participar en un jurado para elegir los mejores libros de 2022. Éramos doce o trece jurados. Leyendo sus nombres, pensé en primer lugar en la cantidad de libros que toda esa gente no habría leído, y en lo gracioso que era que fueran llamados a proclamar los mejores libros del curso. Después, descubrí que los libros que optaban al premio serían los que las editoriales decidieran. Se nos envió una lista que incluía varios géneros. Yo dominaba, si quieren, las novedades de narrativa, pero no tenía ni idea de ensayo internacional, por ejemplo. No había tiempo para leerse todos los libros nominados (harían falta más o menos dos años para leérselos todos), de modo que supuse que lo que se esperaba de mí era una gran flexibilidad moral. Gracias a ella, podría votar como mejor libro del año en ensayo internacional uno que no había leído, pero cuyo autor me caía bien, o cuyo sello editorial me caía bien, o cuya portada me gustaba, o cuya fama precedente me convenciera. Esto, sumado a otros motivos que no vienen al caso (y que por supuesto me encantaría contar) me hicieron darme de baja del jurado. Nadie más se dio de baja. Todos los demás jurados, hombres y mujeres ocupadísimos y que habrían leído apenas la mitad que yo en 2022 (todos juntos), continuaron; y votaron y refrendaron lo mejor del año de entre un montón de libros que no habían leído. Así funciona.
A David Pérez Vega nunca le invitan a votar lo mejor del año, siendo una de las personas que, con toda seguridad, más novelas españolas ha leído de entre las publicadas en el siglo XXI. También es probable que sepa más de literatura latinoamericana que casi cualquier otro lector español (quizá sólo le supera Jorge Carrión). Pero Pérez Vega no cuenta porque no es nadie en el mundillo, precisamente porque es un lector de verdad. ¿Qué tiene de interesante la opinión literaria de alguien que lee los libros enteros?
Recuerdo unas charlas que tuvieron lugar hace años alrededor de blogs y literatura, y donde yo estaba invitado y David también. En su charla participaba un editor, y alguien más que no recuerdo. El editor estaba incómodo, se le notaba incómodo, como fuera de sitio. Cada vez que Pérez Vega opinaba, el editor procuraba aplastarlo. No debatía con él, no surfeaba sus argumentos hasta la feliz ocasión de desmontarlos: directamente expresaba su desprecio por David Pérez Vega, que no era nadie, pues él era un gran editor, con plaza preferente en Babelia, y no era de recibo tenerlo ahí con un tipo que escribía en su blog sobre lo que leía.
Por supuesto, cuando se entrega o falla el premio Nacional, lo fallan personas que no han leído nada, en primera instancia, y desde luego nada en comparación con lo que ha leído David Pérez Vega o, como es obvio, yo mismo. Sin embargo, esas personas no sienten la menor vergüenza en elegir un libro como el mejor del año por todos los motivos imaginables salvo el que se derivaría, puro y afilado, de su simple lectura. De hecho, todas esas personas, esos jurados, esos editores divinos, esos periodistas culturales sin cultura alguna conocida miran con indisimulado desdén la labor y la figura de David Pérez Vega. Si no es invitado a un cóctel, ¿cómo va importar su opinión sobre Bolaño?
Según yo lo veo, tendría que ser gente como David Pérez Vega quien votase siempre lo mejor del año, el Premio Nacional, el premio regional y cualquier otro ranking o reconocimiento que exista en España para los libros. Pero todo está tan desviado de la virtud que quien no lee decide qué debe leerse, y, en consecuencia, quien no sabe escribir consigue que nadie se entere nunca.
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