Tal vez el proyecto literario de Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948), reciente premio Formentor 2023, se pueda resumir en una expresión que encontramos al inicio de esta novela: «A la melancolía lo único que le gusta es el paisaje en el que se calma, porque puede derramarse en él. Así se hace tan grande como la vista alcanza». Su intencionado lirismo y su deseo de recuperar el pasado durante unos instantes y traerlo a colación con intenciones de mostrar que podemos volver a la pureza si sabemos utilizar la imaginación, quedan patentes a lo largo de cada una de las frases que van componiendo la obra. Estas frases van formando un follaje que nos oculta el árbol, y a su vez los árboles, como en la famosa sentencia, no nos dejarán ver el bosque. La solución pasaría, lo sabe todo buen jardinero, por una poda. La intención de llevar las frases a un ideal de sentencia sanadora o salvífica no cesan, y Quignard va cayendo sin rubor en sentencias que nos aclaran que el enamoramiento es una duda, valga la paradoja, o que «Haga uno lo que haga, espere lo que espere de la deriva de su propia vida, no sabe cuál es su norte. Ni siquiera lo descubre al final, cuando su luz se apaga», para reincidir, a continuación, en que «Cada alma es una desconocida para sí misma».
No se pude ser sublime sin interrupción, y este recorrido por las ideas de belleza que Quignard expone, muchas veces recurriendo al adjetivo bello, nos presenta una sucesión de momentos congelados en la que desfilan personajes del siglo XVII, la mayoría de ellos vinculados a las artes, al mundo de lo delicado y amable, que refleja cómo le gustaría a Quignard que fuera nuestra relación con el paisaje y entre las personas. Vuelve, una y otra vez, a ese camino de quien pretende llegar a entender y cree que entiende o va entendiendo, intentando reducir lo asequible a cuatro colores: amor, mar, música, muerte —la enumeración es suya—, en un ambiente donde a los personajes nadie los ha acariciado antes, y así les cuesta explicarse a sí mismos la dulzura y la pena de no haber conocido el cariño, la ternura. En este afán, los párrafos más conseguidos son aquellos en los que Quignard cambia de estrato y baja al barro, a unos lugares donde se sucede la crueldad, donde conviven las clases bajas con los animales y las enfermedades. Es entonces cuando las formas de pretensión lírica y hermosa se redimensionan y nos sorprenden, porque el lenguaje se desajusta de la historia que nos está contando, que es una historia de enamoramientos: entre humanos y con la música, con el propio amor y con el mar.
Vamos perdiendo, a medida que leemos, constantemente el eje de la novela, debido a que a Quignard no le interesa vertebrar, porque la vida, tampoco en los tiempos que refleja él, no está estructurada. Eso es algo que queda en manos de los guionistas de cine y de los novelistas, de quienes, en cierta medida, parece estar renegando. Tal vez su virtud sea su punto débil. Sólo hay una manera de cerciorarse, que es leyendo la obra.
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Autor: Pascal Quignard. Traductor: Ignacio Vidal-Folch. Título: El amor el mar. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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