Era Miguel Ángel Buonarroti un genio de tal calibre que con su solo talento era capaz de conseguir que, al contemplar sus obras desde distintos ángulos, las perspectivas convirtiesen una sola figura en figuras diferentes. Esto precisamente hubo de ocurrir con el ínclito David, quizá su escultura más famosa, en la anécdota que abre hoy las Romanzas. Cuando la Ópera del Duomo le encargó este gigante de mármol, no pensaban que el resultado pudiera llegar a ser tan extraordinario. De hecho, al verlo el confaloniero de justicia, Piero Soderini, decidió que quedaría mucho mejor en la Piazza della Signoria, a la vista de todo el mundo. Sin embargo, antes de la inauguración, el propio confaloniero veía un problema, que no dudó en transmitir al propio escultor: la nariz del David era demasiado grande. Convencido de que se trataba de una cuestión de ángulos, Miguel Ángel escondió polvo de mármol entre sus dedos, escaló los más de cinco metros que separan el suelo de la cabeza de David, y fingiendo que esculpía hizo caer el polvo de sus manos. Al bajar, cambió al confaloniero de posición, y este quedó encantado con el «nuevo David», que no era más que otra visión del mismo.
Triste tiempo este en que la genialidad del David se ve oculta bajo el dramatismo de una sociedad constantemente indignada, que camina como un funambulista sobre una falsa moral que, ciertamente, provoca náuseas. Una profesora de un colegio de Florida ha mostrado en clase unas cuantas obras de arte que han encolerizado a varios padres. Estos no han dudado a la hora de denunciar a la profesora, caiga quien caiga con tal de preservar la moralina. Según los dignísimos progenitores, enseñar en clase obras como La Creación de Adán y El Nacimiento de Venus de Sandro Botticelli, o por supuesto el David de nuestro Miguel Ángel, fomenta la pornografía. Y lo peor de todo es que el colegio, cediendo a las presiones de esta gentuza, ha decidido expulsar a la profesora. En el nuevo plan de estudios, asegura el colegio, avisarán con dos semanas de antelación del material potencialmente controvertido para que los padres decidan si deben acudir los alumnos a clase o no. Porca miseria.
El hecho de cancelar obras que han acariciado con los dedos la excelsitud artística por el mero hecho de que en ellas aparezcan naturalizados órganos sexuales implica más que un vulgar puritanismo. Es la confirmación de que estamos educando a una generación de chavales a los que nos hemos empeñado en proteger de la manera más chusca. Les ocultamos la muerte, les ocultamos la violencia, les ocultamos la anatomía, les ocultamos las drogas, el racismo, la homofobia, la blasfemia, el crimen, la maldad. Creemos que así, con un cartelito en la esquina de la película de turno avisando +18, con el acceso restringido a YouTube, o con el despido de una pobre profesora, estamos protegiendo a los críos. Pero no. La perversidad está ahí afuera, y no va a servir de mucho ignorarla. Algún día sus hijos se toparán de frente con la violencia, con las drogas, con la muerte, y mucho me temo que no estarán preparados para afrontarlas como se debe. Lo que también campa a sus anchas ahí afuera, por ir cerrando, es estulticia y necedad por doquier. Que se lo digan a las pelotas del David de Miguel Ángel.
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