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Luis Escavy: la fuerza de la mesura - Zenda
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Luis Escavy: la fuerza de la mesura

Mi eternidad la origina el mar de otoño en el que releo algunas páginas amparado por el tiempo, las tardes de luz en las que el rayo de sol que se cuela por nuestra ventana se convierte en columna. Las músicas que tatareo insistentemente —una y otra vez la misma frase, un melodía que tiende...

Ser un héroe empieza en ti. La leyenda de mi nombre solo existe si vinculo las seis letras que lo forman con el tuyo.

Mi eternidad la origina el mar de otoño en el que releo algunas páginas amparado por el tiempo, las tardes de luz en las que el rayo de sol que se cuela por nuestra ventana se convierte en columna.

Las músicas que tatareo insistentemente —una y otra vez la misma frase, un melodía que tiende a la locura— elevan mi memoria y asemejan mi rostro al de los hijos de los dioses. Soy en todo ello: en pocas cosas más se perfila mi silueta como en estas.

Lo pienso ante unos libros.

"Sobre él, sobre la influencia caliente de sus imágenes en mí, escribo ahora. Como si hablara de un amigo cercano al que no he visto en algunos años"

En ocasiones la poesía, cuando es, permite eso: leerse a uno mismo en la experiencia del otro. Me gusta hacerlo de ese modo: encontrarme en un verso con el que un desconocido me ha descrito mejor; donde aquella otra ha sido capaz, bendita osadía, de llegar más profundo en mí que yo mismo. La estetización de mi vida a través de la propuesta artística del otro. Extrañamente triste. Y real.

En este caso, las palabras son de un joven que visto en ocasiones. Siluetearlo es errar desde el inicio: apenas lo conozco. En mi mente he diseñado un Luis Escavy que probablemente no se parezca en nada al que nació en Murcia en 1994. El «mío» se reúne con viejos amigos comunes que lo admiran, es un discreto chico que desea a menudo el silencio, que genera su mundo en torno a algunas dudas, que lee como si no hubiera nada más allá de los márgenes. Y que vive, a la vez, con la literatura olvidada en una esquina, como si fuera una camiseta arrugada que apetece ponerse solo a veces.

Ese equilibrio complejo entre literatura y realidad.

"Otra noche en el mundo, que ha alcanzado el feliz privilegio de contar con varias ediciones desde su presentación, es un trabajo lleno de poemas tejidos con una épica dulce"

Así lo imagino. De esta forma actúa en mi cabeza, recostado sobre una mesa para escribir un puñado de poemas que componen, hasta ahora, dos publicaciones: Otra noche en el mundo (Sonámbulos ediciones, 2022) y Victoria Menor (Rialp, 2023), que se hizo con el Premio Adonáis en su 76ª convocatoria. Y sobre él, sobre la influencia caliente de sus imágenes en mí, escribo ahora. Como si hablara de un amigo cercano al que no he visto en algunos años; la simulación del recuerdo en los 19 versos de un poema:

Que en mi niñez mi abuelo me llevara
para siempre de caza entre los montes;
mi posterior afán por andar solo
–una vez que murió– como intentando
volver a andar de nuevo sus caminos;
la nostalgia de mis cinco años, cuando supe
que hay cosas que terminan y que el mundo
no es ninguna caja de regalos;
el silencio
de la primera juventud junto a la higuera,
los veranos enteros en el campo,
mi vocación de estudiar Latín y Griego
y, en fin, esa afición por los escombros
caídos de la civilización,
no es ningún misterio
ni ha causado tampoco mi tristeza;
es solo mi refugio personal,
el filo peligroso de una puerta
que defiende mi vida y mi pasado.

Sobre estas ruinas levantaré un poema

Otra noche en el mundo, que ha alcanzado el feliz privilegio de contar con varias ediciones desde su presentación, es un trabajo lleno de poemas tejidos con una épica dulce. En este volumen, Escavy ensaya una literatura construida a partir de las ruinas más brillantes del pasado. El tono, la forma, el ritmo, el lenguaje al que recurre… todo viene desde espacios anteriores —a veces más recientes; en otras ocasiones remotos— en los que el poeta se sitúa para entenderse.

Bajo la sombra de Homero, pero también de la de Julio Martínez Mesanza, de muchos más, se funda la poesía de este joven murciano que, de una forma moderada, actualizada, casi dialógica, utiliza las armas de sus maestros y emprende un combate por ser gloria en los estrictos límites del cuerpo y en el contexto en el que le ha tocado vivir.

"Todo lo demás es decorado en esta leyenda de lo privado, donde se libra la batalla más compleja, la de entender el lenguaje como espada que se hunde en el suelo y traza con su filo palabras propias en la tierra"

Aunque con todo esto la siguiente afirmación parezca extraña, un oxímoron, Luis Escavy invoca en este libro la fuerza de la mesura. Existe a partir de su historia, dice mejor que yo en algún verso. Pero esta no tiene por qué estar llena de hazañas increíbles, actos de locura, gestos propios de un ser superior. Es lo normal lo que ensalza los valores de lo inmortal. Por eso, el poeta apela al «corazón cobarde de los hombres / que hemos olvidado combatir / y solo deseamos descansar, / porque ya no aspiramos a la gloria». Porque vivir ya es un misterio suficiente. Ese es el punto de interés de su trabajo. Pensar en sí, abandonar la fábula y abrazar lo ordinario con la armadura puesta.

Todo lo demás es decorado en esta leyenda de lo privado, donde se libra la batalla más compleja, la de entender el lenguaje como espada que se hunde en el suelo y traza con su filo palabras propias en la tierra. Para invocar caminos particulares, siguiendo las instrucciones de decenas de ‘quizás’. Y llegar, llegar a ese destino que es el verso redondo, que funciona por sí mismo:

No llegaremos tristes ni con esa
soledad que suponemos en los que ya han partido.
Tampoco dando las gracias
ni pidiendo perdón por el botín legítimo
que nos han cosechado los errores.
Llegaremos cansados
y sin más equipaje que las manos amigas
al calor familiar donde los dioses eternos
impacientes esperan historias del mundo.

Adonáis o el amor

Asegura Escavy que el Adonáis llegó casi por casualidad. El amor está en su génesis. Primero el de sus amigos que, como le asegura a Ana Tenías en una entrevista en Eldiario.es, fueron los que le animaron a enviar un poemario que no terminaba de sonar redondo. El romántico después, pues es el pilar casi único de una obra que se escribe desde el sigilo, la paz de los conventos, el mutismo que toma protagonismo cuando surge la herida de los afectos.

Las solapas de este cuaderno de 65 páginas explican que «el libro se genera tras el fin de una relación de pareja y la irrupción de otra nueva». El cambio, por tanto, está vigente en unos poemas que continúan con la vocación de claridad, ritmo y métrica de los primeros. Y la obsesión por dibujarse desde fuera hacia lo más secreto, por conocerse como tal vez nunca.

Se destruye con el dolor —«He vuelto a mis poemas como vuelve / un explorador a sus tesoros / y a la emoción en ellos reflejada. / Pero aquí ya no hay nada»—, asume su presente —«Lo mejor que ahora puedo darte / es un silencio tranquilo, un paseo muy largo / mientras vamos hablando de tu vida y la mía»— y reconoce cierta luz en esa oscuridad que experimenta, tan solo desprendida del apego más íntimo: «Donde tu cuerpo espera, espera el mío».

Victoria menor abre las celdas de las casas de Dios en las que Luis se ha refugiado, permite escuchar la paz de la derrota de quien sostiene el bolígrafo ante el papel en blanco, que quiere explicarse en imágenes que desvelan una DESNUDA FORTALEZA:

SUS ventanas son ojos que me observan
desde una vida antigua que fue mía.
Las columnas no pueden sostenerla
y, aunque sus piedras quieren separarse
para ir hacia otro mundo,
mi identidad herida las detiene.
Por fuera, sin embargo, nadie diría
que es una casa antigua y que está sola:
podría ser la casa de cualquiera,
pero solo es el alma donde vivo.

Dios no está en ti. ¿Dónde está Dios?

A menudo me observo desde fuera y por encima del hombro. Miro a aquel joven que leía en su diurnal los salmos y oraciones que ordenaba la liturgia. Lo veo concentrado, sufriendo por escuchar solo el eco de su voz en la iglesia vacía. Lo miro mintiendo —conozco todos sus gestos, pues hoy son los míos— al decir que sí, que escucha a Dios tan solo a veces, como un murmullo que le invita a seguir aprendiendo de memoria algunos versos de la Biblia. Sus ojos tiemblan.

"El monasterio como locus amoenus, la conversación con la divinidad, ese hablar a solas, como refugio. Exiliarse para encontrar sus propios restos náufragos del apego"

El Dios de Escavy es extraño, escurridizo, más incorpóreo todavía que el mío. Especialmente presente en su segundo libro —la personalidad poética, lo hemos dicho, escribe a veces desde un convento, en compañía de los monjes—, se adivina su presencia como un espacio al que quiere recurrir para… ¿salvarse?

Lo que al lector le podría resultar difícil, conectar con la bondad de esos hombres marcados por horarios de alabanza, el escritor murciano lo allana. El monasterio como locus amoenus, la conversación con la divinidad, ese hablar a solas, como refugio. Exiliarse para encontrar sus propios restos náufragos del apego.

Como un monje de clausura da la espalda al mundo para comprenderlo y adorarlo más intensamente, Escavy se niega lo cotidiano y, en el hueco, se descubre:

ENTRAMOS sin decir una palabra.
Liturgia de las horas matinales
que precede a este día y al momento
donde el mundo comienza.

Mientras rezan los frailes
alguna letanía, yo vuelvo
a imaginar mi historia con la tuya,
el pequeño desastre
que nos trajo a este punto de la historia
a través de señales y canciones.

Aunque mi amigo fray Vicente
me ha enseñado a rezar y me ha indicado
las páginas concretas,
se me escapan los himnos y los salmos.

Estoy pensando en ti y estoy rezando,
pero voy a otro ritmo diferente
en el que dos amores se conjugan:
amor a la Palabra y la palabra
que recuerda mis labios y los tuyos.

Un imaginario clásico que suena, en la obra de Escavy, renovado. Un hombre minúsculo centrado en la grandeza de aquello que no escribirá más historia que la suya. La verdad de una vida que se escribe para llegar a otros: los lectores. Y propiciar el renacimiento del valor de lo íntimo, el estudio de la tristeza genuina, enfocar la mirada hacia los brotes que advierten que, pese a todo, la vida.

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Daniel J. Rodríguez

Daniel J. Rodríguez (Murcia, 1992) es periodista graduado por la Universidad de Murcia con un trabajo final dedicado a definir el 'género' de entrevista narrativa. Actualmente trabaja como community manager para, entre otras, la Universidad de Murcia. Ha codirigido la revista de poesia La Galla Ciencia, donde también publicaba entrevistas de personalidad. Ha sido redactor del área de cultura del diario regional La Opinión de Murcia. @DanielJRguez

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