Cuando asociamos el adjetivo incorruptible a una persona nos referimos a una especie de aspiración universal, sinónimo de integridad. Y como sabemos que la naturaleza humana es imperfecta y que muchas batallas ya están perdidas de antemano, no nos queda otro remedio que dirigir nuestra atención hacia el único lugar en el que depositar una última esperanza: la mirada de un niño que lee.
Además del premio literario en sí, la asociación de les incorruptibles propone interesantes actividades, con el mismo objetivo de acercar a los jóvenes a la lectura. Son talleres, juegos, encuentros con autores o ilustradores, concursos… Entre todas ellas destaca el Folletín de los Incos, una curiosa iniciativa que permite a grupos de lectores cartearse con un autor destacado para descubrir cómo se escribe un libro. El autor envía, capítulo por capítulo, el contenido de una obra en proceso de creación, para que los jóvenes se expresen y den su opinión. La utilidad del juego es doble, pues permite al escritor acercarse a su público y al alumno aprender el proceso creativo mientras refuerza su capacidad de opinar.
Así que veo a mi hijo llevar a casa libros que cambian a menudo, mientras circulan por su clase. Los padres actuamos como meros árbitros, intentando no interferir en la ardua labor de estos implacables jueces. Explicando el significado de las palabras más difíciles, comprobando que la comprensión lectora no se queda atrás conforme se pasan las páginas, interpretando ciertas frases poco adaptadas a jóvenes lectores o leyendo en voz alta cuando el cansancio hace mella en los pequeños al final del día. Suelen ser cuentos cortos. Unas veces las cuidadas ilustraciones destacan frente a un texto insulso, pues el preponderante buenismo construye historias infumables, mostrando una moraleja sin ambigüedades y autoritaria, que aburre incluso a los niños más formales. Otras veces los textos están muy bien construidos y hasta los adultos aprendemos de su contenido, que nos permite recordar antiguas enseñanzas. La mayoría de las historias son bastante originales y demuestran que la literatura infantil y juvenil goza de la buena salud que necesita para forjar a adultos lectores y críticos.
Y es que escribir en este género no es tan fácil como parece. Retener la atención del joven lector en todo momento, utilizando un vocabulario propio de su edad, a la vez que se le enseña algo, no es nada sencillo. Hay que codificar bien el mensaje que se quiere transmitir para que la moraleja cale hondo, lo que dota a los cuentos de una estudiada profundidad sólo detectable por el adulto.
Cuando cada noche me siento a leer junto a mi hijo dejo atrás mi ojo crítico para que sea él quien decida su valoración. Para mí no es fácil ese ejercicio de abstracción y para él tampoco lo es decir por qué una historia le gusta más que otra. Muchas veces es evidente, como cuando quiere seguir leyendo, aunque se le cierren los ojos, o cuando cierra el libro abruptamente tras la segunda página. Al final, poco importa quiénes ganen el premio, pues lo que realmente cuenta es la creación de lectores críticos. Porque no todo está perdido cuando, en alguna parte, un niño abre un libro.
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