Daniel Rodríguez Rodero ha escrito un poemario, El ego, la otredad, que denuncia la palabrería y la falsa profundidad de la lírica joven. Porque, frente a las tendencias actuales, el autor defiende la literatura en el sentido más clásico del término: dominio del lenguaje, respeto a la tradición, manejo de recursos expresivos y, sobre todo, homenaje a la literatura del Siglo de Oro. Jon Juaristi, autor del prólogo, ha dicho de Rodríguez Rodero que está «llamado a convertirse en clásico».
En Zenda ofrecemos cinco poemas de El ego, la otredad (Renacimiento).
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20 de marzo de 2003: Ibarrola, kánpora
«Nuevo ataque al Bosque de Ibarrola»
Diario El País.
No hay lugar para ti.
En esta aldea
los muros han hablado. No permitas
que las pintadas con tu nombre en negro
culminen en la muerte que te acecha.
¿Cómo vivir obviando los avisos,
el hachazo misérrimo a los árboles
a que diste color? Vivos, alegres,
geométricas figuras que se elevan
como un discurso con el pulmón pleno
que nos radiase tu verdad más honda:
«A vosotros, los hijos de esta tierra
que tiznado la habéis con vuestro asco,
os lego mi color y el aire libre».
Si alguna vez de joven aspiraste
a fundirte en el trazo de una firma
cotizada en museos y subastas,
hoy algunos pretenden que tu nombre
(escrito, ante el desdén de los jeltzales,
en sucios muros y papel de estiércol)
glorifique su pólvora y su plomo,
salpique de dolor una familia,
sirva de aviso y guía a los infieles
que se resisten a postrarse dóciles
ante el hacha empuñada por el áspid.
No habrá piedad contigo, pero sigues
coloreando el lienzo de una tierra
hecha en exceso al rojo de la sangre,
al negro de los lutos.
***
Helada en sazón
Supongo, juventud, que he sido joven
aunque apenas recuerdo que estuvieses
confundida en mis pasos.
Sé que fui adolescente a mi manera,
sin demasiados gozos; te viví
como una carga que arrojar un día
en algún vertedero de extramuros
donde la urbe junta sus escombros,
sus trastos de garaje. Nunca supe
muy bien qué hacer contigo. Me estorbabas
como estorban las muelas que se pican.
Ahora ambos sabemos que la edad
tampoco me dio cancha: ni el ambiente,
ni mi psicología, viga frágil,
me permitió abrazarte como quise,
recrearme en la euforia de tu tacto,
decir: «Hoy soy feliz, feliz a secas;
la vida está saliéndome al encuentro».
Desorientado entre mis semejantes,
nunca encontré refugio en que evadirme
cuando estudio y labor me daban tregua.
Sobreviví, es verdad.
Me sobrepuse al tedio de tus horas,
alimenté delirios y ambiciones
como quien hace pompas de agua pura
sin jabón que las fije.
Hoy si miro hacia atrás, me veo aquí
—sentado en esta mesa donde escribo—
con el bozo cercándome los labios,
maduro antes de tiempo, triste siempre,
vana fruta precoz que se malogra.
***
Prehistoria sentimental
Antes de conocernos, ¿cómo eras?
¿Qué ambición te albergaba?
¿Qué provocó ese brillo
de nostalgia secreta
que tanto habla por ti cuando estás en silencio
y define tu rostro, tu rictus espinado?
(Vivir es escoger los ideales
que irán dándole cuerpo a la fatiga
del barro que seremos,
seleccionar apenas un motivo de lucha:
a qué deseo permitir frustrarnos).
Eso quiero saber.
Que me cuentes tu historia,
la profesión soñada, tu grito adolescente,
qué muerte o desengaño
sembró con sal el campo de tu yermo optimismo.
Háblame de tus días más felices.
Concédeme intentar que los revivas.
***
Rima
Para Laura DH.
Para dolerme así, como me dueles,
tan metida en mis vísceras, tan dentro
de mis pasos sin norte, tan exacta
sobre un difuminado de tropiezos,
será que sigo y sigo aquí, esperándote,
guardián de ruinas frescas, acre el gesto,
abúlico ante un mar —picado, sucio—
cuya violencia arrastra
pecios,
asco,
tedio…
***
No es morir lo que nos duele tanto…
(Traducción libre de un poema de Emily Dickinson)
No es morir lo que nos duele tanto
sino la vida, que nos hiere más;
pero la muerte es un misterio
oculto tras la puerta:
la costumbre del sur del pájaro,
que antes de que llegue el frío
emigra a una mejor latitud.
Nosotros somos los pájaros que se quedan.
(Ateridos gorriones que frente al cobertizo del granjero
mendigan desastrados sus esquivas migajas
hasta que piadosísima la nieve
convence a alas y plumas para emprender el viaje).
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Autor: Daniel Rodríguez Rodero. Título: El ego, la otredad. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
BIO
Daniel Rodríguez Rodero nació en 1995 en Valencia de Don Juan, León. Graduado en Derecho y Administración y Dirección de Empresas, colabora asiduamente en las revistas Anáfora, Clarín y en las secciones de opinión y cultura de Libertad Digital, donde ha publicado parte de sus aforismos bajo la rúbrica «Invectivas de un millenial desubicado». De él se ha dicho que «en todo lo que escribe, despliega un talento asombroso», «sorprende su virtuosismo en el manejo de la métrica tradicional», y se ha resaltado la calidad de página y la sugestión intelectual de su prosa.
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