Foto de portada: Asís Ayerbe
José Ángel Mañas es de los autores más prolíficos de la actualidad y lleva unos años volcado en la novela histórica, género en el que nos está dando una retahíla de títulos magníficos: Conquistadores de lo imposible (Arzalia, 2019), El hispano (Arzalia, 2020), Pelayo (Esfera de los Libros, 2021), Fernán González (Esfera de los Libros, 2022) y, justo ahora, Guerrero (Algaida, 2023). Con motivo de la publicación de este último título el autor nos concede una entrevista por Zoom. Mañas aparece en pantalla con un botellín de cerveza sin alcohol encima de la mesa de su despacho en su domicilio madrileño y contesta con su habitual tono apasionado a todas nuestras preguntas.
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—¿Cómo llegas a la figura de Guerrero?
—Mi interés por la figura de Gonzalo Guerrero nació mientras trabajaba en Conquistadores de lo imposible, mi novela de ochocientas páginas sobre la conquista de América. En aquel momento me apetecía hacer una selección de personajes relevantes de la primera mitad del siglo XVI que fueran no solo conquistadores. A las figuras de Cortés, Pizarro, Almagro y Aguirre —quizá las más conocidas de la época— quise añadir exploradores como Cabeza de Vaca, que se recorrió América del Norte de costa a costa, ocho mil kilómetros a pie; o intelectuales como Francisco de Vitoria o Bartolomé de las Casas, también cruciales para entender el debate que suscitó la Conquista —en el libro le di mucha importancia a la Controversia de Valladolid—. Igualmente resaltaba las figuras de la Malinche y Jerónimo de Aguilar, como intérpretes e interfaces con el mundo maya y nahuatl. Pero me faltaba una figura crucial: la de Guerrero, el primer español que quedó integrado en el mundo americano, el padre del mestizaje del Nuevo Mundo. Creo que su figura completaba el panorama de españoles singulares capaces de darnos a entender a través de sus periplos absolutamente fascinantes y reales lo que sucedió en ese momento tan extraordinario de la historia de la humanidad en el cual aparece, en medio del océano, una cuarta parte de la Tierra, hasta entonces desconocida. López de Gómara habla del descubrimiento de América como el hecho más importante de la historia de la humanidad desde el nacimiento de Cristo. Y estoy de acuerdo.
—¿Qué te resulta atractivo en este personaje? ¿Su capacidad para romper con sus raíces y vincularse a otro pueblo por amor, o por justicia?
—Lo que me fascina en Guerrero es el proceso por el cual tuvo que pasar alguien para, siendo esclavo y habiendo presenciado el sacrificio de buena parte de sus compañeros, y la muerte de los restantes por la lógica sobrecarga de trabajo, integrarse en una comunidad como la de los mayas yucatecos, porque ese fue el caso de Guerrero. Y no únicamente integrarse, sino llegar a casarse con una princesa, la hija de un cacique, y convertirse en nacom, grado máximo militar que se podía tener. Fue algo absolutamente extraordinario. Y la historia de amor con Za’asil es comparable con la que tuvieron John Smith y Pocahontas. Insisto en que es un periplo vital espectacular y no lo suficientemente conocido. Que se vaya a estrenar una película como Maya Lord en breve demuestra el potencial del personaje.
—Es tu segunda novela sobre la conquista de América. ¿De dónde nace esa fascinación por el periodo?
—Porque siempre me ha resultado inconcebible que una cuarta parte de la Tierra hubiera permanecido incomunicada del resto y apareciera de repente, junto con todas esas comunidades humanas que se habían ido desarrollando por su cuenta; y que un pequeño país como España —o la corona de Castilla, si no queremos ser anacrónicos— estuviera al frente de ese proceso de descubrimiento, conquista, colonización y administración de un territorio tan vasto y fundara un imperio que fuese a durar trescientos años… con todas las consecuencias buenas y malas. Algo así, para quienquiera que tenga sensibilidad histórica, resulta imposible de ignorar. No se puede entender España sin hablar de América, y no se puede entender América sin hablar de España.
—Guerrero, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Fray Bartolomé de las Casas… Fueron muchos los que relataron desde el inicio los abusos cometidos. En España se ha discutido mucho en los últimos años sobre el papel que tuvo en la conquista. Unos hablan de leyenda negra, otros recalcan que habría que pedir perdón por las atrocidades cometidas… ¿Cómo vives esa polémica y qué crees que opinaría Guerrero de poder hablarnos hoy?
—Justamente, Guerrero es una de esas figuras que resaltar dentro del debate. En el proceso de la Conquista hubo de todo: conquistadores y exploradores extraordinarios, intelectuales, intérpretes y mucha gente de a pie que se dedicó a cruzar el Charco en cáscaras de nueces para participar en una empresa que se llevó a cabo sin apenas medios y con el mínimo apoyo estatal: el rey despachaba papeles que te concedían la gobernación de un territorio, poco más; y uno debía hacer valer esos supuestos derechos, algo nada fácil. Dentro de esa galería de tipos humanos, la figura de Guerrero resalta la sensibilidad de los españoles hacia el mestizaje y la cultura local —podríamos hablar también de la labor de los misioneros jesuitas que tan bien recrea la película La misión—, y la complejidad humana del proceso. Con respecto a la Leyenda Negra, creo que existió pero es cosa del pasado, y creo que debemos resaltar los aspectos positivos de la colonización española (mestizaje, interés y preservación de culturas autóctonas, legislación, construcción de universidades y hospitales, etc.) pero olvidarnos de luchar contra fantasmas. Hay que hablar menos de Leyenda Negra y más de las facetas positivas de la Hispanidad. Escuchar la voz de Guerrero resultaría muy interesante, porque pese a que se integró en la cultura maya no creo que llegase a sentir nunca que había dejado de ser español. Al final las identidades se superponen y conviven. No creo que Guerrero tuviera odio a su parte española, ni siquiera cuando luchó contra los españoles; seguramente lo viviría como un conflicto esquizofrénico dentro de sí mismo.
—Hablas mucho de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en la novela. ¿Tan importante es en la historia de Gonzalo Guerrero?
—Pues lo curioso con Guerrero es que llegó a América con cuarenta años y que antes había sido arcabucero en la guerra de Granada y en Italia, donde sirvió a las órdenes del Gran Capitán. No hay documentación sobre la relación que pudieran haber tenido ambos hombres, pero a mí me resultaba muy interesante imaginarla, y es absolutamente plausible que Guerrero aprendiese mucho observando al Gran Capitán. Es uno de los ángulos novedosos de mi novela: que planteo el paralelismo entre las batallas del Gran Capitán en Italia y las de Guerrero al frente de los mayas yucatecos, a los que entrena y enseña las técnicas aprendidas en Italia. No hay que olvidar que el Gran Capitán fue el mayor innovador a nivel de estrategia bélica de su época; que a la cultura latina de la guerra le añadió la cultura de la guerra que tenían los españoles, aprendida de los bereberes durante la Reconquista; y que a eso se superpusieron las innovaciones que le permitían las armas de fuego y las picas, y que serían la base de lo que muy pronto serán los tercios españoles, la fuerza hegemónica del mundo, recordémoslo, durante siglo y medio. Guerrero enseña todo esto a su nueva comunidad, y ese trasvase de conocimientos es uno de los ejes principales de mi novela.
—¿Se afronta de manera distinta una novela como ésta, histórica, que otra que suceda en la contemporaneidad? ¿Limita o ayuda el tener que ser fiel a lo sucedido?
—Con una novela ambientada en la actualidad, si uno sitúa una escena en la Gran Vía madrileña, por ejemplo, uno da por hecho que los lectores tienen una idea mental del escenario y puede permitirse descripciones muy someras. Una ciudad maya en mitad de la jungla es otra cosa. El lector español desconoce casi todo, y te exige y disfruta de esa descripción, que en una novela sobre el mundo contemporáneo a lo mejor le sobra. En todo caso, es una de las dificultades de la novela histórica.
—En ese trabajo de recreación histórica, ¿ha sido difícil acercarse al pueblo maya? ¿Qué fuentes has manejado para reconstruir su cultura, sus tradiciones…?
—El trabajo ha sido muy complejo. Tiras un poco de donde puedes. De entrada, de los cronistas españoles de la época, como fray Diego de Landa y su Relación de las cosas de Yucatán o López de Cogolludo y su Historia de Yucatán. De historias clásicas de la conquista como la de López de Gomara o la de Bernal Díaz del Castillo, esta última casi una novela. De especialistas de la civilización maya como Sylvanus G. Morley; recopiladores de cronistas de las culturas precolombinas como Nicolau d’Olwer; textos mayas que han sobrevivido al paso del tiempo como el Popol Vuh, y luego de autores como José Alcina Franch, que ha estudiado los mitos y la literatura maya… El viaje a Yucatán de Stephens… Y otras novelas sobre Guerrero como la de Carlos Villa Roiz, por ejemplo… Mucho de ello, ahora que me doy cuenta, se ha publicado en el Fondo de Cultura Económica, una editorial a la que le tengo un cariño muy especial, más allá de los temas americanistas. En definitiva, que uno lee todo lo que puede para aterrizar lo mejor posible la novela en la realidad, pero por supuesto es algo complicadísimo. De hecho, me parece una de las novelas más complicadas que he escrito, por lo lejano que nos queda a los europeos el universo de los mayas. En todo caso, para mí ha sido un reto, y espero haber logrado escribir una novela amena y a la vez instructiva y enjundiosa.
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