La escritora chilena Andrea Jeftanovic ha escrito una novela, Geografía de la lengua, en la que un hombre y una mujer —él del Norte, ella del Sur— inventan un lenguaje propio para relacionarse, y en la que los atentados terroristas que han sacudido el arranque del siglo XXI —Nueva York, Madrid, Beslan, Londres— se convierten en un telón de fondo. Dos seres humanos, pues, en la vorágine de un nuevo mundo que también es una torre de Babel.
En este making of, Andrea Jeftanovic recuerda el origen de Geografía de la lengua (Comba) y destaca la importancia de trabajar junto a un buen editor.
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Pero, claro, esta novela nació antes. Si intento pensar en el punto de partida o impulso, siempre confuso en mi caso, creo que se asocia a dos elementos vitales: uno es que, dada la historia de mis orígenes y de la época que habito/habitamos, la guerra ha sido un mito fundacional y no puedo dejar de pensar en la violencia, los cuerpos y las emociones; segundo, que viví en una especie de Torre de Babel, en el sentido de que en mi familia los «idiomas maternos» eran muy disímiles: serbo croata, búlgaro, ladino y papiamiento, más los rezos en hebreo y ruso. Siempre imaginaba que en la comunicación en el castellano-chileno que se daba entre todos sus integrantes había un enorme esfuerzo de traducción siempre imperfecto. De algún modo estábamos habitados por malentendidos, temores, incomprensiones. En la mesa se tendían tantas geografías, paisajes, conflictos, precariedad, vergüenzas, heridas, desplazamientos que conformaban un mantel de cicatrices, y sobre ese campo minado armábamos nuestras vidas.
La pareja de Geografía, Sara y Alex, se conoce en un no-lugar (el aire) y opta por omitir su contexto (la tierra), pero va descubriendo los conflictos afectivos que los cercan, en el contexto de un mundo global, heterogéneo y en pugna a través de sus particulares idiomas y herencias que les impiden comprenderse completamente. Además quise pensar la lengua, el órgano de la comunicación verbal y erótica. El manejo de la doble acepción del término «lengua» se torna clave en la estructuración del texto y la relación de sus personajes. Del cuerpo la lengua-molusco, anatómica y visceral, del cuerpo también la lengua, conceptual y sonora. Las lenguas, la doble lengua del beso, la doble lengua del habla. Caracolea su prosa, se arrastra paulatina y morosa, construye en espiral el abrazo de los amantes, los cuerpos sobre los cuales se escribe. La revisión de lo amoroso se transforma en un pretexto para hacer confluir discursos lingüísticos, emocionales, históricos, geopolíticos y biológicos, creando un palimpsesto de sentidos.
Pero también quise jugar con la idea de que la lengua es vehículo del aliento retenido, de respiración, o a veces con ritmo de agonía. ¿La biografía se ha vuelto biología? ¿Puede ser otra cosa la biografía que biología? ¿Puede el amor ser un veneno? Agoniza siempre el amante viajero, el amante extranjero. Agoniza al cruzar las aduanas, los dispositivos de los vigilantes. El cuerpo es invadido y descompuesto, el amor es visitado por el deterioro, el daño, la herida, la sospecha de la intoxicación. Somos fronteras, efímeros, el serpenteo del petróleo, el clic de la tecla del celular… y la guerra puede arrasar con todo a su paso.
Por último, claro, un libro siempre tiene algo de homenaje tímido y tartamudo. El mío es hacia el guion-libro-película Hiroshima Mon Amour, de Margarite Duras/Alain Renais; a la novela Marcas de nacimiento, de Nancy Huston; al decálogo cinematográfico de Krzysztof Kieślowski, en especial la que se titula Amarás a Dios sobre todas las cosas, que expone dos racionalidades en torno al resquebrajamiento del hielo en el lago de la ciudad.
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Autora: Andrea Jeftanovic. Título: Geografía de la lengua. Editorial: Comba. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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