La expresión las “dos Españas” se utiliza para hacer referencia abreviada a los “dos bandos” que lucharon en la Guerra Civil española. Sin embargo, en 1936 solo concibo una España legítima: la de la II República que vivía en libertad, con ambiente muy crispado, pero en libertad. La España de Clara Campoamor logrando el voto femenino en 1931, la Institución Libre de Enseñanza que representará la bestia negra del franquismo, las maestras de la República y las tertulias del Café Gijón. La separación de poderes, el reconocimiento de la igualdad absoluta ante la ley en el ámbito de la educación y el trabajo entre hombres y mujeres, la Reforma Agraria, el estado laico, la sanidad y educación pública, el derecho al aborto. Porque la mal llamada “otra España”, fue un golpe de Estado militar que llevó al país a una infame guerra entre vecinos y al posterior ostracismo de una sociedad española adoctrinada con la pistola en la cabeza para imponer la opresión, el miedo, la censura, el silencio y la ignorancia: 36 años de Dictadura que nos han costado los mismos años de retraso sobre el resto de Europa y del mundo.
Los centristas ganan en Lugo, Zamora, Guipúzcoa y Soria; los de izquierda en Pontevedra, La Coruña, Asturias, Vizcaya, Huesca, Zaragoza (ciudad), Cataluña, Comunidad valenciana, Murcia, Andalucía, Extremadura, Madrid y Canarias; y los de derecha triunfan en Álava, Zaragoza provincia, Teruel, ambas Castillas, Baleares, Orense, Navarra y La Rioja. 1936, un país dividido que no tuvo los mejores políticos para evitar la guerra.
La Sanjurjada, el fallido golpe de Estado del 10 de agosto de 1932, dirigido desde Sevilla por el general José Sanjurjo, fue un fracaso pero instauró la equivocada idea entre una buena parte de la clase política y los militares republicanos de que el peligro de las conspiraciones había pasado y la República era fuerte. Sin embargo, Franco gana la guerra que su “gente” provocó, con la ayuda de los fascistas italianos y los nazis, los 100.000 marroquíes reclutados en las montañas del Rif, a donde regresaron la mayoría después de la guerra, reclutados en la miseria y la ignorancia que fueron las que los empujaron, junto con los sueldos, a luchar por los caminos de España y con la obvia connivencia de la oligarquía económica española y la Iglesia, monárquicos y antirrepublicanos, sin olvidar la ayuda incondicional que la dictadura portuguesa de Salazar prestó a los sublevados para que España no se contaminara de bolcheviques republicanos. La dictadura portuguesa, incluyendo la dictadura militar —1926 a 1933— y la Segunda República —1933 a 1974—, duró 48 años y finalizó tras la Revolución de los Claveles y, al igual que España, aún mantiene, prácticamente, ese retraso respecto al resto de Europa. Mientras, Francia, Reino Unido y EEUU le dan la espalda al legítimo gobierno republicano, sabedores de que entraban en otra Guerra Mundial. La última República española tan solo recibe apoyos puntuales de la URSS y México.
No obstante Torkild Rieber, emigrante noruego, presidente de la petrolera estadounidense Texaco, por entonces la mayor petrolera del mundo y admirador de los dictadores, suministró ilegalmente combustible a las tropas de Franco, y este hecho fue capital para que los aviones, tanques, camiones, coches, fueran operativos. Queda documentado en el libro de Adam Hochschild titulado Spain in Our Hearts: Americans in the Spanish Civil War, 1936-39, como refleja el periodista y profesor Ramón Hernández de Ávila.
Políticos republicanos que no tuvieron las suficientes miras para atajar sus problemas internos, recordemos que hubo 26 gobiernos entre 1931 y 1939 (apenas tocan a un trimestre por gobierno), de seis fuerzas políticas diferentes: Partido Republicano Radical, Izquierda Republicana, PSOE, Acción Republicana, centristas y conservadores. Lerroux, Azaña, Martínez Barrio, Chapaprieta, Portela, Largo Caballero, Negrín, Alcalá-Zamora, Samper, Barcia, Casares y Giral presidieron algún Consejo de Ministros durante la II República española. Con tal desaguisado Franco, gran aficionado a la pesca, se diría: “A río revuelto, ganancia de pescadores”, como así fue. Las cañas falangistas pescaron más peces en el extranjero y ganaron esa guerra que aún nos avergüenza y nos divide 84 años después de finalizada. Franco sabía que Madrid era la mar de las carreteras de toda España, adonde llegaban los caudales de aquellos que huían de las zonas ganadas por los falangistas, rendirla sería el final de la guerra.
No obstante, Zamacois también referencia las ayudas “morales” recibidas por Franco de otros dirigentes internacionales, como el dictador guatemalteco Jorge Ubico (1931-1944) o el duque de Honhenberg, presidente de la Unión Monárquica Austríaca.
Madrid fue la primera ciudad del mundo en ser bombardeada (antes que Gernika), sufrió el primer ataque motorizado y el primer enfrentamiento entre tanques de la historia, como recapitula el profesor de la Complutense Gutmaro Gómez, director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el Franquismo.
Este libro publicado en 1938 forma parte de poco más de la docena de novelas que se escribieron desde el bando republicano, sin embargo, le sirvió a Zamacois para que le abrieran un juicio por “derrotista”, aunque el presidente, Juan Negrín, le salvaría de la “quema”, pudiendo exiliarse a Francia.
La nueva edición de Espuela de Plata —el libro no se reeditó en España hasta después de la década de los 70— comienza con un brillante prólogo del profesor Javier Sánchez Zapatero, que sitúa la obra en su contexto histórico-literario y analiza los pormenores tanto del autor como de los escenarios en los que acontece la novela.
En esta novela se pone de manifiesto, una vez más, cómo los conflictos bélicos de carácter casero o local, una guerra civil en un país pequeño como España, se originan por la existencia de bandos enfrentados mentalmente, donde cada cual cree estar en posesión de la verdad y acaba matando o muriendo por defenderla. “En honor a la pasión, cumpliendo la misión, para impedir la traición, por valor y valentía, exhortados por sus mandos”, los republicanos entran en una guerra que tenían perdida desde antes de empezar. En mi anterior reseña se explican estos pensamientos humanos que tantas guerras han provocado y tantas muertes han sembrado.
Zamacois, en esta novela histórica relata profusamente en doce capítulos los prolegómenos y primeras semanas del asedio de Madrid por las tropas falangistas, dedicando tan solo tres capítulos al último medio año reseñado en el libro (primer semestre de 1937) y cómo sus ficticios personajes, entremezclados con personalidades del momento, como La Pasionaria, Durruti o Miaja, narran esos días: “El Gobierno se tambalea […] Estamos sobre un volcán […] Se avecina una revolución que nos sumirá en la esclavitud largo tiempo […] días muy malos […] Presentimiento de la catástrofe que nos amenaza”.
La lucha del proletariado contra los “dueños de la tierra”, la épica y el valor republicano que de nada les servirá contra las tropas falangistas profesionalizadas y remuneradas. Un pueblo entero con el presentimiento de que todo se desmoronaba y que nadie evitó, para sumir España en el eterno letargo de la cruenta Dictadura franquista.
Zamacois hace muchas referencias explícitas al poder de la Iglesia y la ingente cantidad de conventos, monasterios e iglesias incendiadas. Los 6.832 clérigos asesinados durante la violencia revolucionaria de 1936 indican que una de cada nueve de las víctimas mortales del denominado “terror rojo” era eclesiástico pero para analizarlo en su justa medida podemos leer el artículo del profesor Ángel Luis López Villaverde, ‘El mito de la persecución religiosa republicana’.
Los republicanos murieron por no echar un pie atrás, defendiendo la libertad que al perder la guerra cruzó los Pirineos y allí se quedó durante cuatro décadas. Cuchillos y garrotes contra ametralladoras, metralletas y tanques. Era “la España que quiere aprender a leer para ser dueña de sus destinos”, la “gesta republicana […] contra la chusma insurrecta”, quien sufre una derrota infame que el autor describe.
“Los milicianos republicanos, la mayoría analfabetos, este fue el rastro que dejaron en España la monarquía y la Iglesia” y con ese sentimiento de opresión y no seguir cediendo ante el “señorito” Madrid lucha y resistirá casi hasta el final de la guerra. Infieles, chusma, cáncer, insurrectos, opresores, señoritos, legiones rebeldes, esos, infieles, son algunos de los términos que Eduardo Zamacois usa para referirse a los falangistas, mientras narra la intrahistoria del pueblo madrileño ante el asedio falangista.
Franco no quería destruir Madrid, sino entrar como un libertador, de ahí el asedio a la capital, “Madrid moría sin perder su sonrisa” y el autor va describiendo las fases del asedio: euforia, fugitivos, penuria, hambre, muerte, pánico, miedo, huida, fríos bajo cero, escasez de carbón, sin cristales, más muerte.
La batalla de Madrid se desarrolla entre el 8 de noviembre de 1936 y el 28 de marzo de 1939 y representa el final de la lucha organizada por parte de la República. En el capítulo IX (página 235), aún está narrando el reseñado 6 de noviembre de 1936, dos días antes de comenzar la batalla y apenas cuatro meses de haberse iniciado la guerra, cuando “los temblorosos” —como llamó el pueblo madrileño a todo el séquito gubernamental de Largo Caballero huyendo a Valencia— marcaron un punto de inflexión en el asedio a la capital. Franco, a quien la prensa de derechas hoy sigue llamando el “Salvador de la República”, por ser el militar que aplastó la Revolución del 34 en Asturias, gana territorio palmo a palmo, arrasando por donde pasa.
Madrid, tan solo dos días después de empezar la batalla ya sufre escasez de material bélico, provisiones, penurias, hambre, falta de asistencia médica. Madrid aguanta el asedio con un régimen de sustentación pero Madrid cayó, y con ello se instauró la miseria y la ignorancia en España, una opresión que algunos de nuestros padres recuerdan y todos los abuelos. La España sumida en el lodo dictatorial que rompió el diálogo y las alianzas políticas, dejando una España que aún no sabe dialogar y pactar, ni ponerse de acuerdo en los más sencillos temas sociales. Una dictadura que sigue cumpliendo sus deseos con la imposición de una monarquía parlamentaria que nada aporta a la estabilidad política de este país.
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Autor: Eduardo Zamacois. Título: El asedio de Madrid. Editorial: Espuela de Plata. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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