Pink Floyd era una banda que se movía por el circuito underground rozando con los dedos el superventas cuando Syd Barret, su cantante y guitarrista, empezó a perder la cabeza. Apoyado en la psicodelia de su frontman, el grupo no llegaba a alcanzar el estrellato, aunque muchos de sus fans ya eran capaces de matar por él. Finalmente, con su líder paranoico y destruido, los Floyd deciden continuar sin Barret, que se recluye en su mundo, una oscuridad con pequeñas franjas de luz a través de las cuales se intuye, puntual y minoritariamente, una genialidad fuera de toda duda. Poco después de su marcha, habiendo asimilado la banda la llegada de su nuevo integrante, David Gilmour, empieza el éxito con todas las letras. Años más tarde, durante la grabación del disco Wish You Were Here, Syd Barret volvió a la vida apareciendo unos minutos por el estudio. Había engordado, no le quedaba pelo en la cabeza ni en las cejas. Era una sombra de aquel esplendoroso joven que había liderado el grupo en sus inicios. Aquel encuentro supuso un shock para el grupo, aunque también confirmó que la predominancia de locura en sus discos era, por contexto, absolutamente necesaria.
Es por esto que el mejor disco de todos los tiempos coloca sus cimientos en la locura, en la angustia del hombre que se enfrenta a la vida. The Dark Side of the Moon cumple en marzo cincuenta años de su publicación, y precisamente ese título, la referencia a esa cara de la luna que nadie contempla, es un homenaje al tipo que pierde la cordura en contraposición a la belleza celeste. Esto de «el mejor disco de todos los tiempos» no es que lo diga yo, que lo digo, sino que lo dicen también los fríos números: con más de cincuenta millones de discos vendidos, es el disco de rock más vendido de la historia, y el segundo en términos generales por detrás, únicamente, del Thriller de Michael Jackson. Celebramos el medio centenario del álbum que generó una verdadera corriente de estilo, con especial importancia para la ingeniería de sonido, se multiplicaron los samples, los sonidos, los riffs o los acordes basados en sus canciones, dio pie a multitud de teorías, generó un mito urbano, y de alguna manera cambió el devenir de la música.
La historia del arte está plagada de leyendas en torno a la locura, desde Platón hasta Baudelaire, desde Cervantes hasta Van Gogh. Este disco sublima esta visión, apoyado en la figura de Barret. Articulan diez canciones que se pasean por diez etapas de la vida, desde «Speak to Me», la primera de ellas, con el sonido ininteligible para el recién nacido; pasando por «Breathe», la tranquilidad con la que se respira en la niñez; «Time», la velocidad del tiempo en la juventud; o «Money», el poder del dinero para regir el destino de los hombres en su adultez. Una vez asalta la locura, «Brain Damage», donde el dique se rompe antes de tiempo, el lunático tira la llave, y se produce el «Eclipse» y su mítico último verso del disco: «No hay un lado oscuro de la luna… en realidad todo es oscuro». Una soberana maravilla, un homenaje a esa cultura del maldito que desde el Romanticismo puso al genio maligno en el primer plano. La miseria humana sin disfrazar, sin ocultar. Así que, nos guste o no, tendremos que vernos en el lado oscuro de la luna. Larga vida a los Floyd.
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