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La memoria como arma creativa - Zenda
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La memoria como arma creativa

La escritora gallega Sibila Freijo ha abandonado el género erótico para escribir una novela autobiográfica en la que, a partir de la muerte de su progenitor, rememora una infancia y una adolescencia marcadas por el maltrato de su padre y la ausencia de su madre. Un retorno al pasado que en realidad también es un...

La escritora gallega Sibila Freijo ha abandonado el género erótico para escribir una novela autobiográfica en la que, a partir de la muerte de su progenitor, rememora una infancia y una adolescencia marcadas por el maltrato de su padre y la ausencia de su madre. Un retorno al pasado que en realidad también es un camino hacia el perdón.

Sibila Freijo cuenta en este making of el origen de La Sal (Espasa).

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Cuando el argumento de la novela es la propia vida, la literatura se vuelve un campo de minas que hay que sortear con extremo cuidado.

Para empezar, hay que hacer un ejercicio voluntario de memoria y los recuerdos no vienen solos ni fácilmente; hay que llamarlos y, sobre todo, hay que ordenarlos y recolocarlos como si fueran las piezas de un puzle, cuidando de que todo encaje, sin prisas. Además, es necesario fiarse de la propia memoria, que a veces es traicionera y retorcida. Se esconde y se muestra cuando le da la gana como una serpiente astuta. Como digo en La Sal, quiero pensar que hay cosas terribles que no recuerdo o recuerdos terribles que me he debido de inventar o he exagerado. O como decía Pavese: «Recordar algo es verlo (ahora) por primera vez».

"Los recuerdos son siempre engañosos y subjetivos, a veces oportunistas, y el narrador de lo autobiográfico es fiel a su propia subjetividad y recuerdos y, por lo tanto, para otros puede resultar un mentiroso"

Siempre me pregunté si quizás hay cosas en mi memoria que he olvidado y enterrado porque no soportaría el dolor de recordarlas. En este sentido, uno nunca acaba de tener la verdad de los hechos, ni siquiera sobre su propia vida. La vida, el pasado, tiene también su parte de ficción, de ser algo en parte tergiversado por nosotros o por aquellos que nos rodean. De hecho, en La Sal cuento cómo uno de aquellos recuerdos terribles de la infancia me apareció de adulta como un cortocircuito y cambió del todo la percepción que tenía yo de una de las protagonistas de mi novela.

Las trampas de la realidad

Los recuerdos son siempre engañosos y subjetivos, a veces oportunistas, y el narrador de lo autobiográfico es fiel a su propia subjetividad y recuerdos y, por lo tanto, para otros puede resultar un mentiroso. Como lo bello y lo feo, la verdad es siempre subjetiva. Pero a nadie le pueden quitar su verdad. Eso es lo único auténtico.

En mi caso, a la hora de afrontar los recuerdos de infancia y adolescencia que dan pie a La Sal, no quería apoyarme más que los míos. Quería mi versión de mi infancia y adolescencia, mi visión de mis padres y de mi familia. Por eso procuré no investigar, escarbar ni contrastar nada más que lo estrictamente necesario… Y tampoco tenía quien me contase ese pasado porque, como digo en la novela, «mis abuelos están todos muertos, mi padre está en un bote y a mi madre no le importa el pasado o no se acuerda».

"La Sal es también la historia de un duelo vivido en primera persona. Deseaba retratar la muerte como es de verdad. En realidad, no es nada: es un agujero negro"

La Sal es una historia de una infancia difícil, de una mala familia, de una relación muy especial entre un padre y una hija y de una muerte vivida en primera persona. Pero yo tenía claro desde el principio que no quería hacer un drama ni un ajuste de cuentas. Tampoco quería ahorrarme el psicoanalista (más bien comencé a ir a raíz de escribir todo esto y de las cosas que descubrí en el proceso). Quería contar mi versión con honestidad y naturalidad, como yo veo la vida, quitándole hierro a todo y con sentido del humor, sin prescindir de la carga dramática de algunas escenas. Me gustaría que, cuando la gente la leyera, la viera como una tragicomedia de Fellini o de Buñuel.

La escritura como duelo

La Sal es también la historia de un duelo vivido en primera persona. Deseaba retratar la muerte como es de verdad. En realidad, no es nada: es un agujero negro. La muerte no existe para los que mueren porque, como dice Epicuro, “cuando ella está, tú no estás, y cuando tú estás, ella no está”. Sin embargo, sí existe para los que nos quedamos, para aquellos que tenemos que vivirla cuando perdemos a alguien a quien queremos… y pocas veces se trata con naturalidad.

En este caso, sólo podía acercarme a ella bajo el prisma del humor, mirándola de reojo, como lo haría un niño de seis años que no entiende qué está pasando. Lo trágico debería siempre ser observado bajo la mirada de un niño, de un gato o de un payaso.

"Y tampoco cabía la autocensura. Las historias reales no se cuentan a medias. Uno ha de apostar todas las fichas, al margen del juicio de los demás"

Como lectora, no puedo soportar las historias dramáticas que no me dan un respiro, un haz de luz. La vida no es ni una fiesta ni un drama. ¿Por qué no contarla entonces como es? Aceptando con honestidad que muchas veces a quienes más detestamos es a quienes más queremos. Que muchas veces, sencillamente, no entendemos nada. Que nosotros somos a menudo los malos de nuestro propio cuento y nuestros peores enemigos.

Tenía clara también una cosa: aunque se tratara de un texto autobiográfico, yo no me iba “a salvar de la quema” e iba a ser tan despiadada y justa conmigo como lo sería con aquellos que me arruinaron la infancia. Y tampoco cabía la autocensura. Las historias reales no se cuentan a medias. Uno ha de apostar todas las fichas, al margen del juicio de los demás. Hay que quemarse a lo Bonzo.

Del vómito a la contención

Cuando empecé a escribir sobre mi padre no sabía muy bien si me saldría una novela. Pero sí sabía que ambos éramos bastante “personajes”. Tampoco sé si tuve la idea de que lo fuera, todo fue surgiendo de manera bastante orgánica. Recuerdo el momento exacto en el que empecé. Fue una noche en su casa, rodeada de todas sus cosas y con sus cenizas guardadas en un armario en la misma habitación. Allí, en apenas media hora, escribí el primer capítulo, el único que no he cambiado a lo largo de las sucesivas versiones.

"La elección de la segunda persona te permite tratarte peor o tener menos contemplaciones contigo misma que si usas una primera, en donde es difícil meterte caña..."

Tengo que reconocer que la primera fase de la escritura, que empezó hace unos tres años, resultó muy dolorosa. La muerte de mi padre aún estaba muy reciente y todo fue muy visceral, como un torrente. Luego, en las siguientes versiones, aunque seguía siendo imposible no emocionarme con algunas de las cosas que yo misma había escrito, conseguí distanciarme cada vez más de la historia y también de los que me dañaron… Y fue ahí donde empecé a tener una imagen más benévola del pasado y a dejar de lado el rencor que había alimentado durante tantos años.

Decidí usar la tercera persona en los momentos más dramáticos de mi historia para distanciarme y hacer más fría y contenida la narración. Usé el «yo» en los recuerdos más amables de mi infancia y adolescencia, y una segunda persona para contar la historia de mi yo adulto. La elección de la segunda persona te permite tratarte peor o tener menos contemplaciones contigo misma que si usas una primera, en donde es difícil meterte caña… Y yo necesitaba también esa mirada un poco despiadada sobre mí.

Usé también otros muchos recursos que siempre me han encantado como lectora: la muñeca rusa, la historia dentro de la historia, que ya aparece en El Quijote y que luego usaron magistralmente escritores a los que admiro como Wilkie Collins o Stevenson. Así introduje en la novela un par de relatos que no tienen que ver con la trama principal.

Para aflojar toda la tensión narrativa, me apoyé también en el humor y en ciertos toques surrealistas u oníricos al final de la trama, que es, creo yo, lo que hace esta historia única. Al final, no se trata tanto de lo que cuentes (a todos más o menos nos pasan las mismas cosas), lo importante es cómo lo cuentas, el tono, la voz. Tener o no tener voz, en eso se resume para mí la literatura y la vida… Y si no la tengo, el propósito de escribir es encontrarla.

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Autora: Sibila Freijo. Título: La sal. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Sibila Freijo

Sibila Freijo (A Coruña, 1972) es periodista y escritora. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera dentro del ámbito del periodismo digital, dirigiendo, durante más de veinte años, varias publicaciones online de moda, estilo de vida y viajes. También tiene desde hace décadas el blog de humor “Sexo en Chamberí” (sexoenchamberi.com) y en la actualidad es colaboradora de la revista Cosmopolitan. En 2017 publicó su primera novela, 'Lo que no sabía de mí', dentro del género de la literatura romántica/erótica. Le siguieron 'Lo que descubrí de ti', 'Un chico cualquiera' y 'Una casa en Santorini'.

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