Tabitha Lasley estuvo cuatro años dando forma a un libro que fue robado de su apartamento cuando desaparecieron tanto su portátil de uso habitual, como el que utilizaba como disco duro para realizar copias. Huérfana de libro como solo un escritor puede sentirse, decide mirar a su alrededor y dar el paso definitivo para terminar una relación y dirigirse a Aberdeen, Escocia. Allí pasa seis meses en los que El estado del mar va tomando forma, gracias a entrevistas realizadas a hombres que llegan de su trabajo en las plataformas petrolíferas del Mar del Norte.
No es la primera vez que se acerca al tema, ni siquiera la segunda si tenemos en cuenta su libro perdido, ya que Lasley estaba acostumbrada a ver llegar a estos hombres en sus días libres llenando la ciudad de ruido y dinero, como si de ese modo “compensaran su ausencia”. Su primer contacto apenas aterriza es, sin ella saberlo, con el hombre que marcará su existencia las próximas semanas hasta el punto de transformar la idea de una investigación sobre la microsociedad de quienes se dedican a la extracción del petróleo en plataformas aisladas en un libro tremendamente personal, en el que la autora se expone al lector tanto como los hombres a los que ha seguido investigando. Caden, así se llama él, pertenece a ese prototipo de hombre casado y con hijos que se aproxima con promesas de divorcio, y convierte a Lasley en protagonista de una de las historias más comunes entre las que escucha de boca de estos hombres que tienen, en muchos casos, además de esposa, novia. La misma mujer que había expuesto a su editora la idea de un libro sobre “hombres sin mujeres alrededor” es la que cae presa de sus palabras, en una relación capaz de desestabilizar toda su idea y al mismo tiempo otorgarle al conjunto un tono de verosimilitud que difícilmente hubiera podido alcanzar si esto no hubiera pasado. Finalizada la relación, la autora se recompone, las entrevistas continúan y el lector recoge el testimonio de un modo de vida aislado, ruidoso y marcado por la brutalidad de una rutina en la que la seguridad importa menos que la producción, y la diferencia entre la vida y la muerte puede estar en la intención de un hombre al llenarse los bolsillos de herramientas. La masculinidad y la testosterona impregnan un ambiente en el que la tecnología interfiere en esa camaradería que uno espera de lugares aislados. Hombres que viven entre hombres, intentando mantener el equilibrio en un lugar que a su vez está en equilibrio sobre un mar impredecible que los mantiene aislados. Un concepto con el que David Sánchez ha compuesto el diseño perfecto para la cubierta adecuada, en los tonos azul mar que ofrece la novela.
Si usted se dirige a El estado del mar buscando un tratado, una puerta hacia un mundo que le es desconocido y por eso llamativo, ni siquiera se moleste. Lo que la autora ofrece es el testimonio personal de una mujer que realizó un parón en su vida para irse a otra ciudad, que recorrió bares, aceptó apuestas y retos, escuchó testimonios sobre infidelidades, suicidios o asesinatos. Una mujer que comenzó una relación condenada a fracasar y que fracasó, pero que la hizo partícipe del otro lado de muchos de los testimonios que recogería. El resultado es una suerte de novela en la que Lasley pone su pluma al servicio de detalles como la fotografía de un pecho, otorgando al conjunto la credibilidad propia de un memoir en el que la ironía y las apreciaciones personales son tan importantes como aquello que están relatando.
El estado del mar es un libro que se desliza entre la novela, la investigación, y las memorias propias y ajenas en el que la autora se involucró posiblemente demasiado.
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Autora: Tabitha Lasley. Traductora: Catalina Martínez Muñoz. Título: El estado del mar. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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