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Alejandro Gándara: "El amor romántico es un amor destructivo" - Zenda
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Alejandro Gándara: «El amor romántico es un amor destructivo»

La última novela de Alejandro Gándara, Primer amor (Alfaguara), es un libro sobre segundas oportunidades que llegan demasiado tarde, lo que pudo haber sido y no fue y la forma de enfrentamos a nosotros mismos al amar por primera vez.

El premio Nobel Severo Ochoa afirmó que «el amor es física y química»,  y luego matizó «pero una física y una química muy sofisticadas». Cuando ese amor es el primero, el asunto se intensifica y complejiza aún más. Las mariposas que sentimos en el estómago pueden llegar a devorar nuestros intestinos. Ningún recuerdo es tan duradero, ninguna herida tan profunda. A ese momento tan especial de nuestras vidas le ha dedicado Alejandro Gándara su última novela, Primer amor (Alfaguara). Un libro sobre segundas oportunidades que llegan demasiado tarde, sobre lo que pudo haber sido y no fue, y la forma de enfrentamos a nosotros mismos cuando descubrimos el amor. El escritor cántabro —reconocido con premios como el Nadal y el Herralde, entre otros muchos— pone fin a varios años de silencio, con un texto magnífico, en la forma y en el fondo, un relato coral que  nos traslada a la época en la que comenzamos a emocionarnos y también a conocer el dolor. Esta historia nos muestra el amor entre dos jóvenes, uno que lo vive de forma desesperada y pasional, Andrés, y otra, Brígida, que lo hace de forma más acomodaticia y racional. Los dos acaban sufriendo a su manera por él. Detrás del telón, hay otra importante protagonista del relato, Cándida, una narradora omnisciente con derecho a réplica, que salpica con un poso amargo las páginas de esta obra. Ella representa la visión carnal y terrenal, la pasión frente al concepto idealizado del amor romántico. También tienen voz el resto de secundarios, que aportan sus matices y visiones de esta historia. Todos tienen algo que decir sobre el amor. A lo largo de cinco décadas, esos personajes buscarán las respuestas a las preguntas que no supieron responder en su juventud. A mitad de la novela, huir les parece la única solución, pero solo es un punto y seguido, porque para restañar las heridas, para escribir el punto final, hay que volver al momento en el cual el metal abrió la carne y comenzó a brotar la sangre.

Hablamos con Alejandro Gándara de corazones rotos, del paso a la edad adulta, de fantasmas con los que hay que dialogar y de los idiomas de su novela.

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—En la contraportada del libro hay una pregunta que no sé si usted ha podido contestar: ¿podemos amar después que nos hayan roto el corazón?

"Un corazón roto tarda en recuperarse, pero puede volver a amar"

—La he contestado. Pero no sé si lo he hecho bien o mal (risas). Un corazón roto tarda en recuperarse, pero puede volver a amar. Queda una memoria de lo que ha sucedido que influye en los nuevos amores, y de alguna forma estigmatiza ciertas situaciones y ciertas relaciones.

—La otra cuestión que se plantea en esa contraportada también tiene tela: ¿cuántas veces se puede alguien enamorar como la primera vez?

—Como la primera vez, ninguna. Ese es un amor que te pilla siempre desarmado, con pocos recursos y con una incomprensión profunda acerca de lo que está pasando. Yo siempre he dicho que es el primer momento en que nos enfrentamos a la muerte, a una muerte que no es biológica, sino a una muerte que tiene que ver con el corazón. Felizmente, como la primera solamente nos podemos enamorar una vez (risas).

—En un momento del libro cita la letra de la canción de The Beatles: «ayer el amor era un juego fácil de jugar y ahora necesito un lugar para esconderme». Amar parece un acto sencillo que irremediablemente se vuelve complejo y que acaba causando dolor.

—Amar es un acto complejísimo. Es complejo porque en él se pone en juego todo lo que eres, todo lo que has sido y todo lo que serás. El individuo se arroja al amor con todo lo que tiene y, por tanto, puede perderlo todo. Es absolutamente arriesgado, tiene que dejar de ser lo que era, tiene que convertirse en otro —que está con otro— y en ese sentido debe reinventar su vida. Es como una mudanza, pero como una mudanza del alma. Eso es peligroso porque puede quedarse en camino de ninguna parte o mitad de todo.

—¿Es posible hablar del amor sin sonar cursi?

"Lo curioso del amor es que todos hablamos del amor como si fuera la primera vez que se habla de él"

—El amor es muy cursi en la literatura, en general, y también en la vida. Lo curioso del amor es que todos hablamos del amor como si fuera la primera vez que se habla de él y, sin embargo, todos repetimos siempre las mismas palabras en la misma historia. El amor es una historia repetida que cada uno piensa que es original.

—Ese primer amor, esos primeros amores, los recuerdos de juventud, son como fantasmas que nos acompañan toda la vida.

—Más que fantasmas son presencias. Hay que hablar con ellos, a los fantasmas no se les puede espantar. Hay que dialogar y convivir con ellos. No hay nada que se pueda hacer. No hay que evitarlos porque tienen muchas cosas que decir. Lo que debemos hacer es tratarlos como a gente que vive con nosotros.

—Usted sitúa ese primer amor en una etapa de la vida, la adolescencia, el paso a la juventud, en la cual ya están presentes las decepciones, las incertidumbres… ¿No habría sido más sencillo huir de ese tono cobrizo y arrancar en una época más luminosa como es el final de la niñez?

—En realidad, el final de la niñez está situado en el primer amor. En ese momento, al enamorarnos, es cuando nos convertimos realmente en adultos. Por primera vez sentimos que no dependemos de nosotros mismos, que tenemos que luchar mucho sin ninguna garantía de éxito. Es entonces cuando vemos que nos faltan todo tipo de cosas, cuando no sabemos quiénes somos y queremos serlo. La verdadera salida de la infancia abarca también gran parte de la adolescencia. El primer amor es nuestra entrada en el mundo adulto, es el rito de paso a ese mundo.

—Estamos hablando todo el rato del primer amor asociado a la etapa de juventud, pero puede surgir más tarde, incluso en la vejez.

—La vejez no tiene la potencia romántica, la energía, que aparentemente tiene la juventud. Sin embargo, la experiencia del amor en la vejez suele ser tan profunda y a veces tan arrasadora como la de la juventud. Yo conozco a personas mayores de 60 años, incluso alguna de 80, que se ha enamorado perdidamente. A veces, la pasión amorosa no declina con la edad.

—El amor de los dos protagonistas surge en un entorno de violencia, el de la España que cambiaba dictadura por democracia. Leemos en el libro: «la mayoría de los matrimonios que conocía eran una batalla campal en un campo de miseria. Los hombres pegaban, las mujeres obedecían y conformaban». ¿Hemos conseguido cambiar?

"La violencia que se ejerce, contra uno o varios géneros, no ha declinado, sino que va en aumento"

—Creo que la violencia no ha decrecido. La prueba está en las estadísticas. Hay algo que no está funcionando, ni en la pedagogía, ni en la sociedad para cambiar eso. No ha habido una gran evolución. Pienso que la cuestión está en otra parte que tiene que ver con nuestra forma de entender el mundo, con nuestra forma de relacionarnos los unos con los otros, con las desigualdades… La violencia, presente en todos los órdenes, lleva a aquellos que se sienten más fuertes a ejercerla. En fin, es un aparato complejo que hay que desmontar parcialmente para acabar con esto. Se avanza muy poco. Se castiga más por lo menos, pero pienso que la violencia que se ejerce, contra uno o varios géneros, no ha declinado, sino que va en aumento.

—Muchos de los problemas en las relaciones surgen por cómo proyectamos nuestra idea del amor en la persona amada. Andrés ve en Brígida la persona que le puede salvar, su amor implica un cambio, una nueva vida. ¿Fracasamos en el amor porque exigimos demasiado, porque esperamos demasiado?

—Esa interpretación es demasiado simple. El hecho de que alguien nos pueda salvar no significa que nos vayamos a enamorar de él. Este es uno de los ingredientes posibles del enamoramiento, que es un cóctel. Hay muchas cosas ahí, pero sobre todo, de base hay una pasión profunda, una atracción por un ser otro al que revestimos, efectivamente, de cualidades, de ideales y de virtudes. Al otro más que verlo lo soñamos. Nos enamoramos de ese sueño. El amor no se explica por esto o por aquello. Ningún sistema complejo se explica por causas sencillas.

—Ese amor que siente Andrés, llevado hasta las últimas consecuencias, es trágico, tóxico. En una sociedad moderna, en el siglo XXI, ¿debemos acabar con el amor romántico?

"El amor romántico es un amor destructivo. Autodestructivo al principio y destructivo con el otro después"

—Sí, sí, estoy de acuerdo. El amor romántico es un amor destructivo. Autodestructivo al principio y destructivo con el otro después. Supone una concepción de la vida muy agonística y que plantea siempre diferencias irreconciliables entre la naturaleza femenina y la masculina. Diferencias que son solamente producto, digamos, de un ejercicio cultural que consiste en convertir el otro en un ser de cierto tipo.

—Andrés se mueve entre el amor romántico que siente por Brígida y el carnal que le provoca la presencia de Cándida. El primero le causa frustración y el segundo una sensación de suciedad. No consigue estar a gusto con ninguno de los dos.

—No aceptar su propio cuerpo. Él vive solamente con lo que hay en su cabeza. Ese es uno de los problemas de la vida en general. Muchas veces pensamos que la realidad es lo que pasa en nuestras cabezas. En vez de liberarnos de ello cuando nos hace daño persistimos en esa idea. El amor que hay en la novela es el de Cándida por Andrés. Es el único amor —carnal—, un amor conectado con la realidad. El de Andrés funciona solamente con él, en su cabeza.

—Cándida se expresa en lenguaje caló. No es algo que suela ocurrir en nuestra literatura pese a la importancia de la cultura gitana en la sociedad española.

—Sí. El mío es un caló muy cerrado (risas). Lo hice para que se viese que la obra es una novela de idiomas, cada personaje habla uno. Y en ese idioma hay una visión del mundo, una concepción de los otros. La palabra es un reflejo de las distintas identidades de la novela.

Primer amor no es un libro autobiográfico, pero sí que es una novela en la cual usted está muy presente.

—No, no es un libro autobiográfico, pero si saca materiales de experiencias que he tenido y de las de otras personas. Sobre todo, es una elaboración de la memoria sobre materiales que son míos y que no son míos.

—El amor es troncal en la novela, pero hay otro gran tema de fondo: la huida. Los personajes escapan de un lugar que les asfixia. Para poder hacer su vida necesitan salir del lugar donde nacieron. 

—El amor que siente Andrés por Brígida es el símbolo encarnado de todas las rupturas que él necesita hacer para poder tener una una vida. La que lleva en el pueblo no es vida por razones familiares, sociales, afectivas… Hay un momento en el que él necesita romper con todo eso. La figura que realmente es de carne y hueso y que él se puede llevar en la memoria como símbolo es Brígida. Por eso no la puede olvidar a lo largo de su vida. Por ese motivo la novela tiene que contar su reencuentro 40 años más tarde.

—¿Cuál será su próximo proyecto de escritura?

—Estoy escribiendo un libro sobre la ética de la felicidad, extrayendo textos de los clásicos hebreos y griegos. En estos tiempos tan tristes que estamos atravesando me gustaría hablar de cómo la felicidad tiene un lugar en la melancolía.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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