La periodista mexicana Lydia Cacho ha entrevistado a cientos de españoles menores de dieciocho años. Les ha preguntado por sus sueños, sus aspiraciones, sus miedos, sus reivindicaciones, su concepción de la identidad sexual… Y ha descubierto que está subiendo toda una generación de mujeres que tienen totalmente asumido el feminismo como forma de pensar y que pronto serán las responsables de dirigir un país, el nuestro, que en nada se parecerá al de antes. El futuro ya ha nacido y tiene nombre de mujer.
En Zenda reproducimos la Introducción de Rebeldes y libres (La Esfera de los Libros).
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Introducción
Veamos, para comenzar debo advertiros que aquí voy a decir cosas que no les gustan a muchos chicos, bueno, tampoco les gustan a muchos hombres ni a algunas mujeres; es que a mí me da por hacer preguntas incómodas y he aprendido a encontrar respuestas que no resultan muy atractivas para la gente que cree que lo sabe todo y en especial para aquellos que no quieren que las cosas cambien porque opinan que todo lo de antes era siempre mejor que lo de ahora.
Cuando yo tenía once años (o sea, hace muchísimos años), pedí un regalo de Navidad muy especial. Era un teléfono de plástico de colores rojo y azul. Sonaba cuando marcabas las teclas de los números y en cuanto lo ponías en el oído las palabras hacían eco y te hacía sentir que alguien al otro lado de un cable inexistente podía escucharte. Pues yo me sentía la más cool con mi intento de teléfono móvil de juguete hasta que una tarde mi padre me vio jugando sola contando una historia en el teléfono de plástico y con una libreta y un boli en mano. Me preguntó a qué jugaba y si me había vuelto loca, porque las niñas cuerdas no hablan solas, y una chica de once años no debía jugar a ser telefonista. «No, papá, no soy telefonista, soy la presidenta del planeta Tierra», le dije con toda la seguridad que me daba el personaje de mi juego. Él sonrió y me dejó hablando sola. Yo estaba totalmente convencida de que no estaba loca por jugar a la presidenta del mundo mundial en lugar de jugar con las muñecas y la cocinita como mi hermana mayor.
Os confieso que me di cuenta de que a las personas adul- tas les inquietaba que yo jugase a ser mujer adulta y no a ser mujer-mamá, y eso me parecía muy raro. ¿Por qué era mejor que una niña practicase para jugar a ser madre y cocinera y no a ser poderosa e inteligente?
Así que, una mañana, en casa de mi abuela favorita, le pregunté por qué las personas adultas creían que mi elección no era buena o adecuada. Mi abuela sonrió dulcemente y me dijo que, sin duda, yo podría ser la presidenta del mundo si me preparaba para ello. Evidentemente, mi siguiente pregunta fue cómo se prepara una niña de once años para dominar el mundo, y la abuela Marie Rose contestó que siendo rebelde. Fui a toda prisa a buscar un diccionario y encontré la definición perfecta: «Oponer resistencia», en pocas palabras, desobedecer. Entonces me dirigí a mi madre para preguntarle cómo se convierte una en rebelde, ella soltó una carcajada y me dijo que yo ya lo era, pero que si quería ser líder del mundo debía aprender a ser una rebelde con causa.
Fue así como comencé a buscar cuál era mi causa personal. Mientras tanto, jugaba a hablar por teléfono con personajes imaginarios o famosas como Marie Curie e Indira Gandhi que me daban consejos y me contaban historias de países lejanos donde había otras niñas que también querían gobernar o transformar el mundo. Así que se me ocurrió la no tan genial idea de promover en el cole que se creara un grupo de chicas del mundo que les dijeran a los adultos cómo hacer bien las cosas, que dejasen de hacer guerras y dictaduras y detuviesen la violencia que ejercían los gobernantes, esa que me daba tanto miedo. Y mi tío Manuel, que era un genio amoroso, me dijo que eso ya existía, que se llamaba ONU y que tal vez algún día yo podría trabajar allí, que había muy pocas mujeres entre quienes mandaban.
Mi tío Manuel fue el primer hombre que conocí que hablaba de feminismo; decía que todas las niñas deberíamos de ser feministas igual que todos los niños, entre otras cosas para que nadie nos llamara locas por pedir teléfonos en lugar de muñecas y por imaginar que podríamos cambiar el mundo. Así que sería feminista, pensé, ahora lo difícil era entender por qué ninguna de mis amigas pensaba que esa era la más cool, revolucionaria y genial idea del mundo.
Entonces descubrí que ser feminista, según la mayoría de las personas de hace cincuenta años, significaba querer hacer la guerra contra los hombres, dejarse crecer los pelos de las axilas y el del bigote, no ponerse sujetador y no usar minifalda. Yo no tenía muchos pelos aún, no tenía tetas y no me gustaban las faldas, así que no me preocupé por eso; era mediados de los años setenta y comencé a preocuparme por ser escuchada cuando decía que yo era una niña feminista y que todas las personas deberían ser feministas para que las niñas pudiesen hacer las mismas cosas que los niños. Mi madre y mi abuela, igual que mis mejores amigos y amigas del cole, estaban de acuerdo conmigo, pero las demás personas insistían en que las mujeres tienen un lugar en el mundo y ese lugar es su hogar, cuidar a los otros, tener hijitos, obedecer a su esposo y ver culebrones por las tardes.
Pasaron muchos años, y cuando a los veintitrés años entré a trabajar en un diario como reportera, ya no me importaba que me llamaran loca, ni que me recomendaran no confesar que era feminista; yo sabía lo que quería y nadie iba a impedir que me dedicase a descubrir historias importantes. Como la gente decía que ningún hombre quiere a una feminista decidida, pensaba que no encontraría el amor, y me casé felizmente con un hombre dulce que fue mi mejor amigo, que me amaba y me admiraba. Me dijeron que las feministas no tenían programas de radio y televisión, y tuve el mío en la radio y en la tele y lo anunciaba como Feminista (así, con mayúscula).
A los veintiocho años me daba igual que mis compañeros de trabajo dijeran que las mujeres nunca escriben tan bien como los hombres, o que las mujeres no pueden ser buenas reporteras de investigación, siempre seguí mis sueños y me preparé para encontrar el poder de mis causas. Mi padre me decía que si era disciplinada lograría todo lo que quisiera. Hoy he publicado diecinueve libros traducidos a más de diez idiomas, he viajado por ciento cuarenta y tres países y he recibido sesenta y seis premios internacionales, ¡más que ningún hombre periodista de mi país!
Por todo eso me emociona tanto poder hablar con vosotras, las chicas españolas, salir a las calles de diferentes comunidades para preguntaros cuáles son vuestras locuras, qué os inspira, si sois feministas y qué significa eso para vosotras. Quería que me contaseis vuestras propias historias de rebeldía y libertad para que se las mostremos al mundo. Vosotras elegisteis los temas, expresasteis vuestros miedos y analizasteis vuestros enfados, pero sobre todo vosotras sois dueñas de vuestras palabras y de vuestras ideas. Yo estoy feliz de poder compartir esta aventura feminista con chicas tan diferentes, inteligentes, fuertes y valientes como vosotras.
Debéis saber que hablé con chicas españolas pertenecientes a todos los lugares, desde Cataluña hasta Andalucía y Madrid, de Asturias a Valencia, del País Vasco hasta Extremadura pasando por La Rioja y Castilla-La Mancha; en cada una de las comunidades que recorrí, descubrí que niñas y niños se preguntan cómo se puede ser feminista sin excluir, sin discriminar, sin vivir su feminismo desde la ira, la rabia, el sectarismo, la violencia o la descalificación. ¿Se puede ser feminista sin ser activista? ¿Es posible ser cishetero y no tener que hablar de sexo todo el tiempo para ser cool? ¿Se consigue no ponerse etiquetas, pero ser chico solidario con todas las causas feministas? ¿Es correcto defender los derechos trans, pero decir que eres hetero y no quieres probar otra cosa? ¿Es verdad que en esta época ya no existen los armarios para ocultar la identidad sexual? ¿Por qué hay todavía tantos adultos que se oponen a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres? ¿Por qué los chicos y las chicas están tan enganchados al porno?
Las preguntas son infinitas.
Resulta fascinante descubrir vuestra necesidad por encontrar alguna forma de participar en los movimientos por la igualdad de una manera que sea fiel a vuestros sentimientos y dudas, a vuestras necesidades emocionales, psicosexuales, y fiel a esa forma singular en que descubrís y construís vuestras relaciones afectivas, familiares, eróticas y sexuales, es decir, vuestra identidad e idea del mundo en que habitáis, del futuro que vosotras deseáis.
Es en esa búsqueda donde encuentro la posibilidad de diálogo público más fascinante y útil, porque más allá de la cátedra feminista —que resulta indispensable para desarrollar y formarnos desde las ciencias sociales y la academia—, y más allá de los discursos de las políticas que quieren ganar votos, está la cuestión de la búsqueda cotidiana por sumarse a la causa de la equidad capaz de integrar muchas otras causas, que puede ser inspiradora, revelar nuevas ideas y, a la vez, una llamada urgente a la acción colectiva feminista en la que todas las chicas y mujeres tengan cabida.
Hablamos juntas de los movimientos de mujeres, así, en plural, esos en los que vosotras las chicas buscáis un reflejo personal, una brújula, un mapa para descubrir el camino hacia un mundo incluyente y solidario donde los nuevos lenguajes sean bien recibidos, donde las contradicciones se entiendan como parte natural de un proceso vital de búsqueda personal, donde quepan los sentimientos y la profunda emocionalidad del ser chica joven en crisis existencial, presionada por la hipersexualizacion de su entorno, por la aplastante idea de la estética del filtro de belleza y el perfecto instante trending de TikTok.
Me habéis dicho que las personas jóvenes buscan las claves que les hablan desde el corazón de sus anhelos y miedos en un diálogo que llegue a las emociones y al pensamiento con un discurso realista y empático que reconoce a todas las razas, las religiones y la diversidad de todas las mujeres: las marginales, las que no han tenido tiempo para descubrir el feminismo que les antecedió porque llegaron en una patera y desde niñas trabajan y estudian; las que tienen familias unidas y estables y saben que los derechos son algo bueno pero no sienten que el feminismo les llame por su nombre; las estigmatizadas en el mundo de migrantes no europeas; las que quieren ser amadas por los chicos o las chicas del colegio y están en un delicado proceso de descubrir cómo ser aceptadas sin ceder su verdadero yo ante los estereotipos del patriarcado.
Buscáis un feminismo que sea de brazos abiertos para las temerosas, para las que ya no quieren escuchar todo el tiempo que pueden ser violadas porque ya lo saben desde niñas, para las que viven en los barrios más ricos, los de clase media y los más pobres de España, todas tienen voz e ideas propias. A vosotras os he dicho, porque yo así lo he vivido, que el feminismo puede ser un camino y no la meta, que es una ruta de vida que se transforma y se nutre en la medida en que maduramos, que es la magia de la historia que inventaron nuestras bisabuelas, que es revolución sin armas, encuentro sin odio, búsqueda de justicia y no de venganza.
Allá afuera, entre nosotras, hay un feminismo que entrecruza caminos sin corriente de partido político, que agradece a las políticas que nos han dado leyes fundamentales para transformar la sociedad y desmontar poco a poco al machismo estructural, pero no se identifica con la lucha dentro del sistema político, un feminismo que tiene más preguntas que respuestas y no es dogma tallado en piedra ni filosofía de las privilegiadas que utilizan un lenguaje poco accesible a las mayorías.
Vosotras, las chicas de entre once y dieciséis años a quienes he entrevistado, buscáis junto con algunos chicos, el camino hacia un discurso propio que vaya de la mano con sus convicciones por construir un mundo afectivo más bello y donde su libertad tenga cabida en la música, las redes sociales, el baile, los grafitis, los videojuegos, la comunicación instantánea del TikTok, el cine, la diversión injustificada y todas las expresiones vitales, artísticas y culturales que os ayudan a vivir.
Este libro es para las que reniegan de etiquetas, un espejo de sus palabras, una búsqueda acompañada para mostrar el abanico de sus miradas hacia el mundo y desde su universo hasta el nuestro. Un puente, quizás, que ya construís vosotras, las chicas españolas.
Vuestras voces son el eco de un país que busca transformarse entre la negación y las costumbres, las contradicciones y un lenguaje de apariencia incluyente que no aterriza en la realidad colectiva incluyente. En su diversidad está el secreto de las verdades, que son muchas y válidas, que importan porque pertenecen a las que quieren romper los esquemas y necesitan herramientas para construir nuevos paradigmas feministas, más amplios, diversos y afectivamente solventes, espacios para una vida libre de violencia, sí, pero en los que la esperanza, la felicidad y el goce de vivir sean el eje de inspiración que os mueve hacia adelante en un mundo ya de por sí caótico, lleno de rabia y en crisis.
Me alegra saber que podemos escucharos para entender cómo acompañaros en el camino hacia el futuro, que será idealmente mejor que nuestro pasado. Que el feminismo crece y se reinventa.
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Autora: Lydia Cacho. Título: Rebeldes y libres. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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